_
_
_
_
LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La serena certeza del deber cumplido

“Estoy a la espera, preparado para despedirme en cualquier momento”. Hans Küng, el teólogo de las muchas batallas, se acerca al final sin dejar de hacerse preguntas y rodeado del respeto de los que fueron sus alumnos

EVA VÁZQUEZ

Hacía bastante tiempo que no subía la empinada cuesta que, en la hermosa ciudad universitaria de Tubinga, conduce a la casa de Hans Küng. Hace unas semanas pude volver a hacerlo, reconozco que con bastante emoción. Se me acumulaban los recuerdos. Había conocido al maestro en todo su esplendor, allá por 1970. En mi retina siguen grabadas sus magníficas clases, sus seminarios, su cercanía humana, su apertura ecuménica, su acendrada fe, su pasión por una Iglesia humilde, dialogante, ecuménica, fiel al mensaje de Jesús, atenta a las necesidades del mundo y siempre dispuesta a reformarse. A sus alumnos nos impactaba, sobre todo, su apasionante recreación de la figura de Jesús de Nazaret; probablemente es uno de los teólogos del siglo XX que mejor ha hablado de él. Su libro Ser Cristiano, de 1974, consagrado casi en su integridad a la persona de Jesús, se ha hecho acreedor a un prolongado agradecimiento. Una y otra vez ha vuelto Küng a hablar bien de Jesús, la última en su libro Jesús(Trotta 2014).

Ahora, mientras enfilaba aquella cuesta, esta vez en la grata compañía de su editor español, Alejandro Sierra, y de su mujer, Christiane —le iban a hacer entrega de los primeros ejemplares del tercer volumen de sus memorias, Humanidad vivida—, pensaba en el título del libro de Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y sumisión. Yo recordaba al Küng resistente, al teólogo joven y vigoroso, viajero incansable, lleno de energías y proyectos; pero era consciente de que unos minutos después me iba a encontrar ante un Küng familiarizado ya con la sumisión a la que obligan las enfermedades y los años. Tiene 86. Había leído el impresionante capítulo XII de la Humanidad vivida, titulado En el atardecer de la vida, un conmovedor relato de sus males de ahora y de sus esperanzas de siempre; un relato que emocionará a todo el que se entregue a su lectura. Además, estaba informado de que, a finales del mes de junio, su avanzado párkinson le mostró su cara más siniestra: a punto estuvo de forzar el final, de provocar la última sumisión. Pero el párkinson tal vez no había contado con la fuerza y las energías acumuladas de este empedernido deportista, atleta, senderista, nadador y esquiador; en definitiva, no había contado con el Küng resistente.

Fue un encuentro de los que nunca se olvidan. Ante nosotros teníamos al Küng de siempre: sonriente, cordial, ameno. Las huellas de la enfermedad eran perceptibles, pero continuaba siendo el “hombre erguido” que evocaba E. Bloch. Le encantó la edición española de sus Memorias. Y, con notable satisfacción, nos comunicó que la editorial Herder está publicando sus Obras Completas en 24 volúmenes. Con sonrisa pícara añadió: “Esto es efecto del papa Francisco”. Se refería al hecho insólito de que una editorial católica publique sus obras. Y, con gran satisfacción, desplegó sobre la mesa dos cartas del Papa, cuidadosamente archivadas, una de las cuales incluye en este volumen de sus memorias. Es notable su entusiasmo por la figura del actual papa. Le encuentra grandes semejanzas con su admirado Juan XXIII; reconoce que está llevando a cabo reformas necesarias, largamente esperadas y tenazmente defendidas por él y por otros muchos teólogos.

Es notable su entusiasmo por el actual papa. Le encuentra grandes semejanzas con Juan XXIII

Calladamente yo me preguntaba si esas reformas incluirán su rehabilitación. Es sabido que, hace más de 30 años, Juan Pablo II le privó de su condición de teólogo católico. ¿Cogerá el papa Francisco un día el teléfono —está demostrando que sabe hacerlo— y llamará a Küng para decirle que queda rehabilitado, que la Iglesia no puede permitir que muera como teólogo no católico uno de los teólogos de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI que más han contribuido a la difusión y profundización del catolicismo en el ancho mundo? Pensaba en esta posibilidad al contemplar una y otra vez aquella interminable estantería que contiene sus más de 60 libros, algunos de ellos muy voluminosos, traducidos a múltiples idiomas. Una estantería que ha proyectado mucha luz sobre los grandes temas de la vida humana: Dios, Jesús, la Iglesia, las religiones del mundo, el sentido de la vida, la ética, el más allá, el origen de la realidad, la deseada paz, la política y la economía, la música, y un abultado etcétera. Me venían a la mente los elogios que otro grande de la teología, K. Barth, le dedicó cuando solo era una joven promesa: “Le tengo a usted por un israelita en quien no hay engaño”; y terminaba deseando al joven doctor que viniera sobre él el Espíritu. Se tiene la impresión de que el Espíritu no se ha portado nada mal con Küng. También me quedé con una frase, muy breve, de una de las cartas del papa Francisco: “Quedo a su disposición”. Küng no le va a pedir nada para él, pero los demás podemos, desde el respeto y la admiración que sentimos por el papa Francisco, rogarle que no eche en saco roto el caso Küng, que le haga un hueco en su agenda de reformas. Sabemos que no es un asunto fácil, pero Francisco se está especializando en temas arduos.

Digamos, finalmente, que, a estas alturas de la película, a Küng no le obsesiona su rehabilitación eclesiástica; esa beneficiará más a la Iglesia católica que a él. Está mucho más pendiente de la otra rehabilitación, de la que acontece cuando cae el telón de esta vida. En el citado capítulo 12 de la Humanidad vivida ofrece un vivo recuento de los numerosos “achaques” que hacen difícil su día a día. La muerte no es ya una amenaza lejana, sino un visitante que ya no se hará esperar demasiado: “Estoy a la espera”, preparado para “despedirme en cualquier momento”. De hecho, nos encontramos en el despacho en el que le gustaría morir, en el que ha trabajado desde que en 1960 llegó a Tubinga. Y en Tubinga desea ser enterrado. Ya ha comprado la que será su tumba. Reposará junto a sus entrañables amigos Walter Jens y su esposa Inge. Será su último homenaje a la amistad, su postrer intento de cercanía.

Rechaza el suicidio. No quisiera devolver su vida al Creador con ira y desesperación

Su epitafio será sencillo y breve: “Profesor Hans Küng”. Desea ser recordado por su “oficio”: profesor. “No he sido un profeta, sino un profesor”. Un profesor que, en aquella tarde fría y lluviosa de Tubinga, transmitía paz, sosiego, serenidad. El teólogo de las muchas batallas se acerca al final con la serena certeza del trabajo bien hecho, del deber cumplido. “Mi obra está concluida”. Ha escrito muchos libros, pero, como nuestro Unamuno, no se conforma con la inmortalidad que otorga la obra realizada, desea seguir viviendo él y no solo sus libros. Su fe cristiana le permite esperar un nuevo comienzo, otra vida más allá de la muerte. No desea el final, pero lo acepta con la confianza del viajero que sabe que no peregrina hacia ninguna parte. No es “la nada” nuestra última morada, escribe una y otra vez, sino el Misterio, al que algunas religiones, entre ellas el cristianismo, llaman Dios.

Eso sí: Küng desearía un final benigno, una buena muerte. Le gustaría morir como ha vivido: digna y humanamente. No querría sufrir la terrible y lenta agonía que en 1954 sufrió su joven hermano Georg, víctima de un tumor cerebral; tampoco desearía verse sumido en la demencia padecida por su amigo Walter Jens durante 10 años; y no le encuentra ningún sentido a una vida puramente vegetativa como la sufrida durante demasiados años por Ariel Sharon. Como creyente cristiano sabe que la vida es un don de Dios. En su último libro, Glücklich sterben (Una muerte feliz), al que seguirá otro sobre los siete papas que ha conocido, rechaza expresamente el suicidio. No quisiera devolver su vida al Creador con ira y desesperación. Pero pide ayuda para un buen morir. Rechaza la alimentación artificial y la respiración asistida como formas de prolongar la vida. Y se pregunta si el acto de desconectar esas máquinas, lo que llamamos eutanasia pasiva, no es “tan activo” como el de suministrar una elevada dosis de morfina que causa igualmente la muerte, es decir, la eutanasia activa. Preguntas y más preguntas. Küng se ha pasado la vida practicando la teología de la pregunta.

Caía ya la tarde cuando me despedí, con más emoción que nunca, del maestro y del amigo. ¿Nos volveremos a ver? En Tubinga seguía lloviendo, como casi siempre por estas fechas.

Manuel Fraijó es catedrático emérito de Filosofía de la UNED.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_