¿Cómo se ve la inmigración desde Etiopía?
Reunión de jóvenes en una cafetería de Addis Abeba. / (C) Lola Hierro
Migrados está en Etiopía. Bueno, solo su coordinadora, que es la misma que escribe estas líneas. Y, por primera vez en la corta vida de esta bitácora, no voy a publicar una entrada sobre inmigrantes en España. Esta vez, desde Addis Abeba, escribo sobre ¿cómo lo llamo? La posible inmigración, la pre inmigración, la inmigración que no será… En todo caso, es interesante hablar de esto desde el otro lado, desde el kilómetro cero de este fenómeno, desde el punto de partida.
En realidad, no muchos etíopes llegan hasta España. Durante el año 2013 solo entraron 218, según el Instituto Nacional de Estadística. Etiopía, con más de 94 millones de habitantes, está en el puesto 179 del Índice de Desarrollo Humano de los 187 países que están incluidos, es decir, que es el octavo más pobre.
La mayoría salen de casa en busca de una vida más próspera, y se dirigen hacia países de Oriente Medio como Arabia Saudí en vez de a Europa, donde trabajan en la construcción ellos y como empeladas de hogar ellas en condiciones laborales abusivas.Es difícil saber cuántos etíopes hay expatriados en todo el mundo, pero sí se sabe que a principios de año, 150.000 fueron expulsados de Arabia Saudí.
En este contexto, el fenómeno de la inmigración se conozca y se entienda en este país. Aquí, compruebo, también tienen la idea generalizada de que Europa es un paraíso. “Llegan turistas blancos gastando en un día lo que para muchos es el sueldo de un mes y eso da una imagen equivocada a la gente de aquí”. Quien así opina es Mister T, al que prefiere no dar su nombre real. Etíope y empleado de una organización humanitaria local, sabe lo que espera de verdad a los africanos en el viejo continente (nunca sé por qué se le llama así, ese apelativo debería corresponderle a África pues aquí se han encontrado los restos de los primeros homínidos, ¿no?) porque él ha vivido en él dos años y porque tiene a una de sus dos hermanas residiendo en Milán desde hace más de 20.
Él ha estudiado en Reino Unido, ha viajado a varios países europeos –Alemania, Holanda, Italia, Unido…- y distingue perfectamente la diferencia en la calidad de vida de un joven africano cuando es pobre en su país o cuando lo es uno extraño. Tal y como yo misma he comprobado en mi ciudad varias veces hablando con chicos senegaleses, cameruneses o malienses que pensaban que en España les iba a ir mejor, Mister T corrobora mis opiniones al respecto: “A mí no me creen cuando les digo que la gente no lo pasa bien; piensan que tendrán trabajo, un buen coche y una mujer guapa y, hasta que no viven en sus carnes las dificultades, no se desengañan”.
Chicos pensativos. (C) Lola Hierro
Un rato después, compruebo hasta dónde son ciertas sus palabras cuando conozco a Thomas. Tiene 21 años y estudia Agricultura en la universidad de Addis Abeba. Es de Hawassa pero, igual que otros jóvenes hacen en España, Etiopía o donde sea, se ha trasladado a la capital para cursar sus estudios. Vive en un piso compartido con otros estudiantes y este es su cuarto y último curso. El año que viene será un graduado y se lanzará al mundo a buscar un trabajo.
Thomas me encuentra totalmente desorientada buscando un museo y se ofrece a acompañarme. Caminamos y charlamos hasta llegar a las puertas del recinto, que están cerradas a cal y canto pese a que hoy, día laborable, debería estar abierto, según indican todas las guías turísticas. Compuesta y sin plan me quedo, pero Thomas en seguida me echa una mano. Me lleva a una iglesia ortodoxa; la visitamos, nos damos una vuelta por los alrededores, vemos la súper infraestructura que están construyendo los chinos en plena ciudad (un monstruo de monorraíl que atravesará Addis Abeba de norte a sur), discutimos sobre cómo China está invirtiendo dinero a mansalva en África y de otros muchos asuntos.
Como quien no quiere la cosa, de repente llega esta afirmación: “Cuando acabe de estudiar quiero viajar por Europa. ¿Me invitarás a conocer tu país?”. Y entonces yo le tengo que explicar que, posiblemente, no podré por mucho que quiera. Le advierto que no sé con seguridad cuáles son las condiciones para los etíopes, pero que, hasta donde yo sé, mi Gobierno deniega visados todos los días a los ciudadanos africanos porque cree que se van a quedar a vivir para siempre y que a los que llegan de manera irregular les devuelve también irregularmente, o les encierra en centros de internamiento hasta que les puede meter en un avión y mandarlos de vuelta a sus lugares de origen.
Le confieso que, para las personas como él, por muchos estudios, preparación y buenas intenciones que tenga, Europa es una fortaleza inexpugnable. Que no quiere a chicos como él. Y que me avergüenza tener que decirle esto cuando yo he conseguido un visado para entrar en su país simplemente enseñando mi pasaporte en el aeropuerto a mi llegada, y cuando desde que he puesto un pie en Etiopía solo me he topado con hombres y mujeres deseosos de ayudarme y de hacerme la vida más fácil.
Thomas no creía los horrores que le contaba sobre la forma en la que llegan chicos de su edad a España, cruzando el mar en pateras o saltando la peligrosísima valla de Melilla después de haber viajado durante meses o años en condiciones más que precarias y sin ver a ningún familiar ni ser querido en todo ese tiempo. Y todo para llegar y ser un “ilegal”, no tener derecho a nada, ni siquiera a que te consideren persona.
Creo que me he cargado la imagen de Europa que Thomas había forjado en su mente. Me preguntaba cómo son las ciudades, y le he dicho que , en honor a la verdad, en general son bastante mas bonitas que Addis Abeba. Que no están tan contaminadas, que tienen monumentos por todas partes, mucha historia, zonas verdes con árboles y flores, toda clase de comercios, restaurantes y cafés. Que se ven coches de lujo todos los días y transeúntes que visten con ropa muy cara. Que hay ocio para todos los gustos y están mejor iluminadas de noche que esta caótica capital en la que nos encontramos.
Pero también le digo que yo creo que África es un lugar mucho más alegre para vivir. Que allí la gente viste siempre en tonos oscuros y tristes y aquí veo que todos van de colores. Le he confesado que a diario cuento en el metro, cuando voy de camino al trabajo, cuantas personas van riendo o al menos sonriendo en mi vagón. Y que, generalmente, no pasa de una. Los fines de semana algunas más. porque tomamos demasiados antidepresivos y ansiolíticos, y que nos quejamos porque queremos siempre más de lo que tenemos. Mejor trabajo, mejor casa, mejor coche, mejor aspecto, mejor estatus social, mejores amantes, mejores amigos, mejores hijos, mejores padres, mejores planes de pensiones... Y que, como ahora estamos sumidos en una crisis económica y lo estamos pasando peor de lo que jamás nos habíamos imaginado, pues aún consumimos más ansiolíticos y más antidepresivos y vestimos aún más monocromos.
Como no quería desanimar más a Thomas, que me ha escuchado estupefacto, le he insistido en que la gente joven como él tiene que quedarse e invertir sus esfuerzos, su trabajo y su talento en mejorar su casa, su tierra, su patria. Que aquí siempre será un igual, siempre tendrá a una familia que le abrace cuando las cosas vayan mal, siempre entenderá el idioma en el que le hablan, y que nunca será discriminado por ser negro o por no tener un documento de identidad. Y que en media hora de charla me ha regalado más sonrisas que muchos a los que conozco desde hace años.
Al final, creo que le he convencido.
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