Construir en Manhattan por un dólar
Desde hace un lustro, varias asociaciones de arquitectos norteamericanas (Figment, ENYA o AIANY y SEAoNY) organizan en Nueva York un concurso para construir un espacio público “soñado”, un pabellón en la isla Governors, frente a Manhattan. Se trata de conseguir sombra y participación ciudadana, también de llamar la atención sobre la construcción del espacio público en manos de los ciudadanos y, finalmente, es una excusa para celebrar el verano.
Que el artilugio arquitectónico resultante dé qué hablar tiene -esta vez sí- todo el sentido. Se trata, fundamentalmente, de un edificio-anuncio. Y en ese aspecto, la arquitecta española Izaskun Chinchilla (Madrid, 1975) lo tiene todo a favor. La imaginación para construir reciclando ruedas de bicicleta, paraguas y trípodes y el objetivo de lograr una arquitectura de gran ingenio, enorme impacto y aspiraciones de récord Guinness (como el mayor ramo de flores de Manhattan ha descrito su proyecto) fueron clave para que la madrileña ganara el concurso. Su propuesta de edificio-anuncio tiene ahora 12 días para reunir los 20.000 dólares que su estudio ha detallado minuciosamente que costará la intervención. Este post es un apoyo al llamamiento, hecho por la propia Chinchilla, para que quien disfrute con este tipo de acciones, crea en ellas o simplemente defienda el potencial de la imaginación pueda aportar su granito de arena (en forma de dólar).
Y lo haría por los siguientes motivos:
-Porque es un trabajo temporal, es decir porque se desmontará y no nos exigirá asistir a su decadencia. Esa razón lo convierte en un proyecto que no sólo admite sino que también necesita del exceso y la osadía, dos valores del trabajo que Chinchilla ha firmado hasta ahora.
-Porque está pensado para construirse a piezas -orgánicamente, a partir de paraguas, ruedas de bicicleta y trípodes-. Y porque su desmantelamiento está igualmente calculado y organizado por componentes para poder reutilizar las partes en servicios públicos de la ciudad.
-Porque aunque la arquitecta lo haya definido como un “reclamo para la revolución ciclista” –que ella misma defiende en sus propuestas para ciudades “reprogramables por los ciudadanos”- es a la vez un monumento a la imaginación y, de construirse, sería también un gran anuncio del trabajo en equipo.
-Celebraría que se construyera además porque considero que el talento de Chinchilla no ha tenido hasta ahora la suerte que merece. Aunque, mi teoría en este último punto es que parte de la culpa de esa falta relativa de éxito es atribuible a los excesos de la propia autora.
Trataré de explicarme:
Se necesita una imaginación desbordante para ser capaz de teorizar, y la arquitecta Izaskun Chinchilla la tiene. Sumada a su sagaz inteligencia y a su aplicación al estudio le valió una matricula de honor en un proyecto de final de carrera (PFC) que hizo historia en la escuela en la que se convirtió en arquitecta, la ETSAM de Madrid. De aquella presentación han pasado 14 años y, a la vez que Chinchilla ha conseguido dar clases y conferencias en algunas de las más destacadas escuelas de arquitectura del mundo, no ha logrado levantar más que pequeños encargos (reformas domésticas fundamentalmente), eso sí, desbordantemente imaginativos. En el adjetivo está el problema: muchas de sus intervenciones son excesivas por las horas de dedicación del estudio, por la exigencia con el usuario y por la mezcla de entrega absoluta y arrogancia ciega que lleva a alguien a trabajar cada milímetro de la casa de una persona no como quien diseña una vivienda sino como quien construye una vida.
Sólo he coincidido una vez con Izaskun Chinchilla. Presentaba en Lisboa el que está llamado a ser –de momento- su gran proyecto, un centro cultural-mediateca en el Castillo de Garcimuñoz (Cuenca) en el que viene trabajando desde hace años. Aunque la intervención en ese pueblo de poquísimos habitantes no está concluida y, por lo tanto sería injusto juzgarla de manera concluyente, lo presentado por la autora deslumbraba como un escenario para una película de ciencia ficción. Lo de menos era que fuese totalmente reciclable. “¿Reciclable para qué?”, le pregunté entonces. Chinchilla no solo admite la discrepancia. Esta habituada a lidiar con ella. Y a argumentar sus objetivos. Eso para esta periodista es algo casi inusitado en un colectivo que, sin embargo, no se cansa de dar muestras de añoranza ni de asistir a seminarios sobre crítica arquitectónica.
A nadie se le escapa que no es lo mismo una intervención en un vestigio medieval que una ocurrencia temporal frente a una de las grandes ciudades del planeta. Tampoco es lo mismo un edificio con un uso específico permanente que una cubierta que proteja del sol y la lluvia temporalmente. El compromiso con la innovación -del que tantas veces ha hablado Chinchilla- podría madurar hacia una imaginación necesaria, comprometida con algo más que el mero hecho de innovar. A mí me gustaría verlo. Aunque creo tanto en el esfuerzo como en el talento, pienso que Chinchilla tiene mucho de ambos. Sería un desperdicio no poder disfrutarlos.
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