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La intensa vida de una cooperante en la República Centroafricana

La trabajadora de MSF cuenta la etapa de dos años que pasó en el país coordinando la asistencia médica de su organización

Desplazados en la ciudad de Bouca al Noreste de la República Centroafricana.
Desplazados en la ciudad de Bouca al Noreste de la República Centroafricana.Juan Carlos Tomasi (MSF)

Si no recuerdo mal, creo que fue en marzo de 2013, justo antes del Golpe de Estado en Bangui, cuando escribí por última vez sobre la República Centroafricana (RCA).

Probablemente, estos dos últimos años han sido los que más intensamente he vivido desde que abrí los ojos sobre la faz de la Tierra. Recién llegada a la RCA, en junio de 2012, la frágil inestabilidad política que ya existía de manera crónica en el país volvió a agravarse en pocos meses, resultando en el resurgimiento de los ataques rebeldes en diciembre de ese mismo año, justo el día de mi cumpleaños, y precisamente atacando la población donde tenemos uno de nuestros proyectos y donde yo me encontraba haciendo una visita de coordinación. El rápido desplazamiento armado de los rebeldes hacia la capital culminó con el Golpe de Estado que derrocó al entonces presidente, Bozizé, apenas tres meses después.

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La situación explotó después de años de conflicto más o menos latente que se arrastra, como en muchos países africanos, desde la creación de unos estados a los que no se les dieron herramientas ni oportunidades. En las comunidades del norte y el este del país y entre las que había un sentimiento de abandono surgieron milicias armadas que crecieron hasta forzar el cambio de Gobierno de hace dos años. Luego, la reacción de las comunidades agraviadas, el uso de la religión como elemento de división, las atrocidades, las venganzas y la victimización de los civiles en un país ignorado.

Desde entonces, largas jornadas de trabajo, intenso estrés, condiciones de seguridad muy precarias y actividades restringidas fueron el pan de nuestro de cada día hasta el fin de mi misión, en junio de 2014. Después, el país ha vuelto a caer cada vez en el olvido habitual. Ni las 900.000 personas que aún no han podido volver a sus hogares (la mitad de ellas están refugiadas en otros países), ni la evidente falta de servicios básicos han llevado a la comunidad internacional a una acción decidida para impulsar un cambio real que traiga paz y un mínimo de bienestar a una población exhausta y con unas esperanzas que se desvanecen cada vez más.

Varios de los compañeros que trabajaron codo a codo con nosotros estarán leyendo estas líneas, y para ellos va todo mi reconocimiento. La RCA ha sido la misión más dura, intensa y exigente en la que he estado a lo largo de estos 12 años en Médicos Sin Fronteras (MSF); sin embargo, la satisfacción de lo que compartimos y conseguimos juntos para tantos miles de personas hace que también haya sido la más especial. Soy muy afortunada de poder trabajar en esto, tratando de ayudar a quienes no tienen nada, salvo el miedo a no sobrevivir otro día, ya sea por la guerra o por una enfermedad. Y soy afortunada por poder hacerlo al lado de profesionales y amigos que conocen también el lado más oscuro de mi alma.

En los 10 primeros meses de 2014, pasamos 618.188 consultas por malaria, atendimos 15.131 partos y llevamos a cabo 13.286 operaciones quirúrgicas

La RCA es unos de los países más pobres del mundo, donde Médicos Sin Fronteras lleva más de una década prestando asistencia médica y humanitaria a buena parte de sus cinco millones de habitantes. La gente soportaba unas condiciones de vida muy difíciles y pasaba sus días privada de muchos de los derechos básicos del ser humano: seguridad y libertad, un techo, una educación, acceso a la salud. A mi llegada, la sección española de la organización gestionaba ya 3 grandes proyectos transversales con multitud de actividades médicas; desde salud comunitaria a través de una red de agentes locales que sensibilizan y educan a la población, pasando por salud primaria mediante el apoyo que damos a 16 puestos de salud periféricos, hasta hospitales de referencia, uno de los cuales cuenta con nada menos que 150 camas. Consultas externas, nutrición, salud reproductiva, VIH-tuberculosis, cirugía, salud mental, violencia sexual... ¡nombra cualquier actividad médica que se te ocurra, que seguro que en RCA la teníamos!

Décadas de mal gobierno, nepotismo, inequidad en el acceso a los recursos económicos y naturales, negligencia hacia todos aquellos que eran menos cercanos a los círculos de poder, pobreza extrema... todo eso fue el caldo de cultivo perfecto para que el descontento de los menos privilegiados resultara en un levantamiento armado. Y como siempre, quienes más sufren son los más humildes, los que no tienen más elección que dejarse avasallar o huir hacia un futuro incierto: un campo de desplazados —como el tristemente famoso del aeropuerto internacional, donde llegó a haber 130.000 personas y aún hoy, más de un año después, 20.000 viven hacinadas en chamizos de plástico que apenas se tienen en pie bajo las intensas lluvias—, o el exilio hacia países vecinos, donde un 10% de la población, sobre todo los de origen musulmán, vive sin apenas nada y sin saber si algún día podrá volver a sus casas.

A raíz del vacío de poder y de autoridad que se produjo tras el Golpe de Estado, se generó un clima de terror insoportable y se empezaron a cometer atrocidades de manera sistemática por parte de ambos bandos. A medida que la situación empeoraba, nuestros proyectos se multiplicaban, tratando de algún modo de ayudar a paliar el sufrimiento de desplazados, sitiados, heridos y enfermos. Todas las secciones de MSF desembarcaron en el país, y aun así no alcanzábamos a cubrir todas las necesidades de la gente. La pasividad y/o falta de capacidad de otras organizaciones y de las agencias de la ONU durante todos esos meses resultaba verdaderamente pasmosa.

Si ya antes del golpe las cosas resultaban complicadas, este estallido de violencia sin precedentes sumió a muchos en la desesperanza y en el desarraigo. La malaria campando a sus anchas por todo el país, la escasez de comida, la imposibilidad de ir al hospital aunque tu parto no avance bien, el no poder ni siquiera desplazarte a por leña sin que te asalten o te violen, el ver morir a tus seres queridos de la manera más cruel e inhumana. El día a día de los centroafricanos se convirtió en todo eso.

Quien va a RCA siempre vuelve. Es un país que te roba el corazón, donde todo lo que hacemos es relevante

Asaltos, robos, ataques, evacuaciones, dificultades de comunicación, brotes epidémicos; nuestro día a día era un manojo de imprevistos donde todo era importante, si no urgente, y donde incluso la capital, soporte para el funcionamiento de los proyectos, fue blanco de enfrentamientos cruentos que paralizaron y sumieron el país en una de la más profundas crisis humanitarias, sociales y económicas del mundo actual. Personal expatriado y compañeros centroafricanos trabajábamos de sol a sol haciendo todo lo que estaba en nuestras manos, echando el resto...

¡He visto pasar tantos equipos en estos dos años, he hecho tantos amigos por el camino, hemos pasado tanta angustia y alegría compartida todos juntos! Y es que, quien va a RCA siempre vuelve. O eso dicen al menos los centroafricanos. Es un país que te roba el corazón, donde hacemos un trabajo en el que todo es tan relevante, tan pertinente y tiene tanto impacto positivo para la población, que a fin de cuentas sólo se queda uno con lo positivo y con las ganas de seguir trabajando.

Para que os hagáis una idea, sólo en los 10 primeros meses de 2014, pasamos 618.188 consultas por malaria, atendimos 15.131 partos y llevamos a cabo 13.286 operaciones quirúrgicas.

La vuelta a casa fue un cambio de paisaje y prioridades, pero el correr de la Ceca a la Meca parece que ya se ha convertido en una constante en mi vida. Es un sentimiento extraño volver al entorno propio y darse cuenta de que la vida, que para uno ha transcurrido a velocidad del rayo entre emergencia y emergencia, se ha llevado ya dos largos años en la vida de aquellas personas que caminan por delante de nosotros y que cada vez nos necesitan más.

Pero bueno, no me puedo quejar de nada; me siento una privilegiada teniendo un trabajo tan hermoso y adictivo, salud y suficientes recursos para disfrutar de este mundo maravilloso que tiene tanto por descubrir.

Campo de refugiados sirios cerca de la frontera con Turquía.
Campo de refugiados sirios cerca de la frontera con Turquía.Anna Surinyach

Ahora, ya descansada, me preparo para irme en unos días a Siria, donde pasaré los próximos meses tratando de echar una mano en otra guerra; esta vez en una que dura ya más de tres años —¡cuatro, en marzo!—, que ha dejado entre 120.000 y 200.000 muertos y que ha provocado que uno de cada 3 habitantes del país (6.5 millones de personas entre desplazados internos y refugiados en los países vecinos), se hayan visto obligados a abandonar sus hogares. La de Siria es una guerra, como tantas otras en los últimos años, en la que no se respetan escuelas ni hospitales. Las bombas han destruido no sólo patrimonio de la humanidad y hermosas ciudades de la antigüedad, sino la vida y la dignidad de miles de personas atrapadas en el terror.

Como coordinadora médica del equipo, allí me enfrentaré a otros retos (actividades a control remoto, porque los extranjeros, por motivos de seguridad, no podemos estar en territorio sirio), a otra realidad médica (unidad de quemados, apoyo a hospitales de campaña que están ocultos de las bombas en sitios a veces tan inverosímiles como una cueva, personal que trabaja poniendo en riesgo su propia vida y a menudo en la clandestinidad, problemas para referir pacientes a niveles de cuidados más especializados cuando es necesario), otra cultura y manera de trabajar... Estoy muy contenta de poder contribuir con mi granito de arena, y espero poder contaros bien pronto todas estas cosas con mucho más detalle.

Aurora Revuelta, excoordinadora médica de MSF en RCA.

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