El Papa contra la teoría del género
La posición que se mantenga con respecto a la igualdad entre mujeres y hombres constituye hoy por hoy la prueba más infalible del talante democrático de una persona o de la consolidación de los valores constitucionales en una sociedad o en un determinado contexto cultural. La igualdad de género vendría a ser una especie de “prueba del algodón” mediante la cual es posible detectar si incluso bajo una apariencia formalmente progresista continúan manteniéndose posiciones reaccionarias que sitúan a las mujeres en una posición devaluada.
En este sentido, el género se ha convertido sin duda en un frontera que marca, muy especialmente en las religiones monoteístas, la 'línea roja' que demuestra hasta qué punto son incompatibles determinadas identidades y dogmas con los valores democráticos. En el caso de la Iglesia católica la posición de las mujeres continúa siendo en pleno siglo XXI la gran cuestión pendiente no solo desde la perspectiva de una mirada teológica patriarcal sino también y, muy especialmente, desde el punto de vista de su participación activa en las estructuras de poder que tienen su centro en el Vaticano.
En el contexto tremendamente machista de la Iglesia Católica pareció que la llegada del papa Francisco suponía, como mínimo, un cierto aire fresco en una estancias ciertamente apolilladas, muy especialmente gracias a la gestión dogmática de los dos últimos pontífices. Sin embargo, el análisis detallado de lo que por ejemplo el papa Bergoglio ha dicho en los últimos tiempos en materia de igualdad de género genera como mínimo confusión y nos pone sobre la pista de que sus palabras no pasan del discurso políticamente correcto.
Subrayando que el hecho de que el hombre duerma cuando Dios crea a la mujer indica que “la mujer no es de ninguna manera una criatura del hombre sino de Dios y sugiere que el hombre para encontrar a la mujer y su amor, primero debe soñarla y después encontrarla”. De esta manera, el Papa Francisco hizo una traducción teológica de Pretty Woman, de los mitos del amor romántico y dejó sin efecto todo lo que anteriormente había planteado sobre la dignidad de las mujeres.
De acuerdo con esta línea, que como vemos apenas se separa de la posición tradicional de la Iglesia, Bergoglio, como si fuera un paladín de lo que podemos calificar como 'posmachismo',arremetió duramente contra la 'teoría del género'. No dudó en calificarla de “expresión de una frustración y de una resignación que persigue cancelar la diferencia sexual porque no sabe confrontarse con ella.” Y alertó a continuación del riesgo de retroceder, entendiendo que “la remoción de la diferencia, de hecho, es el problema, no la solución”.
Constatamos pues como el discurso del máximo representante de la Iglesia Católica no se ha movido ni un centímetro de los planteamientos tradicionales, esos que con tanta frecuencia, y de manera tan lamentable, nos recuerdan los obispos de las diócesis españolas. Esa cruzada contra la teoría del género, a la que la Iglesia parece ver como una especie de demonio causante de tantos males morales y sociales, implica en definitiva el no reconocimiento de los factores culturales, políticos y económicos que siguen provocando que las mujeres no tengan esa voz propia que Bergoglio parece reclamar en otros momentos. Unos factores entre los que se encuentra una concepción patriarcal, y por tanto discriminatoria, de las relaciones afectivas y sexuales, de la familia o, en general, de las diversas maneras de organizar los proyectos de vida, los individuales y los compartidos.
Se olvida el Papa de que la igualdad, en términos democráticos, no es otra cosa que el reconocimiento de las diferencias y que sin ella seguimos amparado el poder de los fuertes y la subordinación de aquellos y aquellas que no responden al canon del sujeto universal masculino.
El rechazo de la teoría del género, y la defensa a ultranza de la complementariedad masculino/femenino, nos explica a su vez por qué el Papa Francisco, supuestamente progresista, se ha negado a reconocer al nuevo embajador de Francia en el Vaticano por tratarse de un hombre homosexual. Si como manifestó el otro día, un hombre sin una mujer expresa “una falta de comunión y de plenitud”, le resultará poco pleno, y por tanto deficiente, como entre nosotros expresó el cardenal Fernando Salvador, un embajador que vive su afectividad y sexualidad con alguien de su mismo sexo. En ese rechazo, tal vez sin saberlo, Bergoglio no hacía sino confirmar la rotunda lucidez de la denominada por él despectivamente “teoría del género” y que no es sino una categoría de análisis de una realidad que continúa discriminando desde la supremacía del heteropatriarcado.
Me temo pues que solo cuando el “género” entre por las puertas del Vaticano, el machismo y la homofobia saltarán por las ventanas y podremos afirmar que el Papa argentino ha alcanzado la modernidad. De momento, las dudas y el escepticismo continúan siendo abonados desde el espacio que, paradójicamente, cubre una cúpula diseñada por un hombre de sexualidad “deficiente” como fue Miguel Ángel.
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