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Coordinado por Lola Huete Machado

Secularización: la palabra en el espacio público marroquí tras 'Charlie-Hebdo'

Por Analía Iglesias

"No hay palabra que no surja del silencio, Y cuanto más pesado sea ese silencio, más grave será esa palabra". La cita es de Edmond Jabès, un poeta judío nacido en Egipto (El Cairo, 1912 - París, 1991).

La palabra y el silencio son términos que multiplican sus posibilidades de significar, colisionar o aliarse en el seno de la amplísima y diversa comunidad musulmana, tras los atentados brutales de París. Hay 'un antes y un después' casi de Perogrullo y un 'después' que puede enriquecerse (hacia la comprensión) en el debate sosegado que desde el corazón de algunas sociedades del Islam se propugna.

En Marruecos, el más occidental de los países musulmanes, hay espacios que las palabras -algunas palabras- ocupan tímidamente. Muchas bromas hechas en la intimidad o durante las largas charlas de bar en torno al café no saltarían nunca al espacio público.

El espacio público magrebí es ese lugar reconocible por su vigoroso esplendor, su eterna alegría del "no hay problema" (porque todo puede solucionarse) y también por algunos estentóreos silencios. Es un lugar en el que las mujeres participan ya decididamente (aunque todavía reservándose algunas opiniones "de género") y un lugar algo al margen de la agenda de los medios de comunicación, porque estos "tienen su propio contexto", como matizan los expertos que -días atrás- animaron, en Rabat, una mesa redonda sobre las "Reacciones marroquíes a los atentados de París: entre la condena, la protección de lo sagrado y la libertad de expresión", organizada por el Centro Jacques Berque para el Estudio de las Ciencias Humanas y Sociales en Marruecos.

Mujer en la medina de Meknés.

De las fronteras de aquello sobre lo que no se bromea hablaba, en la mesa, Bachir Znaghi, redactor jefe de la revista Economía. Según el periodista, que recordó cómo desde la redacción de Liberation Maroc, se hacían traer de Paris algunos ejemplares de Charlie Hebdo mucho antes de estos sangrientos atentados, "hay problemas con la alteridad" y "líneas rojas que se establecen en torno a temas como la religión, el territorio y el régimen político". De ahí la condena, según Znaghi, a quienes se atreven a sacar ciertos chistes del espacio cerrado, familiar, o de la charla de bar entre amigos.

"¿Y acaso ese silencio no ha sido, en todo tiempo, el nuestro, el de nuestros desiertos? ¿Y todo lo que intentamos decir no es como si solo a través de él pudiera ser dicho?", se preguntaba Jabès, el poeta, e egipcio, y también el hebreo, mucho antes de estas nuevas preguntas.

Porque hay otra fisura en la comunicación en la que radica, asimismo, buena parte del problema de la tercera generación de emigrantes magrebíes en el norte de Europa -especialmente los rifeños en Holanda-, según la interpretación del escritor y profesor Ahmed Assid, militante amazigh por los derechos humanos. Assid habla de una primera generación invisible, la de los 60, que no reclamaba ningún derecho y solo trabajaba; una segunda, de gente que nació en Marruecos pero se educó en Europa y que quedó anclada a las raíces más tradicionales, y la tercera, constituida por los jóvenes que nacieron ya en Europa y crecieron, en muchos casos, con una sensación de insalvable exclusión social y a una distancia abismal de unos padres con los que no han conseguido dialogar: "hay gente que ha ido a Siria a entrenarse, ha vuelto y la familia no está al tanto de nada".

Gran parte de estas familias de emigrantes se aferra a lo que Assid llama "el Islam popular"; esto es, la religión como una suerte de guía para la vida diaria, que filtra el mundo a través de dos palabras: 'halal'/lícito y 'haram'/prohibido. Lo explica: "Se excluye todo lo que el Islam tiene de arte o de espiritualidad y solo se rescata su valor como receta de vida cotidiana. El Islam popular está adaptado a las necesidades de la comunidad; por ejemplo, en la reinterpretación del siglo XX, la mujer contribuye a la economía del hogar, aunque la interacción social signifique riesgos".

Pero fuera del ambiente familiar, muchos jóvenes padecen duramente la falta de integración a la sociedad de acogida y, sin posibilidad de debate familiar o comunitario, son "los wahabistas los que están ahí para rellenar el vacío de comunicación", asegura el experto.

"El wahabismo intenta que los textos tradicionales se apliquen, rígidamente, al pie de la letra, sin importar el contexto histórico, geográfico o social. Utilizan fuera de época todos los tramos contra el cristianismo y el judaísmo, consolidan el lazo con los lugares de pertenencia y cuentan con la ayuda de estos jóvenes educados en Europa que traducen, al holandés (por ejemplo), los textos del Corán. Los wahabistas son una minoría pero son activos y están bien financiados", afirma Azzid, que se permite una propuesta: "parte de la solución pasaría por ofrecer fuentes de financiación a la comunidad musulmana moderna, moderada, en Europa".

La Koutubia (Marrakech).

Por su parte, Salah El Ouadie, activista por los derechos humanos y ex-preso político en los llamados 'Años de plomo' del país, opina que hay que encarar "una revisión de los textos religiosos tradicionales (sobre todo, los que convocan a combatir a quienes practican otros cultos) para llegar a desactivar esa vía de argumentación salafista. El debate es cómo conjugar la libertad de conciencia con la libertad de creer en una religión".

"En los movimientos integristas hay intereses, financiación y complicidad de parte de Occidente", afirma El Ouadie. A esto se suma, en los pueblos árabo-magrebíes, la necesidad de pertenencia para contrarrestar "el sentimiento de humillación histórico frente a Occidente". Al respecto, decimos, nunca está de más releer Orientalismo de Edward Said, cuanto menos para recordar aquello del inalterable papel pasivo que Occidente asigna (e impone) al "árabe".

"Hay que hablar, también, de la responsabilidad de la sociedad civil (y no solamente dirigirse a los que leen a Voltaire o Rousseau) y separar la esfera política de la religiosa. La laicidad defiende la creencia de todos y el Estado debe ser el garante de la libertad de culto", puntualiza el presidente de la asociación Damir para la Libertad de Conciencia en Marruecos.

En un escenario internacional de crueldades crecientes en nombre de la religión, en el que el desatino recuerda los fanatismos y la intolerancia intracristiana de la Contrarreforma católica del siglo XVI, los asesinatos de Charlie Hebdo están actualizando preguntas de siempre. Muchos intelectuales del mundo musulmán vuelven a reclamar laicidad y hoy con más urgencia; o secularismo, como suelen titularse en los medios los artículos sobre el tema. Precisamente, una de las acepciones de "secular" refiere a los miembros del clero "que viven en el siglo y no en la clausura".

En la Mesa, y más allá de si la sátira fue concebida con el fin de burlarse de los poderosos y no de los desposeídos o si los problemas de exclusión en Europa coayuvan al wahabismo, hay acuerdo en que "el Daeshismo (Estado Islámico) no es la cara del Islam".

Para terminar, Jabès: "un silencio cargado de intensa emoción ha venido, de repente, a detener el curso de toda palabra, a romper todo discurso". Habrá que restablecerse y volver a decir.

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