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Los padres cuidadores

Un padre con su hija a la entrada del colegio. Foto: Samuel Sánchez
Un padre con su hija a la entrada del colegio. Foto: Samuel Sánchez

Los mayores obstáculos que todavía hoy siguen impidiendo la igualdad efectiva de mujeres y hombres están relacionados con la necesidad de revisar las relaciones entre los espacios públicos y privados, así como con la urgencia de compartir equilibradamente los derechos y responsabilidades que unas y otros hemos tenido tradicionalmente en un pacto social condicionado por el contrato sexual previo. Ello exige, de una parte, incidir en los mecanismos de ejercicio del poder, tanto político como económico, con el objetivo de que las mujeres participen de él en plena igualdad de condiciones con los hombres, además de modificar unos métodos que continúan respondiendo al modelo de racionalidad masculina.

De otra parte, esa transformación de lo público debe ir acompañada de una revisión de los roles que mujeres y hombres hemos asumido históricamente en los espacios privados y, muy especialmente, en lo relacionado con las responsabilidades familiares. Todo ello sumado a la diversidad que encierra el mismo concepto de familia y que, poco a poco, vemos como supera los estrechos márgenes del marco heteronormativo.

A estas alturas puede parecer una obviedad decir que mientras que las mujeres se han ido incorporado, no sin dificultades, a lo público, los hombres no lo hemos hecho en la misma medida a lo privado. Pero en ocasiones es necesario reiterar lo obvio para poner de manifiesto lo mucho que nos queda por hacer en materia de igualdad de género.

Ello pasa necesariamente por acciones educativas y socializadoras que sirvan para construir unas subjetividades masculina y femenina alejadas del canon patriarcal. Solo así será posible el ejercicio compartido de autoridad y cuidado en el ámbito de las relaciones familiares. Y solo con estos presupuestos, convertidos en una realidad efectiva y no en un mero deseo, tendrán sentido reclamaciones como la de la custodia compartida de los hijos y las hijas en los casos de separación y divorcio.

Junto a dichas actuaciones políticas, que deben traducirse en normas obligatorias y en dotaciones presupuestarias sin las que la igualdad no pasa de ser un mero discurso, son imprescindibles los procesos mediante los cuales los hombres, todavía hoy educados para ser los héroes y los proveedores, analicemos críticamente nuestro lugar en el mundo y nos planteemos, por ejemplo, qué modelo de paternidad deseamos ejercer.

Un modelo que debería superar el vinculado tradicionalmente al ejercicio de la autoridad, así como a la ausencia propia del hombre volcado en lo público, y que debería proyectarse en el desempeño del papel de cuidador que nuestros padres y abuelos estimaron que no era el suyo. Este objetivo, que sin duda repercutirá en una mayor calidad de las relaciones familiares y en un mayor espacio de las madres para desarrollar sus actividades públicas, nos llevará a tener una experiencia mucho más completa y gozosa de lo que supone ser padre. Sobre todo si aprendemos a manejar y disfrutar de nuestras emociones, si asumimos nuestra vulnerabilidad y si entendemos que la vida, incluida también la responsabilidad que supone cuidar de una vida ajena, es un permanente aprendizaje en el que nadie tiene todas las lecciones aprendidas.

Esa experiencia, estoy seguro, contribuiría además a que nuestra manera de desenvolvernos en lo público, de relacionarnos con los demás o de resolver conflictos respondiera a otros métodos, mucho más pacíficos y empáticos, más conciliadores y menos autoritarios, más emancipadores y democráticos.

La reivindicación pues de unas paternidades cuidadoras no es solo una cuestión personal, sino que también, como lleva siglos enseñándonos el feminismo, es un reto político. Porque con ellas y a través de ellas será posible educarnos en una mayor hondura democrática, en una ética cívica sin la que no es posible construir una convivencia pacífica y mucho menos un contrato en el que mujeres y hombres tengamos las mismas condiciones para pactar.

Siendo mejores padres seremos sin duda mejores maridos, compañeros, amantes y hasta mejores ciudadanos. Y para ello solo nos hace falta cambiar las ausencias por presencias, la autoridad por corresponsabilidad y la razón infalible por ternura dialogante. Ese sería el mejor regalo que le podríamos ofrecer a las madres, a nuestros hijos e hijas y a nosotros mismos. Y solo entonces tendríamos motivos para celebrar un 19 de marzo en el que ya no serían necesarias ni corbatas ni relojes. Porque habríamos deshecho el nudo de la desigualdad y habríamos entendido que no somos los legítimos poseedores de nuestro tiempo y mucho menos del propio de aquellas que siempre entendimos que existían por y para los demás.

Comentarios

No está mal pensado este artículo, la verdad es que las mujeres nos olvidamos que los padres también tienen las mismas ganas que nosotras de estar con sus hijos, de criarlos y de educarlos y esa es una cuestión que no se nos debería pasar por alto si en un momento dado decidieramos separarnos de nuestra pareja y tenemos hijos en común, independientemente de la relación de la pareja no se nos puede olvidar que el amor por los hijos existe de una y de otra parte; no sería ninguna tontería si desde la administración y empresa privada se tuviera en cuenta esta circunstancia en los hombres y mujeres jóvenes, incorporados ya al mundo laboral y que forman familias con hijos de manera que se les facilitara el poder conciliar ambas, asi como, tener previsto para aquellas profesiones o trabajos en los que se necesita más dedicación hacerlo con personas de más edad y experiencia en las que las cargas familiares, refiriéndome a los hijos, pues ya no lo son tanto porque se supone ya son mayores y no necesitan tanto de sus progenitores (aunque, claro está, hay excepciones de padres que son mayores y tienen hijos pero igualmente se puede prever), ya se sabe que esto es una utopía pero también si al hombre de la prehistoria le hubieran dicho que el hombre iba a pisar la luna se hubiera quedado visojo, con lo cual todo es posible, digo yo, si hay voluntad, claro.
Buen artículo, pero que en mi experiencia omite una realidad terrible: la de los matrimonios separados con hijos, especialmente aquellos donde el padre sencillamente "se ha ido" y aparece cuando le apetece. En estos casos cuando la madre separada rehace su relación con otro hombre, este nuevo "padre" no tiene ni los roles ni los derechos que el padre "genético" aunque este sea un tarambana. En fin, ser padre es fácil, lo difícil es estar presente no como estos numerosos padres de fin de semana que sólo se preocupan de sus cosas. Vergonzosa realidad.
Los padres sí se ocupan de sus hijos. Estoy refiriéndome sólo a lo que veo a mi alrededor, claro está: padres que llegan el viernes a recoger a sus hijos eufóricos, porque quizá es el único día de la semana en que pueden hacerlo y madres que han elegido no trabajar, o hacerlo sólo a media jornada porque es un ritmo de vida que les resulta más placentero. Estamos hablando, no de una opción de los padres, sino de una obligación. ¿o es que quieren menos a sus hijos los padres que saben que renuncian a estar con los niños de lunes a jueves porque saben que, o llevan ellos el dinero a casa, o no lo lleva nadie?Pero quizá sólo soy una ignorante, porque sólo puedo hablar de lo que veo a mi alrededor: padres que llegan resoplando a las reuniones de padres del colegio, que se convocan a horarios imposibles para los trabajadores (los que aún tienen empleo) y que quieren estar al tanto de la vida escolar de sus hijos. Padres que, llegando el fin de semana, se pegan a sus hijos como lapas, les llevan a los partidos, a cortarse el pelo, a hacer la compra, a donde sea, con tal de estar con ellos porque así lo han decidido en su matrimonio, mientras ellas se quedan en casa, poniendo las cosas en orden, preparando la comida... ¿organizarse es machista, es feminista? Hoy es el día de la custodia compartida. Esta mañana, cientos de hombres y mujeres se han concentrado en la plaza de Cibeles de Madrid para reivindicar el derecho de los padres a disfrutar de sus hijos en corresponsabilidad con las madres, y el derecho de los hijos a no quedar huérfanos de padre en vida. Porque, hoy en día, un divorcio significa, para un hombre, dejar de convivir no sólo con su mujer, sino dejar de hacer de padre. Pasar a ser un "visitador" que, por horas, tiene que enterarse de lo que otros deciden por él en lo referente a los asuntos de la vida de quienes, hasta anteayer, eran sus hijos y con los que convivía.Dura amputación que pasa factura a padres y a hijos.Pero El País de esta manifestación, hoy no dice una palabra. Y, mientras, decenas de miles de hombres siguen viendo como lo más importante de sus vidas, pasa a ser una cita en el calendario: los miércoles de 5 a 8 y los fines de semana alternos. Qué lesión tan grave a los derechos humanos. En España.
Ya, bueno, y que fue antes, el huevo o la gallina!!

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