_
_
_
_
África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

El increíble coraje de Rose Lokissim

José Naranjo

Opositora al régimen de Habré, Rose Lokissim murió ejecutada en 1986.

El 14 de septiembre de 1984, Rose Lokissim, de 31 años, fue detenida en Yamena, la capital de Chad, acusada de conspirar contra el régimen de Hissène Habré, el sanguinario dictador que gobernaba entonces el país y bajo cuyo mando fueron asesinadas 40.000 personas. Durante dos años sufrió todo tipo de torturas y vejaciones, pero nunca se quebró. Al contrario, soportaba el dolor y las palizas con entereza y animaba una y otra a vez a sus compañeros de cautiverio, a muchos de los cuales iba viendo morir tras un sufrimiento atroz. Durante meses, Rose escribió y escribió. En trozos de papel cogidos furtivamente, en papel de fumar, en restos de cajas de jabón. Recogió nombres de víctimas y de verdugos y, como pudo, los hizo llegar al exterior para dejar testimonio del horror que estaba viviendo. Hasta que un día la sorprendieron. El día antes de ser ejecutada, sus captores recogieron su última declaración: “Dice que incluso si tiene que morir en esta mazmorra, que no se arrepiente de nada porque Chad se lo agradecerá y la Historia hablará de ella”. Un documental, dirigido por la española Isabel Coixet, recoge ahora su historia y ve la luz meses antes de que se celebre el histórico juicio contra Habré en Senegal.

El documental Parler de Rose, de 30 minutos de duración, ya fue estrenado en Chad y se presentó en París el pasado 10 de abril. A través del testimonio de un puñado de supervivientes y con la voz de la actriz francesa Juliette Binoche, la directora española Isabel Coixet (autora de películas como Mi vida sin mí o La vida secreta de las palabras, pero también de documentales como Escuchando al juez Garzón o Marea blanca) va enhebrando la historia de la terrorífica represión de Habré y, frente a ella, la increíble demostración de coraje de Rose. Detenida por formar parte de la oposición, fue encarcelada en la celda C de la Dirección de Documentación y Seguridad (DDS), la policía política del régimen, un pequeño espacio que compartía con sesenta hombres. Pese a las torturas, Lokissim nunca se vino abajo. “Fue ella quien ayudó a que mi bebé naciera”, cuenta una de las supervivientes a Coixet, “fue una mujer valerosa”.

Gracias a esos documentos y al trabajo hecho por HRW y Reed Brody, apodado el cazador de dictadores por su participación en los procesos contra Pinochet en Chile y Duvalier en Haití, la tortura era una práctica sistemática en el Chad en los años ochenta. Uno de los centros de reclusión de la DDS era una antigua piscina que había sido tapada con hormigón. Debajo, en minúsculas celdas con sólo un ventanuco, se hacinaban cientos de personas sin apenas comida ni agua que solían morir en cuatro o cinco días por el asfixiante calor. A veces los presos tenían que dormir sobre los cadáveres de sus compañeros durante días hasta que los retiraban. En los interrogatorios era frecuente el uso de corriente eléctrica, ahogamientos o la técnica del arbatachar, mediante la cual se ataban los brazos y piernas de la víctima por detrás del cuerpo y se les dejaba en esta incomodísima y forzada posición durante días. Las consecuencias más frecuentes eran pérdida de circulación sanguínea, parálisis de las extremidades, heridas abiertas por las ligaduras y gangrena.

Hissène Habré, dictador de Chad entre 1982 y 1990. / Foto: AFP

Pero hagamos un poco de historia. En 1982, el ex jefe guerrillero Hissène Habré llegaba al poder tras dar un golpe de estado. El dictador chadiano se mantuvo ocho años en el mando con el apoyo de Francia y EEUU porque era el aliado perfecto para frenar el expansionismo de Muammar Gadafi, convertido ya en el archienemigo oficial de Occidente. Sin embargo, durante ese tiempo no sólo combatió a los libios, a los que logró expulsar de suelo chadiano en 1987. Su régimen se caracterizó por una brutal represión contra opositores y contra miembros de otras etnias diferentes a la suya, los tubu. En el momento en que fue derrocado por un golpe de estado liderado por el que fuera su jefe de Estado Mayor, Idris Déby, en 1990, el régimen de Habré ya había asesinado a unas 40.000 personas y torturado salvajemente a otras 200.000, según estiman las organizaciones de Derechos Humanos.

Tras su caída, se exilió primero en Camerún y luego en Senegal, donde vivió rodeado de lujos y en paz durante 22 años. Sin embargo, la tenacidad de las asociaciones de víctimas y el apoyo de organismos internacionales han logrado lo que parecía impensable, llevar ante la Justicia a quien es conocido como el Pinochet africano. “Es un proceso histórico”, aseguraba Reed Brody la semana pasada en Dakar, “es la primera vez en la historia que el tribunal de un Estado va a juzgar al dirigente de otro Estado por violaciones de los Derechos Humanos. Y es la primera vez que se aplica en África la competencia universal, que obliga a juzgar crímenes incluso si son cometidos por extranjeros contra extranjeros en un país extranjero. Esto supone un auténtico giro para la Justicia en África”.

Reportaje sobre las investigaciones de Reed Brody en Yamena.

Está previsto que el juicio se celebre este año, dentro de unos meses. Pero no ha sido fácil. La campaña para llevar a Habré ante la Justicia dio sus primeros frutos en el año 2000 cuando un juez senegalés admitió a trámite una acusación por torturas, pero semanas después el Tribunal de Apelación de este país declaró que la Justicia senegalesa no era competente para juzgarle. Un año después es un juez belga quien, a instancias una vez más de las víctimas, inicia un procedimiento por crímenes contra la Humanidad, crímenes de guerra y torturas, dictando en 2005 una orden de arresto internacional. Senegal eleva una consulta a la Unión Africana y en 2006 el organismo panafricano responde que sí, que había que juzgar al ex dictador en Dakar “en nombre de toda África”.

El proceso se pone en marcha, pero el entonces presidente senegalés Abdoulaye Wade no parece del todo decidido y da dos pasos adelante y uno hacia atrás, mareando la perdiz. Sin embargo, todo cambia en 2012 con la llegada al poder en Senegal de un nuevo presidente, Macky Sall, y, sobre todo, de su entonces ministra de Justicia, la histórica militante por los Derechos Humanos Aminata Touré. Se crea un tribunal especial, denominado las Cámaras Africanas Extraordinarias, un órgano judicial que ve la luz ex profeso para este proceso y en junio de 2013, Habré es detenido y encarcelado en una prisión especial habilitada para él en Dakar. Gracias a las aportaciones de distintos gobiernos y organismos, como EEUU, Bélgica, la Unión Europea o la Unión Africana, se ha logrado completar un presupuesto de 7,4 millones de euros.

Grabado que recoge el arbatachar, una de las técnicas de tortura del régimen.

“Todo indica que será un juicio transparente y eficaz”, asegura Brody, “la instrucción ha llevado 19 meses, se han puesto en marcha cuatro comisiones rogatorias y se han recogido los testimonios de 2.500 víctimas. Además, se ha convocado a expertos militares e históricos y se han exhumado los restos de masacres en Chad. Los jueces han encontrado elementos suficientes para imputar a Habré por responsabilidad penal en empresa criminal, torturas y crímenes de guerra”. La Unión Africana acaba de designar a los cuatro jueces que le juzgarán, al frente de los cuales se encuentra el burkinés Gberdao Gustave Kam, que formó parte del Tribunal Penal Internacional para Ruanda entre 2003 y 2009. Sólo falta que estos decidan la fecha exacta, prevista para dentro de unos tres meses. Durante el proceso, más de 100 supervivientes de torturas se desplazarán desde Chad hasta Dakar para testificar.

La creación de las Cámaras Africanas ha tenido un efecto colateral inmediato. El Gobierno chadiano, que parece no querer quedarse atrás, ha reactivado el procedimiento judicial en curso contra altos dirigentes del régimen de Habré encarcelados en este país. Y el pasado 25 de marzo se produjo un veredicto histórico: 24 personas fueron condenadas, siete de ellas a perpetuidad, acusados de asesinatos, torturas, secuestros, detenciones arbitrarias y actos de barbarie. Entre los condenados a cadena perpetua se encuentra Saleh Younous, quien fuera el máximo responsable de la DDS, el brazo ejecutor de la política represiva de Habré.

Presidente de Chad, Idriss Déby, fue estrecho colaborador de Habré. / Foto: AFP

La colaboración del Gobierno chadiano ha sido muy importante, hay que reconocerlo”, añade Brody, “en 2002 levantó la impunidad a Habré y han aceptado que se lleven a cabo las investigaciones. Sin embargo, es un tema espinoso y habrá que ver cuál es su colaboración durante el juicio”. Y es que el actual presidente chadiano, Idris Déby, tiene que fue uno de los pilares del régimen de Habré, era comandante en jefe de las Fuerzas Armadas entre 1983 y 1985 y estuvo implicado en la represión, sobre todo en el conocido como septiembre negro de 1984. En aquel mes el Ejército al mando de Déby llevó a cabo distintas masacres, de las cuales una de las más conocidas y simbólicas es la de Deli. Durante las investigaciones previas a este juicio, el Grupo Argentino de Antropología Forense, uno de los mejores del mundo, exhumó de una fosa común los cuerpos de 21 hombres, todos ellos asesinados de un balazo.

Sin embargo, el proceso de Dakar se dirige contra Habré y contra nadie más. “La participación del dictador en la puesta en marcha de la DDS está fuera de toda duda. Puso al frente a sus próximos, miembros de su etnia o su familia que le daban cuenta todos los días. Él daba las órdenes, estaba al corriente de todo, incluso seguía algunos interrogatorios y torturas a través de walkie talkie. Muchos presos reconocieron su voz”, explica Brody. Falta saber si Habré se defenderá, si tomará la palabra durante el juicio, lo que no ha hecho hasta ahora. “Nos encantaría”, dice Brody, “hay muchas cosas que preguntarle”. De momento, lo que está claro es que las palabras de Rose Lokissim están a punto de convertirse en realidad. “Chad me lo agradecerá y la Historia hablará de mi”.


Víctimas de la represión de Hissène Habré, en Yamena. / Foto: HRW

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_