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Columna
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Piropos

Nadie ignora que la violencia verbal suele preceder a la física. Si usted le dice una barbaridad a una mujer por la calle es usted un violador

Jorge M. Reverte

No tengo ninguna estadística a mano, pero me da la impresión de que la repugnante costumbre del piropo está resucitando en España. No es nada infrecuente toparse con la escena callejera de una chavalilla vestida como a ella le de la gana siendo acosada por un par de desgraciados con tripa bien crecida que le dicen cualquier sarta de barbaridades.

Hay que decir sobre el piropo que nunca ha sido más noble que ahora. Siempre fue un desfogar de gentuza que no sabía cómo expresar su incapacidad para montar contra su voluntad a cualquier hembra que no fuera su madre.

Lo que sí es algo de novedad es que los sujetos activos del piropo son en gran proporción ahora inmigrantes, sin que los españoles falten.

Una amiga mía que es muy fiera (¡que amiga mía no lo es, dios mío!) se dedica a una cruzada inútil para explicarles a estos neopracticantes del insulto presuntamente cortejador que las mujeres en este país han tardado cuarenta años en arrinconar esas prácticas machistas, y que no es tolerable que quien busca la integración la empiece por ahí precisamente.

Anda estos días el ministro del interior buscando un discurso alternativo al del terrorismo para disminuir las vocaciones para la yihad. No estaría mal que, de paso, abriera un concurso de ideas para que a los emisores de las presuntas cortesías que humillan a todas las mujeres recibieran una corriente eléctrica de magnitud variable en sus cataplines.

Liquidada casi del todo la potencia de ETA y sus abogados, la violencia machista causa más muertos que la terrorista. (No se vea en esto un reto).

Nadie ignora que la violencia verbal suele preceder a la física. Si usted le dice una barbaridad a una mujer por la calle es usted un violador.

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