Cuando el cine calentaba la Guerra Fría
A la sombra del muro de Berlín, la ciudad se convirtió en la capital mundial de los espías
Fue en 1947, recién finalizaba la segunda contienda mundial, cuando empezó a emplearse el término Guerra Fría para definir el período de tensión permanente en el que vivían las dos grandes potencias hegemónicas que habían quedado en el mundo tras el conflicto bélico, los Estados Unidos y la Unión Soviética. Según algunos, fue el asesor estadounidense Bernard Barach el primero que empleó ese famoso juego de palabras. Según otros, el autor de la frase fue el intelectual y periodista Walter Lippmann, que publicó ese mismo año, 1947, un libro con ese título.
Sea como fuere, la expresión tuvo un éxito inmediato porque reflejaba perfectamente la situación geopolítica. No había un enfrentamiento armado abierto y directo entre los dos bloques pero éste podía estallar en cualquier momento. Cualquier chispa podía encenderlo. Y uno de esos momentos críticos se vivió a finales de los años 50 y principios de los 60 en Berlín.
Como se recuerda al comienzo de la película Uno, dos tres de Billy Wilder, “el domingo 13 de agosto de 1961, sin aviso alguno, los comunistas de la Alemania oriental cerraban la frontera entre el este y el oeste de Berlín. Menciono esto solo para que vean con qué clase de gente tratábamos. Muy variable”. Comenzaba a alzarse un muro, tanto físico como simbólico, que iba a dividir durante tres décadas, no solamente una ciudad y un país, sino al mundo entero.
Y es en ese contexto donde Wilder sitúa la historia del jefe de la Coca-Cola en Berlín, un hombre vehemente que ve cómo la alocada hija de uno de los grandes ejecutivos de la compañía se casa con un joven comunista. Un rodaje que se vio afectado por los propios acontecimientos que reflejaba. Antes de que terminaran de filmar, empezó la división de Berlín y de la noche a la mañana los permisos de rodaje se cancelaron. El equipo se trasladó a Múnich donde tuvieron que construir un decorado de la mitad inferior de la Puerta de Brandemburgo.
A la sombra del muro de Berlín, se vivieron infinidad de dramas personales; gente huyendo desde el lado oriental al occidental, fugas que costaron centenares de vidas. Berlín se convirtió también en la capital mundial de los espías, agentes que buscaban, compraban o traficaban con la información de los dos lados. Historias que hemos visto recreadas innumerables veces tanto en la literatura como en el cine.
En Cortina rasgada, protagonizada por Paul Newman y Julie Andrews, Alfred Hitchcock contaba una típica historia de espionaje enmarcada en la Guerra Fría: la pugna que mantuvieron las dos potencias para robarse secretos científicos. Por el contrario ¡Que vienen los rusos!, de Norman Jewison, intentaba poner algunas gotas de humor en ese largo y dramático pulso.
El próximo 9 de noviembre, fecha en la que se cumple el 25 aniversario de la caída del muro de Berlín, TCM ofrece cuatro grandes películas que cuentan otras tantas etapas que ha vivido la capital alemana en la última mitad del siglo XX: Berlín Occidente y Uno, dos, tres, ambas de Billy Wilder; Cortina rasgada, de Alfred Hitchcock, y Good Bye, Lenin!, de Wolfgang Becker, con Daniel Brühl como protagonista. Cuatro títulos con los que los espectadores podrán recordar la historia de ese infame muro y esa época histórica, quizá nunca definitivamente cerrada, que conocimos como la Guerra Fría.
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