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La paradoja y el estilo
Columna
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Cartier en el juicio

Las personas célebres que van ante el juez gustan de hacer énfasis en sus vestuarios

Boris Izaguirre
Francisco Correa en un juzgado de Valencia.
Francisco Correa en un juzgado de Valencia.JOSE JORDAN

En el año electoral acaba de iniciarse la temporada de los grandes juicios. Y, cómo no, ha sido a lo grande con la apertura e inmediato aplazamiento del juicio a la supuesta trama corrupta Gürtel. Uno de sus más brillantes protagonistas, el empresario Francisco Correa, aprovechó el primer día de juicio para estrenar americana de presunto color anacardo y sobre todo esmerarse en enseñarnos un impresionante reloj Cartier de la colección Santos, que de presunto tenía lo que nosotros de listos y él de discreto.

El banquillo del juicio Gürtel a lo mejor no pase de ser presunto para siempre, pero en compensación ofrece unas lecciones de estilo inmejorables. Supera el juicio por blanqueo de la trama marbellí donde coincidían personas que se amaban y odiaban como el exalcalde Julián Muñoz, su exesposa, Maite Zaldívar, y su examante, Isabel Pantoja. Era una telenovela andaluza con hits de los ochenta, noventa y dos mil. El banquillo de Gürtel tiene un poquito más de contención sentimental; de todas las presunciones que allí habitan, el amor no ocupa lugar y las señoras van vestidas como funcionarias en apuros antes que de viudas de España. La más adusta es Milagrosa Martínez, la todavía alcaldesa de Novelda y expresidenta de las Cortes Valencianas, que se pasó el día del juicio luchando contra el aburrimiento y la somnolencia enseñando una sombra de ojos verde esperanza. Escogió para ese momento sueño una chaqueta larga azul marino que le otorgaba un aire de directora de prisiones no se sabe si por ironía o por insomnio. Y seguramente mantiene ese gesto súper serio porque debe fastidiarle compartir banquillo con los mismos que la rebautizaron como La Perla. Cuando has sido toda una presidenta de las Cortes que te recuerden por un sobriquete es como para desvelarte para siempre.

En el mundo de la presunta corrupción, las mujeres no quieren llamar demasiado la atención. Eso se lo dejan a los caballeros que no pueden evitar aflorar sus personalidades pavo real. Correa con su reloj Santos. Pablo Crespo, el más elegante de todos los presuntos, con su inmaculada cabellera blanca, y el que una vez fuera, el más público y exuberante del equipo, El Bigotes, un tanto desmejorado pero apostando por los calcetines llamativos que puse de moda en Crónicas marcianas. Una mano mágica concibió colocar a El Bigotes y a Correa a ambos extremos del banquillo para que pudiéramos comprobar que en nuestras cárceles te hacen un repaso estilístico que vale muchísimo la pena. El Bigotes, que no ha estado tan preso como Correa, se ve seriamente desfondado aunque la barba, los calcetines, la fundamental mochila y pulseritas le dan ese aire bohemio que te deja el ser imputado. Correa en cambio luce aguerrido, desafiante. La cárcel lo ha hecho más valiente al tiempo que le ha dado apuntes para mejorar su estilo. Su imagen parece decir: “Corromperse vale la pena”. Tanto que apostó por enseñar ese Cartier sin complejos. Casi como si deseara que la marca francesa o le amoneste o le llame a ser su hombre en el mediterráneo.

Cierto es que las personas célebres que van a juicio gustan de hacer énfasis en sus vestuarios. Capone impuso unos gabanes que parecían infinitos, hace casi un siglo. Linda Evangelista y Naomi Campbell desfilaron colecciones y estilismos divinísimos en los tribunales neoyorquinos. Una secretaria privada de un presidente de Venezuela, Blanca Ibáñez, vistió en su juicio, por uso indebido de fondos reservados, reloj y pulsera de Bulgari y un maletín de cocodrilo negro más grande que ella misma. En Madrid, por estos días, una nueva “imputada pero no”, Isabel Gallego, se pasea detrás de la candidata Aguirre con la melena planchada y un tinte que combina con el de la propia Esperanza. Si el de la candidata es almendra, el de su jefa de prensa es avellana. Puede que Gallego no alcance la cuota de popularidad de Correa y El Bigotes pero su estilo sí juega con los tonos tierra y el aire minimalista que les da a todos un aspecto uniformado, casi como el de Uma Thurman en Gattaca. Cuando el Museo del Traje le dedique una exposición al vestido en la década de la corrupción, entenderemos por fin cómo era de delgada la línea entre lo que te volvía presunto y también bien vestido.

El torero Ortega Cano disfruta de su tercer permiso carcelario, concedido en pleno Jueves Santo. Ha vuelto a salir de la cárcel mucho más joven de lo que entró. Pero esta vez las sospechas, o el mérito, van dirigidos a su esposa Ana María Aldón, una joven emprendedora de Sanlúcar de Barrameda. Aldón podría aprovechar los permisos para conducir al diestro a centros de estética que hagan más llevadera su condena. Salió hecho un hipster la primera vez, pero tanto bótox y vitaminas no pueden almacenarse en una cárcel. Se presume que Aldón sabe cómo combinar extractos de frutas para conseguir ese efecto luminoso en la piel de su esposo: antes de casarse regentaba una de las fruterías más conocidas de Sanlúcar. “Tenía la mejor selección de nísperos y albaricoques de toda la comarca”, me aseguraron. Con la corrupción y el estilo nunca se sabe, si naces con él o lo adquieres. O al final se lo debes a una sabia mezcla de peras con manzanas.

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