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La mujer que venció al escándalo

Tras haber cumplido los 40 y dejar por el camino la polémica, la modelo pone a prueba sus nuevas posibilidades de negocio

Kate Moss, a su llegada a una cena convocada por el príncipe Guillermo en el palacio de Windsor, en mayo.
Kate Moss, a su llegada a una cena convocada por el príncipe Guillermo en el palacio de Windsor, en mayo.CHRIS JACKSON (REUTERS)

Hace ahora nueve años, la carrera de Kate Moss estaba acabada. De un día para otro, pasó de ser la mujer más solicitada del planeta a una apestada. Tras una de sus habituales juergas junto a su entonces novio, el rockero Pete Doherty, se vio esnifando rayas de cocaína como una posesa en un vídeo grabado con un móvil y filtrado al Daily Mirror. Burberry, Chanel y H&M cancelaron sus contratos millonarios con ella y el mundo de la moda se dividió en un hipócrita debate que oscilaba entre salvarla de sí misma o lapidarla públicamente. Pero, cual ave fénix, tras una rehabilitación exprés de un mes, se plantó resplandeciente en bañador en Ibiza para una campaña de Cavalli.

Esa Kate hoy ha muerto. Y los nostálgicos de la fiera desenjaulada parecen buscar su sombra allá por donde pasa. Lo vimos este verano en una escapada de la modelo a Turquía, donde se sometió a un tratamiento con nitrógeno a menos 180 grados para eliminar celulitis y a una dieta detox en un centro de bienestar en el que solo se beben jugos vegetales. Paradójicamente, Moss se plantó borracha en el aeropuerto para regresar a Londres. Su achispada presencia en un vuelo low cost se convirtió en la comidilla del pasaje, amplificada por el patio de porteras global que es Twitter.

Precisamente ha sido la isla que la vio renacer, Ibiza, a la que permanece incondicional, la que le ha servido en estos días de estío para escenificar ese tránsito hacia una madurez serena y cabal. Los paparazi la cazaron —sempiterno cigarrillo en mano, tripilla confiada a las bondades del Photoshop— junto a la incombustible Naomi Campbell en Cala Bassa y compartiendo yate con Liv Tyler por las calladas aguas de Formentera. Pero ni rastro de grandes jolgorios aparte de una cena con amigos en Cipriani. Si acaso algún baño junto a su hija Lila Grace o pacíficos paseos de la mano de su marido, el rockero Jamie Hince, para muchos el hombre que ha logrado aplacar a la bestia.

La modelo más longeva de la historia —25 años en la cumbre— parece haberse instalado en un verano eterno. Establece sus propios tiempos por encima de los requisitos de una industria voraz que no espera a nadie. A Kate Moss, sí. Se la sigue esperando. Se la espera en las listas de las modelos mejor pagadas (Forbes la acaba de situar como la cuarta que más ingresa), en las campañas (permanece como la cara inamovible de Rimmel London y de Matchless), en las portadas (donde ha sumado el rol de musa erótica madura con provocativas poses desnuda para el renacimiento de la revista francesa Lui o el 60 aniversario de Playboy).

Kate Moss cumplió 40 años en enero pero no piensa marcharse de nuestras vidas. Ni de las páginas de crónica social. Y mucho menos del negocio. Sigue representando la antítesis de la que fuera su reverso positivo en los noventa: la más alta, más rubia, más sana y, uh, más previsible Claudia Schiffer, estandarte de la supermodelo que Moss desafió, y que celebraba radiante hace unos días su 44 cumpleaños. Como señaló en cierta ocasión el periodista británico Piers Morgan: “Entre las supermodelos, Cindy Crawford es el Aston Martin y Kate Moss, el Porsche”. Por mucha gasolina que haya quemado, aún le queda carretera. Lo decía recientemente en The Guardian la prominente analista de moda Caryn Franklin: “Aparte de haberse convertido en un reflejo del éxito por encima del paso del tiempo, también se ha situado como un perfecto reflejo de ese creciente mercado de mujeres de más de 40, que son las que tienen más dinero para gastar en moda y belleza”.

A pesar del halo de eternidad que la envuelve y de su creciente fortuna (The Sunday Times la acaba de cifrar en casi 70 millones de euros), Moss es consciente de que hasta ella tiene fecha de caducidad. Por eso este último año ha ido tomando posiciones para amplificar su radio de acción. Ha firmado como editora de moda invitada para la edición británica de Vogue. Su primer trabajo fue acudir al rescate de John Galliano, posando junto a él. El exdiseñador de Dior fue el primero que la respaldó incondicionalmente en la pasarela en sus inicios y ella encabezó el movimiento para devolverle al terreno de juego tras su caída en desgracia encargándole su vestido de novia. También ha retomado su contrato como diseñadora para TopShop. Y continúa cimentando su condición de objeto de arte.

En septiembre se convirtió en la primera musa viva protagonista de una subasta en Christie’s. Las obras, en su mayoría fotografías en gran formato, recaudaron dos millones de euros. Gert Elfering, el coleccionista que sacó a puja su colección sobre Kate, contaba a este diario: “Ha logrado redefinir a la mujer para este siglo. Es más que un arquetipo, es un referente histórico. Veremos su imagen colgada en paredes al lado de un picasso o un matisse”.

Ya probó su fuerza como icono artístico antes. En 2005 se subastó por 5,9 millones de euros el retrato que le hizo Lucian Freud embarazada. Moss ha entrado en una nueva fase de venta de su propia figura prestando su pecho izquierdo a Jane McAdam Freud (la hija de Lucian Freud), para moldear una copa de champán a su imagen y semejanza. Es lo más cerca que el común de los mortales estará de posar los labios sobre su cuerpo. Se podrá beber de ella a partir de octubre en el restaurante 34, donde celebró su 40 cumpleaños junto a Stella McCartney o Galliano.

A pesar de ese magnetismo imperturbable, la histeria mediática ya sitúa como su heredera natural a su hermana Lottie, que se estrenó en julio con una campaña para Calvin Klein muy similar a la que convirtió a Kate en 1992 en estandarte del heroin chic.

Con inteligencia, ha redoblado su condición de icono intergeneracional. Del mismo modo que ha hecho migas con las nuevas it-girls que le comen el terreno (léase Rita Ora y Cara Delevingne), ha aprendido a cultivar amistades más maduras. Acudió del brazo de Tom Jones a los British Fashion Awards —donde recibió un galardón a “la modelo del milenio” y Marc Jacobs la presentó como “la chica más perfectamente imperfecta”— y posó para Vanity Fair junto a otra diva eterna, Catherine Deneuve.

A estas alturas, parece inmune al escándalo. Ni el descubrimiento el pasado verano de que utilizaba para algunos trabajos una doble de cuerpo (la desconocida Natalie Morris) logró eclipsar el impacto —y las ventas— del autobronceador St. Tropez, para el que posó desnuda. ¿Para qué romper la ilusión si tienes una cara famosa y el bisturí digital?

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