El trauma de comer mal en un restaurante
En la Universidad de Stanford se fijaron en las opiniones positivas, y descubrieron que en los locales caros se abusa de las metáforas eróticas para describir la comida, mientras en los baratos, mandan las comparaciones con las drogas
Estuditis: dícese de la enfermedad que afecta a universidades y medios de comunicación consistente en la publicación y difusión de estudios innecesarios sobre diversas materias. En su versión más dañina, la estuditis propaga información sesgada, como en los informes sobre las bondades de la cerveza, el café o el chocolate financiados por la industria que los elabora. En la más inocente, los estudios son extravagantes sin más, y uno se pregunta dónde nos llevan sus conclusiones y dónde compran la marihuana los científicos que los promovieron.
No sé si incluir en este último apartado el trabajo de Daniel Jurafsky, un profesor de Lingüística de la Universidad de Stanford, cuyo equipo ha analizado el lenguaje de cerca de 900.000 comentarios sobre restaurantes publicados por usuarios en la web Yelp. Su conclusión es que el lenguaje de las críticas negativas se parece al utilizado por personas que han sufrido alguna experiencia traumática. Usan mucho el pasado en vez del presente “para distanciarse de la situación”, “pronombres y menciones a otra gente”, “primera persona del plural” y palabras negativas como “terrible” y “horroroso”.
Según Jurafsky, el tono es similar al de los afectados por el 11-S, los tiroteos en los institutos estadounidenses o los accidentes, de lo cual deduce que los clientes sufren “traumas menores” cuando comen mal o son mal atendidos en restaurantes. ¿Exageración? Atendiendo a mi experiencia particular, podría decir que me he sentido profundamente traumatizado cuando he pagado pastones por comidas mediocres, y también tras pasar duras jornadas disolviéndome en el baño tras ser intoxicado. Los restaurantes traumáticos existen, tanto en la alta cocina como en la cocina de menú de Mordor, pero también pienso que entre los autores de críticas furibundas no faltan los clientes insufribles, los amargados y las drama queens que llevaban ya el trauma puesto antes de sentarse a comer.
En Stanford también se fijaron en las opiniones positivas, y descubrieron que en los locales caros se abusa de las metáforas eróticas para describir la comida, mientras en los baratos, mandan las comparaciones con las drogas. El foie es orgásmico; las patatas fritas enganchan como el crack. Mi teoría al respecto, tan sombría como improvisada, es que sobrevaloramos el sexo y nos escudamos en la adicción para entregarnos a la comida guarrindonga. Aunque quizá este análisis es tan peregrino como el propio estudio, así que cójanlo con pinzas.
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