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Columna
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Fin de época

Estamos ante una crisis de régimen y se deberá afrontar una renovación institucional

Josep Ramoneda

Vive la escena pública un ambiente de fin de época que recuerda el final del felipismo. La caída de Rodrigo Rato, referente del periodo que abrió el regreso de la derecha al poder de la mano de Aznar, completa el retablo de despedida de una etapa que, bajo la hegemonía ideológica conservadora, que el periodo de Zapatero no tumbó, acaba con España metida en una profunda crisis social, moral y política. Las señales de pérdida de autoridad de quien gobierna y de desconcierto en la tropa, en el electorado, y en los poderes del entorno, se multiplican. La insinuación de Núñez Feijóo, primer suplente en el banquillo del PP, sobre la conveniencia de que Rajoy reflexione sobre su futuro en caso de un mal resultado en las elecciones locales y autonómicas, dado el carácter presidencialista del sistema político, adquiere valor rupturista.

Al PP todo le sale al revés. Cada día se incorpora un nuevo cuadro a la galería de retratos de la corrupción, con lo cual las promesas regeneracionistas del Gobierno parecen una broma de mal gusto. Y la resistencia a asumir responsabilidades es ya motivo de escarnio: Rajoy está marcado por el caso Bárcenas para siempre. Cualquier intento de retomar la iniciativa se vuelve en contra del PP porque es difícil recuperar el pulso cuando se ha asumido la doctrina marianista de que nunca pasa nada. Quisieron hacer del caso Rato virtud y lo que han conseguido es meterse en un lío descomunal, con Montoro señalado por el uso partidista de la información fiscal y con el garantismo jurídico en el limbo. Y crece la sensación de alejamiento de la realidad, personificada en un presidente que insiste en un discurso triunfalista ajeno a la percepción ciudadana y se empeña en negar el deterioro institucional que todo el mundo identifica.

Al PP todo le sale al revés. Cada día se incorpora un cuadro a la galería de la corrupción

Sin embargo, hay una diferencia importante con 1996. Entonces, había una sola opción alternativa, el PP, que representaba un proyecto político e ideológico claramente distinto, dentro del marco de la alternancia bipartidista. Ahora, quien debería asegurar el relevo —el PSOE— no puede garantizarlo porque está siendo arrastrado por una crisis que no es sólo de un partido, el PP, sino que es de un régimen político con cuyos vicios se le identifica igual que a la derecha. El PSOE no consigue aparecer como alternativa, ni es siquiera capaz de capitalizar los progresos en derechos individuales del paréntesis zapaterista. Los nuevos partidos-acontecimiento, surgidos de la crisis social y de régimen (Podemos) y de la brecha abierta en el bipartidismo (Ciudadanos), son una incógnita tanto en su capacidad para cuajar como organizaciones como en su potencial renovador. “El cambio se hace al cambiar”, este parece ser el espíritu del momento. No hay que tenerle miedo. Al contrario, es una oportunidad: estamos ante una crisis de régimen y, al final del ciclo electoral, se deberá afrontar una renovación institucional para optimizar la representación ciudadana y adecuar la gobernanza a las exigencias de una sociedad compleja.

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