Del gran campus al 'donut'
La Comunidad de Madrid disuelve la empresa pública que debía construir la ciudad de la Justicia en Valdebebas
Se había proyectado como el mayor complejo judicial de Europa, pero se ha quedado en un único y solitario edificio perdido en el páramo de Valdebebas. Desde la autopista sorprende la majestuosidad de la construcción, ciertamente singular, que la imaginación popular ha bautizado ya como el donut por su imponente forma redonda.
El donut es todo lo que, al menos de momento, quedará del faraónico proyecto de Campus de la Justicia de Madrid, aprobado bajo la presidencia de Esperanza Aguirre en 2004. El proyecto pretendía levantar 15 grandes edificios, obra de los arquitectos más vanguardistas, con un coste de 500 millones de euros. Un total de 200.000 metros cuadrados para ubicar las 19 sedes judiciales que dependen de la Comunidad de Madrid.
Pero en 2008, el ciclo económico cambió y el proyecto quedó en suspenso cuando ya se había iniciado el primer edificio. El donut ha costado casi 20 millones de euros y está vacío. Un nuevo monumento a la desmesura de aquellos años de euforia.
El actual Gobierno autónomo intentó resucitar el proyecto en 2012 por la vía de reducirlo —33 millones de inversión— y privatizar tanto la construcción como la posterior gestión del recinto. Pero ha resultado un intento fallido y ahora acaba de disolver la empresa pública creada para gestionarlo. No es el único fiasco derivado de la megalomanía constructiva anterior a la crisis, pero, en este caso, al no haberse desarrollado el proyecto, los daños son relativamente limitados.
No siempre ha sido así, como muestra el famoso aeropuerto de Castellón, terminado y sin actividad (como otros). Trabajo tienen también las autoridades de Zaragoza para dar un uso útil y rentable a los edificios que se levantaron para la Exposición Universal. Muy polémica y onerosa ha sido igualmente la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, con graves problemas de mantenimiento y un coste final que supera los 1.100 millones de euros.
Es cierto que el carácter de las grandes urbes se construye con ambición, pero los gobernantes deben evitar que esta desborde los límites de lo razonable. Y si es preciso, rectificar antes de que la megalomanía lo gangrene todo.
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