Volver al servicio público
El fracaso de viejos modelos puede hacer que la política se acerque al ciudadano
No es ningún secreto que las instituciones políticas y los grandes medios de comunicación de hoy día no están cumpliendo del todo con su función de servir a la sociedad, algo que sucede tanto en las naciones europeas supuestamente desarrolladas, como en Estados Unidos.
A lo largo y ancho del mundo, los presuntos líderes políticos, sencillamente, han dejado de liderar los procesos para poder resolver los calamitosos problemas que padece el planeta —ni siquiera los más elementales— como representantes que son de las amplias mayorías que los han elegido.
En vez de eso, mientras el mundo está en llamas, tanto en sentido literal como figurado, a causa de factores como el calentamiento global, las desigualdades económicas, la superpoblación, la reducción o destrucción de los recursos naturales, el aumento de las enfermedades y la caída en las inversiones en la población (incluidas las áreas más básicas e históricamente más consolidadas como la educación, la alimentación, la sanidad y el empleo); en vez de todo eso, lo que más preocupa a la mayoría de los políticos es encontrar tiempo para poder dedicarse a sus propios intereses, muchas veces alejados de lo que entendemos por servicio público.
El problema es más grave aún si nos fijamos en la situación actual del principal agente de vigilancia de los Gobiernos: los grandes medios de comunicación. Mientras este actor, con un peso crucial en los equilibrios del poder, se ve obligado a hacer recortes de plantilla y a luchar por reinventarse y refinanciarse, el vacío dejado por su falta de supervisión ha supuesto un aumento insólito de las tasas de corrupción institucional y de criminalidad.
En resumen, un buen número de Gobiernos en todo el mundo, incluidos muchos de los de las democracias representativas que antes se consideraban indestructibles, se están viendo arrastrados a la deriva por unos políticos desinformados, agotados y muy frecuentemente con demasiados intereses personales.
Así pues, ¿cómo podrían estos políticos volver a tomar las riendas de su destino, y volver a llenar el vacío causado por todas las promesas incumplidas?
Resulta vital ofrecer a nuestra clase política una formación rigurosa
Podrían empezar, por ejemplo, por rehabilitarse y por aplicar medidas correctivas. Si lo hicieran, verían que en un Gobierno representativo, el principal papel de sus miembros es precisamente el de representar. Pero no únicamente los intereses económicos, sino los intereses de toda la población. Acto seguido, los políticos podrían proseguir su rehabilitación cumpliendo las promesas que hayan adquirido durante sus campañas electorales.
Para alcanzar estos objetivos no me parece exagerado subrayar que resulta vital ofrecer a nuestra clase política una formación rigurosa, que no solo les permita perfeccionar las técnicas y habilidades de comunicación y gestión públicas, sino que también les ayude a recuperar el auténtico sentido de servicio a los ciudadanos.
En el caso de que estos políticos no reconociesen la necesidad de dicha rehabilitación, tal y como ha sucedido en la mayoría de los casos, pronto se darán cuenta de una cosa. Se darán cuenta de que el viento que sienten en sus espaldas no es en realidad una palmada agradecida de un lobista sobre su hombro, sino más bien un vendaval de votantes descontentos que podría perfectamente hacerlos volar del escenario electoral.
La semilla de los descontentos ya ha germinado, y ha ido creciendo en buena parte de una generación formada por cientos de millones de ciudadanos en todo el mundo, que se sienten abandonados y olvidados por aquellos que dicen ser sus representantes.
Aunque los movimientos no son equiparables, lo que nos adelantaron la Primavera Árabe, la Revolución en Túnez, la caída de Hosni Mubarak en Egipto o el Occupy Wall Street en Nueva York, eran vientos de cambio que hoy parecen haber alcanzado velocidades huracanadas. El movimiento de los indignados en Grecia, el auge de Podemos en España, y la extensa letanía de movimientos similares en todo el mundo se enfrentan a un mismo objetivo: los tradicionales —y paralizados— Gobiernos de todo el mundo.
Dichos vientos, que con frecuencia se alimentan y se financian a través de las plataformas gratuitas de las redes sociales online (¿los nuevos altavoces que han reemplazado a los medios convencionales?). Todos se ven ahora con la capacidad de competir de tú a tú con los poderes económicos tradicionales, que hasta hace poco tenían campo abierto para influir en los envejecidos y abotargados partidos tradicionales.
En pocas palabras, el vacío que ha creado el fracaso de las viejas políticas y los viejos medios de comunicación está a punto de volver a llenarse. En Grecia, quizá en España, quizá también en otros lugares. Y cuando lo hagan, muchos imitadores, ahora incipientes, estarán preparados para reproducir su éxito en países de todo el mundo. Yo no apostaría contra ellos. Pero, si los partidos más tradicionales son capaces de escuchar y reaccionar, podemos encontrarnos ante un cambio esperanzador que supondrá el renacimiento de la política como servicio público.
Steve Jarding es profesor de Políticas Públicas en la Universidad de Harvard y profesor del Centro de Gestión Pública en IESE Business School, Universidad de Navarra.
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