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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bochorno histórico

España se ha ido llenando de placas, calles y estatuas dedicadas a políticos de dudosa ejemplaridad

MARCOS BALFAGÓN

Hay en España tanta prisa por halagar a los poderosos que se les levanta un pedestal a la menor oportunidad. Resultado: este país se ha ido llenando de monumentos y placas a políticos de turbia trayectoria. En ese afán tan patriótico por hacer la pelota se llega con frecuencia a extremos que producen verdadera vergüenza. Ahí está la talla que le mandó construir el alcalde pedáneo de Verdegás, Vicente García, a Sonia Castedo, la que fuera alcaldesa de Alicante y que renunció el pasado 22 de diciembre por estar imputada por cinco delitos en dos casos de corrupción urbanística. Los versos que acompañan a la impagable estatuilla tienen un lirismo que combina la pura babosería con una manifiesta falta de imaginación: “Valiente mujer naciste, correcta tú te portaste, luchando por Alicante, entre todos destacaste”.

La iniciativa del alcalde de Verdegás tiene hasta cierto punto alguna lógica, aunque sea de esas lógicas cargadas del más burdo sentimentalismo: Vicente García está casado con la niñera de Sonia Castedo y eso, acaso, podría explicar semejante pérdida del decoro. Pero es que hay toneladas de cemento que se han malgastado en levantar estatuas y homenajes a grandes próceres que luego se ha visto que actuaron con una indignante falta de escrúpulos, y sin coartada sentimental alguna.

En el aeropuerto de Castellón se levantó una difícilmente clasificable estatua inspirada en su promotor, Carlos Fabra, expresidente de esa Diputación y actualmente en prisión por fraude fiscal (“Me encanta saber que inspiro a los artistas”, dijo en su día). En la provincia de Barcelona hay una estatua en Prèmia de Dalt dedicada a Jordi Pujol, que confesó haber ocultado dinero en paraísos fiscales durante más 30 años. Ourense está lleno de homenajes a José Luis Baltar, el expresidente de su Diputación, condenado por prevaricación. Y existen otras iniciativas para honrar a políticos que han protagonizado sonoros escándalos, como Jaume Matas o Francisco Granados, por sólo citar a algunos.

Si tiene sentido levantar una estatua a un político es porque su gestión fue ejemplar. Apresurarse demasiado en glorificarlos puede hundir a este país en un bochorno de ribetes históricos.

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