Un país que huele a lejía
Por Pablo Tosco, fotoperiodista de @oxfamintermon, que acaba de volver de un viaje de tres semanas en Liberia y Sierra Leona.
Otra vez Liberia atraviesa una crisis que se mide con la pérdida de miles de vidas. A finales de los 90, una guerra civil atroz. Hoy, el ébola.
El ébola es algo invisible, una amenaza que se materializa con el miedo y con cada práctica diaria. Un virus que ha arrasado a familias enteras.
De los 6.000 muertos registrados en Liberia, más de 1.000 han fallecido solo en la capital, Monrovia, una ciudad que huele a lejía, donde los cubos de agua con un pequeño grifo y jabón son centinelas en la puerta cada casa y de cada tienda.
Atravesando pequeñas callejuelas con puestos de frutas, plátanos asados, venta de tarjetas de teléfonos y casetas de apuestas online se llega al barrio de West Point.
Este barrio fue el único que el Estado de Liberia cerró a cal i canto en cuarentena durante los primeros meses de la crisis.
Allí, en una salita pequeñita a pie de calle, se reúnen los promotores de salud, personas voluntarias del barrio que vivieron en carne propia la cuarentena y que en más de un caso han visto cómo el ébola atravesaba sus propias vidas.
Familiares, amigos, vecinos, fueron arrancados de su lado por una enfermedad de la que conocían poco o nada.
Ellos, ahora con información, van puerta a puerta esparciendo mensajes que alerten pero que a la vez tranquilicen. Intentando hacer comprender colectivamente de que manera hacer frente aesta amenaza mortal.
Naomi recorre las angostas callejuelas del barrio buscando la última casa que ayer visitó para comenzar de nuevo.
“Ebola is real”
Este es el mensaje con el que Naomi empieza cuando alguien abre alguna de las puertas destartaladas de este barrio de chabolas.
No es un conjuro ni una maldición, es una enfermedad que se puede confundir en sus inicios con otras patologías que se sufren diariamente los habitantes de estos países africanos, especialmente en contextos marginales donde no hay servicios sanitarios como agua potable e higiene.
Es una enfermedad que con correctas practicas higiénicas se puede prevenir y es la única arma poderosa que tienen estas personas para luchar contra ella.
A Nyam se le llenan los ojos de lágrimas.
Hace una hora que estamos conversando sobre su trabajo, sobre los desafíos que como responsable de promoción de higiene encuentra diariamente en las calles.
Me habla del estigma de los enfermos y sus familias, de cómo han cambiado todas las dinámicas cotidianas. El transporte público, el trabajo, las escuelas, las reuniones. La vida de las personas ha dado un vuelco que por ahora no tiene vuelta atrás.
Pero Nyam como todas las personas de estas tierras no pierden la esperanza de que esta pesadilla termine.
Él lleva trabajado en tres de las comunidades más afectadas de Monrovia desde hace ocho años.
Un trabajo a pequeña escala, casi invisible dentro de los barrios más pobres y vulnerables de la capital de Liberia. Junto a su equipo ha promovido buenas prácticas higiénicas. Orgulloso al ver cómo las estadísticas muestran la reducción de casos en Monrovia gracias a la información y la confianza, aunque sabe que todavía queda mucho por hacer.
Pero a Nyam se le llenan los ojos de lágrimas cuando ve que sus hermanos y hermanas han perdido algo fundamental para su cultura.
Se imaginan un mundo sin besos que demuestren cariño, sin abrazos que acompañen, sin manos que estrechen acuerdos o amistades, sin palmadas que den cuenta de que uno está ahí.
Se imaginan un mundo sin comunicación corporal.
Las calles de Monrovia quieren volver a la normalidad aunque el ébola se siga cebando con la vida con el se cruza, en cada barrio, en cada esquina.
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