Campeonas
Si hay un ámbito que tradicionalmente ha reflejado a la perfección la pervivencia del orden patriarcal ese ha sido sin duda el deportivo. En él siempre ha quedado muy claro el protagonismo de la mitad masculina frente a la devaluación, y en muchos casos invisibilidad, de la femenina. Con la ayuda impagable de unos medios de comunicación que han sido y son cómplices en el mantenimiento de roles y estereotipos sexistas, durante décadas se ha identificado la actividad deportiva que merecía reconocimiento público con la practicada por los hombres.
En este contexto el mundo del fútbol ha sido paradigmático en cuanto a la reproducción de unos patrones sexistas y de un modelo de hombre patriarcal, es decir, un modelo heteronormativo y referente de lo que se han estimado imperativos de la virilidad dominante. Todo ello ligado, claro está, a unos intereses económicos que demuestran la estrecha conexión que existe entre masculinidad, poder político e intereses del mercado.
Esos patrones sin embargo empiezan a desmoronarse cuando, al igual que está sucediendo en otros ámbitos, muy especialmente en aquellos en los que la demostración del mérito y la capacidad no tiene ningún filtro de discrecionalidad, las mujeres comienzan a demostrar su valía y, pese a los mayores obstáculos que como mitad subordinada continúan teniendo, demuestran que también pueden ser campeonas y que incluso pueden superar en conquistas a unos chicos que no pasan por sus mejores momentos.
Ante estas evidencias que no admiten contestación sino aplauso, son habituales las reacciones “neomachistas” que tratan de invalidar los espacios conquistados por las mujeres. Recordemos la reciente polémica en torno al nombramiento de Gala León como capitana del equipo español de Copa Davis. A lo que habría que añadir una cierta resistencia a por ejemplo darle el mismo espacio y tiempo en los medios a los triunfos que consiguen las mujeres que incluso, en algunos casos, merecen menos atención que los fracasos de sus compañeros varones . La revisión de algunos portadas de los últimos meses, o los minutos que a unos a y a otras se les dedica en televisión, servirían de prueba de esta resistencia a reconocer lo evidente.
La medalla de plata de la selección femenina de baloncesto, la cual se suma a una cada vez más larga lista de triunfos de nuestras mujeres en otros deportes en los últimos tiempos, es el más reciente ejemplo de cómo ellas empiezan a ocupar portadas en las que no estaban, justo además en un momento en el que nuestros equipos masculinos no pasan por su mejor momento. Una conquista que tiene más mérito aún si tenemos en cuenta que las condiciones de apoyo económico de las que disfrutan las deportistas distan mucho de las que gozan la mayoría de sus colegas varones. Hasta el punto de que, como hace unos días lo explicaba la exjugadora Clara Ruiz en relación al baloncesto, la viabilidad económica de los clubes que las sostienen se halla muy habitualmente en el aire.
Nada que ver por supuesto con la situación de la otra mitad, la privilegiada, y mucho menos si comparamos las cifras de deportes “minoritarios” con las que de locura que se manejan en el deporte rey y patriarcal por excelencia. En este caso, y como también es habitual en otros ámbitos, las deportistas sufren una múltiple discriminación: la que se entrecruza en su caso por practicar deportes que no suelen ocupar la primera plana con la que ya de por sí sufren por razones de género.
Por lo tanto debemos felicitarnos y sobre todo felicitar a las mujeres que con tanto esfuerzo están ocupando espacios que hasta hace poco les eran negados, pero no podemos olvidar que esos buenos resultados necesitan de una tarea permanente de apoyo económico, mediático y hasta educativo, si queremos que de verdad la mitad hasta ahora invisible consolide su igualdad de condiciones. Un reto que pasa además por la revisión de muchas de las “reglas del juego” que siguen hechas a imagen y semejanza del varón todopoderoso y que reclaman una revisión para hacerlas más humanas, es decir, comprensivas de unos y de otras.
Porque no estaría mal que los chicos, tan educados en una dinámica competitiva que últimamente parece no darles muy bien resultados, y quizás muchos de ellos acomodados en la abundancia del estrellato, aprendieran de lo que ellas, con mucho tesón y superando más obstáculos que ellos, están consiguiendo no solo en el ámbito deportivo sino también en todos aquellos donde finalmente pueden demostrar el valor de su musculatura. Ese es el verdadero reto de una democracia que pretenda calificarse como paritaria y de un mundo, el deportivo, en el que ellas merecen estar en igualdad de condiciones y con idéntica visibilidad y reconocimiento.
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