En torno a la Diada
O Cataluña o España. A elegir a ser de los unos o de los otros es a lo que nos están llevando las políticas radicales del Gobierno de la Generalitat con la colaboración en forma de inmovilismo de Mariano Rajoy. En una época en la que la unión de los ciudadanos es más importante que nunca para dar un paso al frente, todos juntos, e iniciar de una vez por todas el proceso regeneracionista que este país necesita, deberíamos ir de la mano en busca de una sociedad más justa y democrática, menos corrupta. De una vida mejor para todos, en definitiva. Al fin y al cabo, la mayoría de las personas que en Barcelona gritaban “Independencia” lo hacían con un brillo en los ojos que, sin lugar a dudas, venía causado por un sentimiento de esperanza, que es el que les provoca la idea de un cambio. El problema es que si los españoles decidimos cavar diferentes túneles para salir del agujero, seguramente no encontraremos la salida y muy probablemente, ese cambio será a peor.
Y el gran problema es que mientras los ciudadanos no nos pongamos de acuerdo para buscar una salida conjunta en forma de regeneración democrática, irán apareciendo nuevos Bárcenas o Pujol que se seguirán riendo de nosotros.— David Nieto Prats. Sant Jaume d'Enveja, Tarragona.
En la mañana del día 11 me desplacé a Barcelona, desde Madrid, con la intención de participar, “como un catalán más”, en el acto estrella de la conmemoración del Tricentenari de 1714. Previamente, me había inscrito en la Via Catalana 2014, donde me asignaron el Tramo 42, junto a la plaza de España. Por tanto, allí me concentré acompañado de miles y miles de ciudadanos, de origen, condición y aspiraciones diferentes.
La inmensa mayoría de los asistentes, enfundados en llamativas camisetas amarillas o rojas, según nos había correspondido, gritaba, sobre todo, “¡in-de-pen-den-cia!” Sobre las 17.15 de la tarde la plaza de España se convirtió en una especie de olla a presión a punto de explotar: el enorme gentío, brazos en alto, enardecido, siguió pidiendo libertad e independencia. Confieso que esta fiesta nacionalista, ordenada y pacífica, dio un rotundo ejemplo de sano patriotismo. Confieso que mereció la pena estar allí.— Manuel Ramírez Ortiz. Madrid.
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