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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Violencia gratuita... e indeleble

La difusión de la agresión a una mujer en Barcelona deja varias conclusiones sobre la 'sociedad de la transparencia'

SOLEDAD CALÉS

Un nuevo episodio de violencia arbitraria ha mostrado algunos de los rasgos más inquietantes de lo que el filósofo Byung-Chul Han denomina la sociedad de la transparencia, aquella en la todo está expuesto a la vista de todos. Los hechos son lamentables: el domingo 22 de febrero un joven que se encuentra de fiesta en Barcelona se reta ante sus amigos a demostrar que es capaz de pegar una patada a la primera mujer con la que se tope. El azar hace que sea una mujer de 48 años que espera junto a una amiga a que pase un taxi. El joven se coloca delante del móvil del amigo, cuenta hasta tres, toma carrerilla y propina a la mujer una patada por la espalda tan brutal que la derriba.

Escenas como esta no suelen grabarse para ser guardadas, sino para compartirlas, y el viernes pasado la escena se había convirtió en trending topic en Twitter. El lunes, el joven había sido identificado y citado a la comisaría de policía de su ciudad, Talavera de la Reina (Toledo).

El suceso muestra en primer lugar hasta qué punto nubla la razón el deseo de nuevas sensaciones y de notoriedad. ¿Cómo es posible que un joven que supuestamente ha recibido una buena educación, sea capaz de un acto de brutalidad así? ¿Y de lanzarlo luego a las redes a la vista de todos?

Resulta lógico que la difusión del video causara una ola de indignación. Pero hubo reacciones desmesuradas, como algunas propuestas de linchamiento, tan graves como la conducta del propio agresor.

La tercera lección es la rapidez con la que se puede identificar a una persona cuando su rostro circula por la Red. Y lo fácilmente que se puede errar: alguien creyó identificar a un joven de Tortosa como autor de la patada, y este pasó apuros para librarse del estigma que cayó sobre él.

La policía recibió en apenas dos días más de una decena de pistas que conducían al joven de Talavera, al que de nada sirvieron los intentos desesperados de borrar su rostro de las redes en las que participaba. Pronto pudo comprobar que es muy fácil colgar algo, y muy difícil hacerlo desaparecer; que en Internet todo pasado se vuelve indeleble y está condenado a permanecer. En el castigo tiene ahora este joven su penitencia. El precio real que pagará por su desatino será muy superior a la pena que la justicia le imponga.

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