Sembramos vientos y recogemos tempestades
Tan humano y digno es un desesperado que huye del horror como cualquier europeo (alemán, luxemburgués, británico, italiano o español) que observa cómo tragedia tras tragedia los mejores jóvenes de países en conflicto son engullidos por el mar. El último desastre conocido, con más de 700 muertos, ha removido la conciencia europea. Los ministros de Exteriores con inapropiados remedios: hundir barcos, luchar contra las mafias o desplazar efectivos a los puntos de salida impidiendo que embarquen, nos quieren hacer creer que así solucionarán el problema; el de nuestra conciencia, claro, esperando disuadir a los “desheredados de la tierra” a que ejerzan el derecho natural que les asiste: buscarse una vida mejor.
Occidente desestabilizó Libia y Siria porque sus dirigentes eran unos sátrapas opresores. Ahora les sustituyen bandas de criminales revestidas con el manto de la guerra santa. De peor a mucho peor. La población de esos países —junto con subsaharianos y magrebíes hambrientos— huye despavorida hacia Europa y aquí proponemos cupos y taponar su entrada; una indecencia.
La Unión ha de asumir ante el mundo que es un ente político con personalidad. Y Juncker, como su presidente, ha de liderar, ejercer su autoridad y proponer soluciones. Porque de no ser así cabría preguntarse: ¿para qué sirve la Unión Europea?— Joan V. Llàcer Mont.
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