Esos niños que piden
Los intentos de acabar con la mendicidad infantil en las escuelas coránicas de Senegal chocan con la pobreza y el peso de la tradición
En el patio de su casa, bajo un mísero techo de chapa, el viejo maestro El Hadji Oumar Sagnant enseña el Corán a 32 niños. Su padre también fue maestro y el mayor de sus 11 hijos ya se prepara para serlo. Es lo que mamó desde pequeño, es su vida y es también su pasión. “No sólo damos educación a los talibés (estudiantes), los alimentamos, los sanamos cuando enferman, los vestimos, los convertimos en hombres”, asegura. Sin embargo, durante dos horas al día, los alumnos de Oumar Sagnant salen a mendigar con una lata de tomate en la mano. A veces consiguen 100 francos CFA (unos 15 céntimos de euro), a veces 1.000. Las exiguas ganancias sirven para comprar un saco de arroz, para arreglar el tejado tras la estación de lluvias, para unos zapatos nuevos, para una visita al curandero. Así se financia la escuela, que es pobre de solemnidad.
Basta darse un paseo por el centro de Dakar para encontrarlos. Cierto es que no todos los niños mendigos son talibés, ni todos los estudiantes coránicos practican la mendicidad, pero ahí están, son muy visibles. Con sus cuencos en la mano y sus harapos, niños que en cada semáforo o parada de autobús recitan versículos del Corán o simplemente miran fijamente a los ojos a la espera de unas monedas. Lo denuncian los organismos internacionales y lo admite el Gobierno, que ha anunciado muchas veces su intención de regular las daaras (escuelas coránicas) para evitar la explotación. Sin embargo, sus intentos chocan con la aceptación social, no de la mendicidad infantil, sino de un sistema tradicional de educación en el que, pese a todo, decenas de miles de senegaleses siguen confiando, frente a un sistema formal que tampoco es percibido como la panacea, pues muchas veces desemboca en una universidad colapsada y fábrica de desempleados.
El 3 de marzo de 2013 está marcado a fuego en la historia reciente de Dakar. De madrugada, siete alumnos menores de 12 años de una daara situada en el barrio de Medina fallecían tras el incendio del establecimiento. La investigación reveló las penosas condiciones en que vivían los niños, hacinados en unas cabañas de madera, durmiendo en el suelo en medio de la suciedad. Horas después, el presidente Macky Sall visitaba el lugar del siniestro y anunciaba, una vez más, la adopción de medidas contundentes. Sin embargo, la reiterada intención del Gobierno senegalés de combatir la mendicidad de los talibés y regular la educación coránica choca, una y otra vez, con el peso de la tradición y con la fuerza de los poderes religiosos que la sostienen, que temen una pérdida de influencia.
“La educación coránica ha existido siempre, la diferencia es que antes el marabú tenía un gran campo y los talibés trabajaban para él”, asegura el profesor Oumar Sagnant. Así era hace años en Louga, su región de origen, pero aquí y ahora, en el masificado barrio de Parcelles Assainiés de la capital senegalesa, no hay ni rastro de tierras de cultivo. Tradicionalmente, los estudiantes de las daaras han sido mantenidos por la comunidad mediante el sistema de la mendicidad, firmemente anclado en la tradición musulmana de dar limosna a aquel que no tiene. En palabras del maestro de esta pequeña escuela: “Tenemos dinero para seguir adelante porque estamos bendecidos por Dios. Y cuantos más niños tengamos, más bendecidos estaremos”. El problema es que cada vez hay más menores que proceden del interior del país o incluso de Guinea, Malí o Gambia y a quienes sus padres envían a las daaras de Dakar o Saint Louis como una manera de aliviar las cargas familiares. Una boca menos que alimentar. La pobreza, siempre al final de todos los túneles.
Esta es la foto fija, pero la realidad evoluciona y, con todo, lo cierto es que las cosas están cambiado, sobre todo la percepción social de las prácticas abusivas, que cada vez se condenan y denuncian más. Incluso en el ámbito religioso han surgido numerosas voces contra las prácticas de ciertas escuelas y los maestros coránicos se han unido en una asociación que pretende erradicar la mendicidad y toda forma de violencia contra los niños.
En este sentido, numerosos organismos y ONG internacionales llevan años alertando de la existencia de marabús que abusan de los talibés, que los explotan en su propio beneficio y los mantienen en condiciones de miseria. En 2010, Human Rigths Watch ya publicó un informe en el que apuntaba que “al menos 50.000 niños viven internados en escuelas coránicas en Senegal sometidos a condiciones de vida parecidas a las de la esclavitud”, recogía testimonios de palizas y abusos de todo tipo y explicaba que estos marabúes “utilizan la educación como tapadera para cubrir la explotación económica de estos niños a su cargo”.
No todos los niños mendigos son talibés, ni todos los estudiantes coránicos practican la mendicidad, pero ahí están, son muy visibles
En enero pasado, HRW entrevistó a nueve niños de diferentes daaras de Dakar y Saint Louis y el relato fue, una vez más, sobrecogedor: palizas con tiras de goma o con trozos de madera, heridas infectadas, enfermedades de la piel o gastrointestinales que no reciben la atención adecuada, niños que duermen en la calle apenas cubiertos por sacos vacíos de arroz. “Simplemente no hay excusa en el fracaso de las autoridades senegalesas a la hora de aplicar sus propias leyes de protección de estos niños vulnerables, más aún cuando el abuso se produce a la vista de todo el mundo”, asegura Mamadou Ndiaye, activista de Derechos Humanos.
El hecho cierto es que Senegal cuenta desde el año 2005 con una ley que trata de combatir la mendicidad y que en numerosas ocasiones ha anunciado la regulación de las daaras, la instauración de un sistema normativo para impedir los abusos y la explotación. Todo ello con bastante poco éxito. En 2010, coincidiendo con el informe de HRW, el Gobierno volvía a desempolvar la ley y reconocía sin ambages su disposición a combatir las malas prácticas de la educación coránica urgido por las “amenazas” de actores internacionales que tratan de proteger los derechos de la Infancia. Tres años después tuvo lugar el incendio en la Medina y el presidente Macky Sall, que acababa de llegar al poder unos meses atrás, anunciaba mano dura. “Cerraremos todas las daaras que no cumplan las normas”, dijo.
Sin embargo, el proceso, que implica la integración de las daaras que cumplan unos ciertos estándares mínimos de calidad en el sistema formal, dotarlas de medios y someterlas a inspecciones periódicas, es lento y está salpicado de obstáculos. En marzo de 2014, Human Rights Watch volvió a la carga con un nuevo informe en el que hablaba de “progresos desiguales” en la lucha contra la mendicidad forzosa de los niños en Senegal. “Aunque se han logrado algunos avances, la promesa de Sall está lejos de haberse realizado. Tras el incendio en Medina las autoridades sólo han intervenido para cerrar una escuela en la que se maltrataba a los niños, aunque los activistas aseguran que hay cientos de ellas fácilmente identificables. Como resultado de una aplicación laxa de la legislación, decenas de miles de niños siguen siendo practicando la mendicidad forzosa en todo Senegal”.
La imagen que muestra HRW es sólo una parte de la realidad, quizás la más dramática, porque algunas cosas sí que están cambiando. Son las nueve de la mañana. Abou y sus 50 compañeros duermen plácidamente sobre unas colchonetas repartidos en tres habitaciones del colegio mientras en el patio tres mujeres comienzan las tareas cotidianas: fregar el suelo, lavar cacharros, preparar el desayuno. Esta es la escuela coránica Mame Mor Isseu Lô del barrio de Yembeul, en Dakar, y aquí se estudia el Corán. Y tanto que se estudia. Abou sólo tiene ocho años, pero ya es capaz de recitar de memoria y casi sin equivocarse sus 114 suras o capítulos. Nacido en Louga, en el norte de Senegal, su familia lo internó hace dos años en esta daara y desde entonces se afana, cada día, en el aprendizaje del libro sagrado de los musulmanes. Prácticamente no hace otra cosa.
Al menos 50.000 niños viven internados en escuelas coránicas en Senegal sometidos a condiciones de vida parecidas a las de la esclavitud, según HRW
Pocos minutos después, el maestro da la orden de despertarlos. Los pequeños se desperezan. Llevaban dos horas durmiendo porque entre las cinco y las siete ya habían llevado a cabo su primera sesión de estudio. Tras las abluciones de rigor y en medio de un sorprendente orden, los niños vuelven a su letanía. Sentados en el suelo y oscilando la cabeza adelante y atrás, sosteniendo en sus manos pequeños ejemplares del Corán, recitan versículos sin parar. El sonido monocorde se escapa por las ventanas e inunda todo el patio, es la constante banda sonora de esta daara y de las miles que existen en todo el país. Pero estos 50 niños no saldrán a mendigar y no serán castigados con violencia si no traen al final de la jornada las monedas de rigor, como ocurre en otras escuelas. Incluso varias tardes a la semana pueden jugar al fútbol en el campo del barrio.
Halifa Babacar, propietario de la daara, es un maestro coránico con formación. Estudió informática en una de las mejores universidades islámicas de Egipto y está en contra de la mendicidad que se practica en otras escuelas coránicas. “Aquí cada familia aporta 20.000 francos CFA (unos 30 euros) al mes para la manutención de los niños. Y si no llegamos a todos, porque también tenemos niños huérfanos, yo mismo aporto lo que falta de mi propio bolsillo. Mendigar les apartaría del estudio”, asegura. Además, en esta escuela de Yembeul también se aprende algo de francés para que luego su ingreso en el sistema educativo formal no sea tan traumático. “El profeta Mahoma también aprendió la lengua de los israelíes cuando fue a Jerusalén, aprender lenguas no es algo malo”, dice Babacar.
Es lo que se llama una daara moderna, una especie de híbrido en la que se estudia el Corán, pero en la que también, en este caso con la ayuda de las ONG Enda y Save the Children, se ha introducido el francés y las matemáticas para que el salto del niño a la educación formal una vez deja la escuela coránica no sea tan drástico. Es una fórmula por la que se inclinan cada vez más padres de este Senegal en constante cambio y que el Gobierno apoya con un plan de modernización de las daaras que vio la luz en 2002. Entre otras cosas, este proyecto apuesta por la inclusión de la Formación Profesional en las escuelas coránicas para niños mayores de 14 años y por la adaptación del currículum a la enseñanza oficial con la inclusión de materias que, tras la realización de un examen, permitan el paso del niño a una escuela formal, el instituto o incluso la Universidad.
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