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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fuenteovejuna

Pablo Iglesias ha venido a decirnos que no fue la indignación de la gente la que provocó la protesta contra el PP en marzo de 2004

Juan Cruz

Hubo dos quién ha sido la semana del maldito 11-M de 2004, que se llevó por delante tantas vidas inocentes. De uno de esos dos quién ha sido se supo en seguida la identidad, fueron los islamistas, disimulados tras los etarras por el Gobierno del PP. Y del otro quién ha sido, sobre el autor del SMS que llenó la calle de Génova de gente que protestaba contra la gestión de aquel drama, circularon tantas leyendas que incluso mereció un libro, ¡Pásalo!, de Carlos E. Cué.

Cuando sucedió el SMS, su famoso contenido (“¿Aznar de rositas? ¿Lo llaman jornada de reflexión y Urdaci trabajando?...”) coincidió en todos los móviles con un hartazgo que se precipitó por la mañana en una entrevista concedida a El Mundo por Mariano Rajoy, el candidato a aquellas elecciones que finalmente ganaría Zapatero. Dijo Rajoy que tenía la convicción moral de que había sido ETA. Lo que dijo Rajoy nos subió a la peor parte de la garganta a los que ya teníamos evidencias más que sobradas de que era impensable, moralmente, decantarse por la tesis etarra alimentada como en una madriguera por el Ejecutivo encargado de decirles a los ciudadanos la verdad de las cosas.

Ignoro por qué acudieron los otros a la manifestación convocada, pero tengo desde entonces le certeza (moral) de que muchos se aprestaron a salir de sus casas aquella tarde ominosa de marzo porque leyeron esas palabras de Rajoy, aquellas de Acebes, las otras de Zaplana, y se colmó la paciencia en el instante mismo en que el primer amigo llamó al otro para decirle, de una manera u otra, que algo había que hacer con aquella indignación.

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Luego se supo, por los periódicos, por los libros, la historia del SMS; como uno tiene sobrinos en edad de saber más que nadie, algunos de ellos llegaron a las casas con la historia del origen mismo, en una de las cafeterías más literarias de Madrid; otros situaban el origen en otras voces o en otras partes. Pero lo que se quedó en la cabeza fue el sonido de una leyenda que partió de esa frase y que se hubiera quedado ahí, en Fuenteovejuna, si esta semana Pablo Iglesias, que andaba en esos vericuetos de entonces, no hubiera acercado aún más el foco, lo cual lo ha llevado a uno, otra vez, a aplicarse a conocer la sabiduría retrospectiva, y aún juvenil, de los sobrinos. Las frases que han hecho historia se explicaban antiguamente en las paredes; una de las que más quiero es esta que descubrió Jorge Adoum, el poeta ecuatoriano, en una pared de Quito: “Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas”. La escribió cualquiera, Fuenteovejuna acaso, es mejor que sea leyenda leída. Ya saben lo de los adoquines y la playa del 68. No sé si leí en un libro de Juan Tallón aquello que se conservó, escrito con tiza en la puerta misteriosa de la casa que estaba frente a la que Julio Cortázar no visitaría nunca más otra vez en Saignon, Francia. Decía: “Y ahora, ¿quién me saca de aquí?”. Quién la escribiría. Qué loco, qué persona, qué poeta o qué desesperado escribiría esa descripción audaz del presidio.

Así que con el SMS hemos vivido todos como si lo hubiera escrito un pueblo entero, y no uno ni dos, sino todo el mundo. Pero ahora vienen a decirnos, caramba, que no fue Fuenteovejuna sólo la respuesta a aquel segundo quién ha sido que nació de la triste fecha. 

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