Los problemas sin resolver de Francia
La integración de los musulmanes es una gran asignatura pendiente
Una vez pasada la trágica conmoción de los días 7, 8 y 9 de enero y la formidable reacción de los cuatro millones de manifestantes del 11 de enero, se diría que Francia ha entrado en una tercera fase, la de deconstrucción de ese momento excepcional, simbolizado por un título del diario Libération: Somos un pueblo.Pero el pueblo en cuestión está amenazado por unas divisiones que, claro está, no han desaparecido. Es como si la sociedad francesa estuviera en la cuerda floja. O bien vuelve a ser consciente de sí misma, del origen de su unidad y de su fuerza, y supera el obstáculo; o deja que se desplieguen las fuerzas destructivas. En el corazón del problema, en el centro del debate, se encuentra por supuesto el lugar del islam en nuestras sociedades occidentales.
En la fase actual, Francia está redescubriendo todos sus problemas sin resolver; como en un juego de muñecas rusas, detrás de cada cuestión que se plantea, surge otra nueva. Una tras otra, han pasado revista a las discriminaciones, las segregaciones étnicas, la guetización de ciertos barrios y ciudades dormitorio. Inapropiadamente calificadas por el primer ministro, Manuel Valls, como apartheid, término que designa un racismo de Estado y no da cuenta de la realidad. Los poderes públicos van a esforzarse en responder a estas cuestiones con nuevos planes de renovación de los barrios sensibles, de lucha contra las desigualdades y, sobre todo, con un esfuerzo pedagógico en la escuela para volver a enseñar una moral laica a la que sería bueno añadir la enseñanza de los hechos religiosos, de modo que unos y otros puedan reconocerse.
Este enfoque presenta dos dificultades. La primera obedece al hecho de que Francia nunca ha puesto los medios para luchar contra las discriminaciones. Y esto no va a cambiar, pues los Gobiernos, incluido el de Manuel Valls, son hostiles a las políticas de affirmative action, que puede traducirse por “discriminación positiva”, porque las consideran como un estímulo al comunitarismo en un momento en que se pretende hacer de la laicidad una muralla. La segunda dificultad obedece a la tasa de fracaso escolar. Tal vez el problema no esté tanto en el contenido de las enseñanzas como en el número de niños en situación de fracaso escolar (alrededor de 100.000 al año).
Un reputado teólogo musulmán aboga por una reflexión crítica
No obstante, este enfoque tiene la virtud de reactivar un esfuerzo necesario contra la realidad de la guetización. En principio, pase lo que pase, el que se haga un esfuerzo es una buena cosa, incluso una necesidad. Pero no olvidemos que los dos asesinos de Charlie Hebdo habían crecido en un departamento del centro de Francia de lo más tranquilo y apacible. ¡Cuidado con ceder a la cultura de la excusa! No todos los jóvenes en dificultades procedentes de ciudades pobres o de familias desestructuradas se convierten en terroristas. Lo fácil es considerar una ecuación simple que tiene su parte de verdad: el fanatismo nace del resentimiento, social, cultural o del orden que se quiera. Los supervivientes de los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial tenían todas las razones para estar poseídos por un poderoso resentimiento. Sus hijos no se convirtieron en terroristas. De hecho, lo que ocurrió fue lo contrario: nuestros compatriotas de confesión judía, sobre todo tras la matanza del supermercado kósher de Vincennes, se sienten cada vez más inseguros y tentados por la partida. No por ellos mismos, sino por sus hijos, y esto en un país como Francia, en el que se supone que las instituciones y el régimen laico garantizan la libertad de culto.
Del mismo modo, la sospecha que se cierne sobre el conjunto de los musulmanes no solo es inicua; si siguiera desarrollándose —los actos islamófobos se han multiplicado— sería una formidable arma para quienes pretendan reclutar más yihadistas. Desde este punto de vista, el reflejo de los Gobiernos —François Hollande y Barack Obama utilizan los mismos términos— consiste en exonerar al islam como tal. Para el presidente francés, el terrorismo “no es el islam”. Sería más exacto decir: “no es el islam de nuestros compatriotas musulmanes”. Pues es a partir de las derivas sectarias del islam como se reclutan los yihadistas. Por eso un reputado teólogo musulmán, Ghaleb Bencheikh, aboga por una reflexión crítica en el seno del islam para que este entronque con una tradición olvidada: la del humanismo musulmán. El objetivo de la aplastante mayoría de los franceses de confesión musulmana es integrarse en la sociedad francesa y tomar parte en la igualdad de oportunidades.
Pero estos debates no deberían hacernos olvidar que la cuestión del terrorismo es ante todo una guerra iniciada ayer por Al Qaeda y, hoy, orientada por el Estado Islámico hacia el frente de la lucha que separa a los chiitas y a los sunitas. En su discurso sobre el estado de la Unión, Barack Obama dijo confiar en la capacidad de Estados Unidos y sus aliados para reducir la amenaza y, al mismo tiempo, ser consciente de que se trata de una guerra de larga duración. “Destruir al Estado Islámico llevará tiempo”, afirmó. Durante ese lapso de tiempo indeterminado, nuestros países tienen que dotarse de los medios para hacer frente a los cientos de jóvenes y no tan jóvenes susceptibles de ser utilizados por los estrategas de Daesh, guiados, como los fascistas en su día, por una ideología de la muerte.
Jean-Marie Colombani, periodista y escritor, fue director de Le Monde.
Traducción de José Luis Sánchez-Silva.
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