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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

212 milímetros

Esta medida podría sonar al calibre de una munición usada en cualquier guerra. Pero no se trata de eso. Es la lluvia que dejó de caer en la primera mitad del año en Camotán, Guatemala

Durante el pasado verano, la atención de los medios de comunicación y el interés de la opinión pública internacional giraron en cierta medida en torno a la guerra. La excusa de partida fue el recuerdo al inicio de un conflicto que desangró Europa justo hace 100 años. Decenas de artículos, reportajes, libros y actos conmemorativos pusieron de actualidad esta efeméride histórica que ya se percibe alejada. Sin embargo, la actualidad de esos meses también estuvo marcada por guerras del presente, nuevos bombardeos y más atrocidades en Ucrania, Gaza, Siria, Irak… En este contexto bélico la medida 212 milímetros podría sonar al calibre de una munición imposible utilizada en cualquiera de los campos de batalla de hoy en día. No se trata de eso, pero también es la causa, como si fuera una bomba, del drama de decenas de miles de familias situadas a miles de kilómetros de Oriente Medio.

En Centroamérica, una sequía como la de este 2014 ha significado la pérdida de cosechas para medio millón de familias campesinas

212 milímetros son la simple medida de la lluvia que entre enero y julio de 2014 dejó de caer, en comparación con un año promedio, en el municipio de Camotán, al este de Guatemala. También se registraron cifras de lluvia muy alejadas de los promedios en cientos de localidades nicaragüenses, hondureñas o salvadoreñas, afectadas todas ellas por el fenómeno climático de El Niño, que en Centroamérica se traduce en una intensa disminución de precipitaciones. Una sequía en Europa supone una pequeña molestia para algunas actividades económicas, mientras la vida cotidiana de la población apenas se ve alterada.

En Centroamérica, una sequía como la de este 2014 ha significado la pérdida de cosechas para medio millón de familias campesinas que dependen para su sustento de una dotación de lluvia cada vez más irregular. Esos 212 milímetros son, por tanto, el reflejo de la extrema vulnerabilidad de unos hogares cuya vida gira en torno al trabajo de pequeños pedazos de tierra de fertilidad agotada. En el caso de las comunidades indígenas, como sucede con la etnia maya chortí asentada en Camotán, la tierra disponible siempre es más escasa, más alejada, de mayor pendiente y con peor aptitud agrícola.

Los 15 o 20 sacos de maíz que cada familia chortí solía cosechar al llegar septiembre les permitía garantizar la alimentación básica de buena parte del año. Este septiembre, la recolección se ha reducido a la nada. En ausencia de cosecha y sin otros ingresos económicos que permitan la compra de lo más básico, las familias se ven forzadas a la venta de algunos de sus escasos bienes, incluida la tierra que trabajan, si es que no la perdieron en cualquiera de las anteriores sequías. Otra alternativa usual y más adecuada consiste en la migración de los cabezas de familia en busca de trabajo temporal en plantaciones de café y caña de azúcar. Como en años pasados, el aumento de personas dispuestas a emplearse como temporeros significará en los próximos meses un descenso en el pago por jornal, los cuales no llegarán a cinco dólares por día.

El número de niños desnutridos agudos es la medida del fracaso de un municipio, de un país o de la comunidad internacional

Sin reservas de alimentos, sin capacidad de compra y con la pérdida de sus escasos activos, las familias disminuyen su consumo de comida. Primero, la carne se convierte en un extraño lujo, después se reducen las porciones de maíz y frijol, por último, se prescinde de algunos tiempos de comida y se recurre con mayor frecuencia a plantas y frutos silvestres que se encuentran en el entorno de las aldeas. La consecuencia final es el aumento de la desnutrición aguda que afecta sobre todo a menores de cinco años de comunidades indígenas, pero también a los hermanos mayores e incluso a las madres.

La desnutrición aguda se expresa con sus propias medidas, otra vez sencillos números que reflejan problemas complejos. Un niño desnutrido agudo en Guatemala, como en cualquier otro país, tiene un peso muy por debajo del promedio según su talla. El número de niños desnutridos agudos es la medida del fracaso de un municipio, de un país o de la comunidad internacional, en el esfuerzo compartido por mitigar un periodo en el que alimentos básicos escasean.

La actual sequía centroamericana aún no se ha traducido en un aumento notable de los casos de desnutrición, pero el riesgo perdurará hasta que los campos no vuelvan a proporcionar una cosecha normal y para ello será necesario que las lluvias regresen a Centroamérica. Pero, mientras que nubes y semillas no se alineen para prevenir la desnutrición, será necesario el apoyo a los hogares más vulnerables de la región, tal y como ya ha solicitado internacionalmente el gobierno de Guatemala. La respuesta a esa llamada será también otra sencilla medida de conceptos complejos como solidaridad y empatía. Ojalá que estas últimas cifras estén a la altura de lo provocado por los dichosos 212 milímetros.

Miguel Ángel García Arias es director de Acción Contra el Hambre en Centroamérica.

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