En mi opinión
En un mundo en el que no hay más que ruido que estamos hartando al oyente
En mi opinión, ahora hay más ruido que nunca. Para emitir esa opinión la verdad es que yo no necesito sino oír, no necesito más información que la que me dictan mis oídos. Hay ruido en todas partes, un ruido que entontece porque a veces está lleno de tonterías, en las que yo participo también. Los periodistas decimos muchas tonterías; antes aparecían escritas, y la gente las leía o no, porque, como se decía, el papel lo aguanta todo. Primero en la radio y luego en la tele hemos tenido la oportunidad de ampliar la ronda de nuestro propio ruido. Ahora pongo la tele (los sábados por la noche, sobre todo) y veo a un montón de colegas a los que se supone que les pagan como periodistas empezar así sus contribuciones: “En mi opinión…”.
Caramba con tanta opinión. La opinión está haciendo un ruido enorme, porque además se dice en alto, cuanto más alto mejor. La gente se ha contagiado. Te subes al taxi y escuchas opinión, vas a clase y los alumnos te responden con una opinión a la información que les das, y cuando pones la tele o escuchas la radio la opinión te salta a la yugular y te mata, a veces de aburrimiento, porque tu opinión no vale, o no suena, tanto como la del otro. En una tertulia de RNE, el profesor y periodista Fernando Rodríguez Lafuente contó el otro día lo que le sucedió al profesor (y politólogo) Fernando Vallespín. Pidió a los alumnos que le hablaran de Montesquieu, y uno explicó Montesquieu como le dio la real gana, atribuyéndole cosas que éste jamás dijo. Cuando el profesor Vallespín lo calificó, el estudiante fue a protestar. “Es que usted ha dicho cosas que no dijo Montesquieu”, le explicó el maestro. El estudiante: “Es que yo ahí puse mis opiniones”. Antonio Machado aconsejaba que se fuera a buscar la verdad, que no la trajeran consigo. Ahora pones las tertulias políticas de los sábados y siempre hay uno que levanta la mano del iPad para gritar. “En mi opinión…”, así que la gente se queda sin saber la información de la que el individuo (periodista en este caso) obtiene la información en que se sustenta.
Ahora los periodistas hablan como los (malos) políticos, hacen propaganda de su opinión
Ahora los periodistas hablan como los (malos) políticos, hacen propaganda de su opinión, y los políticos se expresan como los (malos) periodistas, siempre tienen algo urgente (y no confirmado) que contar. He visto a un político, que además hace ahora la portavocía de su partido en la más noble institución del Estado, decir que sus contrarios, algunos de sus contrarios, están sucios de caca. El contrario le aclaró que caca se dice mierda, y que de eso sí que están cubiertos los otros. Esta discusión entre caca y mierda ha llegado a las tertulias y luego ha saltado, como metáfora de un mundo en el que no se oye sino mierda y caca, al suelo de nuestra manera de entender la discusión democrática. Esto último es lo que debió llevar a Félix Ovejero (colega de Vallespín) a decir que ahora hay mucho “ruido institucional”. Es una manera bella de decirlo, entre tanta caca y tanta mierda, en este país en que pronto el abrazo (o el abrazo partido) puede ascender a los programas electorales.
Es muy decepcionante. Yo como periodista me siento decepcionado de nosotros mismos; y si fuera político no me sentiría más honrado, francamente. En mi opinión (en mi opinión) nos estamos volviendo locos y estamos haciendo que el oyente, el televidente, el lector, se esté hartando de nosotros. Y no me extraña, francamente.
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