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En defensa de Uma

El precio a pagar por un rostro sin arrugas a veces exige renunciar a una cara especial

Uma Thurman, en la presentación de la serie "The Slap".
Uma Thurman, en la presentación de la serie "The Slap".Andy Kropa (AP)

No había terminado de colear el escándalo Renée Zellweger y su cambio de cara por causas tan naturales como “dormir más y pensar en positivo”, cuando esta semana se han vuelto a revolucionar las hordas tuiteras con la transformación de Uma Thurman. Que si esa no es mi Uma, que me la han cambiado, y el móvil echando humo con las fotos del antes y el después.

El antes, con foto de Cécile de Volanges en Las amistades peligrosas. Y el después, la cara de una mujer con dos divorcios, tres hijos y más de medio centenar de películas detrás. Y que sí, que se hace sus arreglillos para tratar de minimizar los desconchones que el tiempo y los cada vez más escasos papeles interesantes dejan en el pasillo de la cara de las estrellas. Aunque esta vez parecía que en vez de una mano de pintura, a la cara de Uma le hubieran dado dos. Que, al final resultó ser así: un maquillaje tan poco favorecedor que hizo saltar todas las alarmas.

Renée Zellweger, octubre 2014.
Renée Zellweger, octubre 2014.Cordon press

Esta ola de indignación porque Uma Thurman se hubiese atrevido a retocar un rostro tan bello no deja de ser curiosa ya que ahora mismo no hay en todo Hollywood una actriz de más de 40 años que no lo haga. De verdad. Y que no salga nadie con el cuento de Meryl Streep, porque siempre hay excepciones; hay una que puede, porque colecciona Oscar como si fueran cromos. Y ya está. De Meryl para abajo acaban cayendo todas. To-das.

Quizás por eso, cuando alguna de las que resistía firme, orgullosa de su entrecejo montaraz parece caer, hay una especie de decepción general. Un Ohhhhhh…¿Por qué? ¿Por qué tú también, Uma Thurman? ¿No has aprendido de Meg Ryan y de Melanie Griffith? ¿Es que no has visto como está Nicole Kidman que era tan buena actriz? Mírala ahora, como Grace de Mónaco, una muñeca sin expresión… ¿No sabes que las inyecciones en la cara las carga el diablo? ¡Si no hay día que no nos desayunemos con diez famosas y sus desastres, y una foto de Donatella Versace que quita las ganas de hacerse el smokey eye!

Viendo tales ejemplos, es lógico preguntarse porqué mujeres universalmente reconocidas como bellezas se arriesgan a alterar su expresión y sus facciones en aras de conseguir unos años más de juventud. Y sabiendo, como ellas saben, que el precio a pagar por un rostro sin arrugas muchas veces exige renunciar a lo que las ha convertido en lo que son. Una cara especial.

Uma Thurman, en una imagen de 2000.
Uma Thurman, en una imagen de 2000.Allstar Graham Whitby-Boot/ (Sportsphoto Ltd./Allstar)

El colmo del mal resultado de ciertos retoques, es, cuando además de dejarse la piel en el quirófano —literalmente— se pierden los papeles, también literalmente. Es el caso de Renée Zellweger. Difícilmente puede encarnar a Bridget Jones en la tercera parte que se prepara cuando ya no se parece en nada a Bridget Jones. ¿Quizás a la hermana ojiplática de Bridget Jones? El cine no funciona así.

Si el Porsche era el antídoto masculino —de alto nivel —contra los primeros síntomas de la middle age crisis, los retoques estéticos se han convertido en el paso del Rubicón de muchas mujeres. Y una decisión que cobra especial importancia cuando se trata de actrices cuyos rostros conoce a la perfección todo el planeta.

Tiranizadas por la fotografía a todo zoom y los comentarios de los foros, se necesita de mucha fortaleza para no sucumbir a las tentaciones que hacen más fácil la vida con Photoshop. Ni una arruga en las portadas, ni una arruga en la realidad. Hagan el test y comprueben cuántas actrices se enfurruñan o lloran descompuestas en la última película que hayan visto. Incluso las más jóvenes caen en la trampa de congelar una belleza que lleva a la inexpresividad.

Pero no sería justo culparlas por querer mantener una piel lisa, aunque se equivoquen. Por tratar de luchar para seguir siendo protagonistas. Para poder trabajar. Saben que el tiempo y Hollywood no juegan a su favor.

Hace poco más de un mes el actor australiano Russell Crowe entraba, cual elefante en cacharrería, en el debate sobre mujeres maduras y cine. Se quejaba de las actrices que a su vez se quejan de que en Hollywood no haya papeles para ellas. Russell reconocía que él tampoco podía ser el héroe de Gladiator eternamente (nos hemos dado cuenta, Russell), y pedía a sus colegas talluditas que dejaran de postularse para papeles de ingenuas. Decía Russell, con muy buen criterio, que no hay como encajar en el personaje que conviene a cada momento vital. Cuando se es mayor, pues de mayor. Qué razón tiene Russell Crowe. Pero, ¿y si no hay papeles de mayor?

El actor se deja la barba, se echa una túnica sueltecita y se mete en la piel de Noé. Puede seguir trabajando hasta ser perfecto para el papel de Matusalén. Pero, ¿y si buscamos a las actrices que triunfaban en los tiempos de Russell? ¿Una Jodie Foster, que es del club de las antiretoques? El año pasado, en blanco. ¿Y una bien conservada Sharon Stone? Nada digno que destacar. Si te retocas mal te pondrán a caldo, pero si no lo haces y te ves mayor, también.

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El caso de Uma, que tanto ha enervado a las masas, no merece la condena en la plaza pública. Primero porque no había caso. Después, porque cada uno hace con su cara lo que le viene bien. Y si entrásemos en el juego de las odiosas comparaciones, y colocáramos la cara de esta mujer de 45 años cuya última película con algo de repercusión fue Mi super exnovia, junto a la de la niña que enamoraba, hace casi tres décadas, al vizconde de Valmont… tampoco resistirían la comparación. Con bótox o sin él.

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