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Tribuna
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La aldea urbana

Las redes humanas se desarrollan en función del tamaño de la ciudad

"Quiero formar parte de ella, New York, New York”, cantaba Frank Sinatra sobre la ciudad que atrae a muchas de las personas más ambiciosas del mundo, desde artistas e intérpretes hasta empresarios y banqueros. En cierto sentido, es un fenómeno fácil de explicar: las metrópolis como Nueva York, con sus poblaciones multiculturales, sus empresas multinacionales y su abundancia de talento, están llenas de oportunidades. Pero la influencia de las grandes ciudades no se limita al poder económico y cultural; las ciudades pueden cambiar de forma radical las vidas de las personas, e incluso a las personas mismas.

En 2010, Geoffrey West, junto con un equipo de investigadores, descubrió que existen varios parámetros socioeconómicos —tanto positivos como negativos— que se multiplican en virtud del tamaño de la población. En concreto, cuanto más grande es la ciudad, más elevados son el salario medio, la productividad, el número de patentes por persona, la tasa de criminalidad, los casos de ansiedad y la incidencia del VIH.

Cuando una ciudad duplica su tamaño, todos los criterios para medir la actividad económica aumentan alrededor de un 15% per capita. Por eso la gente emigra a la gran ciudad; por eso prosperan las ciudades. Esta es una ley constante independientemente de la dimensión que tenga la ciudad. Y no es un caso aislado. Cada vez son más numerosas las pruebas que indican que son funciones similares las que rigen incluso más aspectos de la vida urbana que los indicados por el equipo de West.

¿Cómo es posible que dos ciudades tan distintas como Nueva York  y París funcionen de forma tan parecida?

¿Cómo es posible que dos ciudades tan distintas como Nueva York, con su inmensa silueta vertical, y París, con sus amplios bulevares, funcionen de forma tan parecida? Si, como decía Shakespeare, una ciudad no es más que sus habitantes, la respuesta puede hallarse tal vez en las pautas características de conexión, interacción e intercambio entre residentes.

El VIH —o cualquier enfermedad de transmisión sexual— ofrece un ejemplo muy gráfico que explica cómo ayudan las redes sociales a construir la vida urbana, con su propagación a través de los vínculos entre parejas sexuales. Las ideas y las innovaciones derivadas de ellas se difunden de manera similar. Hace solo unos años, una investigación de envergadura de esas complejas redes sociales habría sido prácticamente imposible. Las herramientas de que se disponía —experimentos aislados de laboratorio y cuestionarios escritos— eran poco precisas y difíciles de utilizar a gran escala.

Internet ha cambiado la situación. Al entrelazar a miles de millones de personas en una conexión sin fisuras, las plataformas digitales han transformado la dimensión de las redes sociales y han proporcionado a los investigadores nuevas herramientas para investigar las relaciones humanas.

Como consecuencia, está surgiendo todo un nuevo campo de estudio que representa un cruce entre el análisis de datos y la sociología: las ciencias sociales informáticas. Mediante el uso de datos recogidos en Internet o en las redes de telecomunicaciones —por ejemplo, hace poco, los proveedores de telefonía móvil Orange y Ericsson pusieron una serie de datos al alcance de la investigación—, hoy es posible abordar de forma científica varias preguntas fundamentales sobre la sociabilidad humana.

Internet abre un nuevo campo de estudio: las ciencias sociales informáticas

Un ensayo reciente (del que es coautor Carlo Ratti) utiliza datos anónimos, extraídos de las redes de telecomunicaciones europeas, para estudiar cómo cambian las redes humanas en función del tamaño de la ciudad. Los resultados son llamativos: en las grandes ciudades, la gente no solo anda más deprisa (una tendencia observada desde los años sesenta), sino que también hace y cambia de amigos más deprisa.

La raíz de este fenómeno está probablemente en que, según las conclusiones de West, el número total de conexiones humanas aumenta a medida que la ciudad es más grande. Los ocho millones de habitantes de Londres se conectan de forma habitual con casi el doble de personas que los 100.000 residentes de Cambridge. Este mayor contacto con otras personas —y, por tanto, con ideas, actividades e incluso enfermedades— puede explicar tal vez la repercusión del tamaño de la ciudad en los resultados socioeconómicos.

Pero hay otra tendencia que se ve también en ciudades de todos los tamaños: la gente tiende a construirse “aldeas” a su alrededor. Es lo que se cuantifica como “coeficiente de agrupamiento”, es decir, la probabilidad de que los amigos de una persona sean también amigos entre sí, y tiene valores extraordinariamente estables en todas las áreas metropolitanas. En pocas palabras, los seres humanos, en todas partes, tienen una inclinación natural a vivir en comunidades muy unidas.

No es la primera vez que se sugiere esta idea, desde luego. La urbanista Jane Jacobs, por ejemplo, ha descrito la riqueza de las relaciones que se establecen en los barrios de Nueva York, lo que denomina “un intrincado ballet en el que cada bailarín y cada conjunto tienen papeles muy determinados que, de forma increíble, se refuerzan entre unos y otros”. Lo que permite ahora la ciencia social informática es la perspectiva de cuantificar esas observaciones y obtener ideas que quizá puedan influir en el diseño de entornos urbanos en el futuro.

Los seres humanos tienen una inclinación natural a vivir en comunidades muy unidas

La cuestión es saber si esas ideas podrían también liberar el poder de las interacciones humanas en las ciudades pequeñas y permitirles el acceso a las ventajas sociales y económicas de una gran ciudad. En este sentido, es crucial reconocer la diferencia esencial entre las “aldeas urbanas” y sus equivalentes rurales. En estas últimas, las redes sociales están en gran parte determinadas de antemano por la familia, la proximidad o la historia. Los habitantes de la ciudad, por el contrario, pueden explorar una gran variedad de opciones para construirse aldeas a su medida según sus afinidades sociales, intelectuales o creativas.

Tal vez ese fue el motivo de que Frank Sinatra se fuera de su lugar natal, Hoboken, en Nueva Jersey. Solo en una ciudad como Nueva York podía encontrar un grupo de amigos como el del Rat Pack.

Carlo Ratti es profesor de investigación del MIT, donde dirige el Senseable City Laboratory, y Matthew Claudel es investigador en el Senseable City Laboratory.[

© Project Syndicate, 2014.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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