Manco y con seis dientes
La prudencia se impone ante el posible hallazgo de los restos de Cervantes
Después de varios años de incertidumbre, la búsqueda de los restos de Miguel de Cervantes parece estar a punto de culminar, aunque de momento no hay un veredicto concluyente. Los investigadores que han dirigido los trabajos de exhumación aseguran que los huesos hallados en el convento de las Trinitarias corresponden al autor de El Quijote, pero el Ayuntamiento de Madrid no quiere lanzar las campanas al vuelo. ¿Desconfianza o estrategia?
No hay duda de que, para la alcaldesa Ana Botella, terminar su mandato con un hallazgo arqueológico-cultural de estas dimensiones sería un cierre triunfal a una gestión más bien gris. De ahí que, si efectivamente los rastros óseos corresponden a Cervantes, quiera hacer una presentación pública por todo lo alto, ante los focos de los medios de comunicación.
Pero, ¿cómo saber a ciencia cierta que los fragmentos de esqueleto hallados en un nicho junto a otros muchos huesos corresponden realmente a Cervantes? ¿Los avances científicos permiten afirmar fehacientemente que, cuatro siglos después de su muerte, el ingenioso escritor puede al fin reposar debajo de una placa que evoque su memoria?
El equipo que ha llevado a cabo las investigaciones sostiene que hay indicios de que bajo el suelo del convento de las monjas de clausura yacen los restos de Cervantes, aunque nadie se atreva a cantar victoria. En situaciones tan delicadas como esta no sobra un poco de prudencia. Máxime cuando las convicciones arqueológicas y antropológicas, por lo que hasta ahora se conoce, son más bien frágiles.
A falta de pruebas de ADN, los expertos han depositado su confianza en que la osamenta desvele aspectos clave de la vida del escritor, como las secuelas que la batalla de Lepanto le dejó en el cuerpo. A saber: la mano izquierda atrofiada y vestigios de plomo por arcabuzazos. Otra pista concluyente es su dentadura, sobre la que el propio autor confesó algunos detalles en el prólogo de las Novelas ejemplares: “Los dientes, ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos”.
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