El próximo verano podrá hacer todo eso que dijo que nunca haría
¿Para qué quiere uno principios si se renuevan cada temporada? Si no le gustan las chanclas, vaya asumiendo que lo harán
-Llevar joyas, brocados y/o transparencias. Si pensaban que era imposible hacer más alta la torre de imperceptibles innovaciones en la sastrería tradicional, tenían razón. Por eso muchos diseñadores han abrazado lo femenino, aun con distintos grados de fogosidad. Hermès colocó discretas transparencias recorriendo la cremallera de una bomber de seda; Givenchy bordó perlas en camisetas de hiphopero y lanzó blusas militares de seda (ambigüedad bruta, lo podríamos llamar), y el debut de Sébastien Meunier en Ann Demeulemeester dejó un agradable recuerdo, sorprendentemente masculino, de brocados barrocos y superposiciones románticas. Pero lo mejor de todo fue la primera colección de JW Anderson en Loewe. El británico ha transformado los miedos burgueses de una marca burguesa en generoso gusto por el cambio: camisas-túnica asimétricas, camisetas cortas y coordinados jersey-bufanda forman parte de la nueva era de nuestra única firma de lujo. Usted lo llamará raro o andrógino y para la industria es "lujo inteligente", pero Anderson tiene un término mejor: "armario compartido".
-Ponerse un traje con camiseta y zapatillas. Tal vez sea esta la única conclusión universal que podemos extraer de 15 días ininterrumpidos de desfiles. Ahuyente el fantasma de Emilio Aragón, pierda los pocos miedos que le puedan quedar (esta tendencia lleva entre nosotros ya unas temporadas) y aprenda a llevar el traje sin camisa, ni corbata, ni zapatos. Lo dice todo el mundo, desde Armani hasta Dior, pasando por cualquier marca indie que se le ocurra, y dé gracias: no es que la moda haya renunciado al casual friday, es que ha trastocado el uniforme del resto de la semana.
-Ir en chanclas. Si Mark Zuckerberg puede pasear sus Adidas de piscina por platós de televisión, usted puede vestirse como más le guste, calzarse unas chanclas y salir a la calle tan fresco (hay que decir que si las chanclas son de Valentino, pues eso que gana en seguridad en sí mismo). Con esto pasa lo de siempre: la primera vez te espanta, la segunda también y a partir de la tercera te empiezas a ablandar.
-Gastar cantidades de hasta cuatro dígitos en una prenda de ropa. En el idioma de la moda, dejarse una cantidad inconfesable de dinero en unos zapatos se llama invertir, pero últimamente los grandes grupos del lujo han llevado esta idea al siguiente nivel (inconfesable a nivel cuatro cifras, y subiendo) y lo han bautizado überlujo. Hermès lo lleva haciendo toda la vida, y Tom Ford, unos años, pero el último en llegar ha sido Berluti, una casa de zapatos artesanos que LVMH ha convertido en firma de estilo de vida, y que presentó en París su primer show de pasarela. Los trajes, los accesorios y las prendas sport se sucedieron en toda su gloria artesanal y, sobre todo, con ese aire de superioridad que da saberse portador de una etiqueta que la mayoría miraremos a la misma distancia que si estuviéramos ante una caja fuerte ajena. En la presentación de Balmain, donde vimos cazadoras moteras cuajadas de cuentas cosidas a mano, su diseñador, Olivier Rousteing, justificaba el fenómeno con la naturalidad de sus 28 años: "Diseño lo que yo mismo me pongo. Puedo llevar una chaqueta de 25.000 euros, pero la llevo con un pantalón de chandal". Claro que él diseña para suplir una demanda bastante particular. "Muchos hombres me pedían ropa que fuera equivalente a lo que hacemos para las mujeres: Prince, Kanye…".
-Vestirte de superhéroe pasados los 10 o vestirte de rockero pasados los 30. Lo primero no es riguroso al ciento por ciento, porque la inspiración de Thom Browne no era la inflada musculatura de Superman, sino "una versión libre de Tron". Él mencionaba la película de 1982, pero desfilaron quienes parecían habitantes de una distopía expresionista. Suena complicado, pero es lo que se me ocurre para describir trajes que parecían estudios de anatomía, o armaduras proyectadas en un rudimentario programa de 3D. Claro que el desconcierto, aun admirativo, es precisamente lo que suele buscar este diseñador norteamericano.
Respecto a lo segundo, esto sí pueden intentarlo en casa. Hedi Slimane cerró la(s) semana(s) de la moda con un desfile que superaba sus propios límites a la hora de dibujar siluetas rockeras. Esta vez la historia estaba ambientada en algún lugar de los últimos sesenta y primeros setenta, pero era como un catálogo de todos las prendas que el rock ha hecho deseables en clave más lujosa que de costumbre: Slimane animó un poncho de lana con hilo de oro, y otro parecía estar hecho de patchwork de visón rasado; abundaba la pasamanería y la pedrería bordada tanto en chaquetas como en pantalones. Todo esto, sobre una base de ajustados vaqueros bootcut, guiños tejanos y bisutería entre india y marroquí. Aunque usted sea más de Franco Battiato que de Jimmy Hendrix, es imposible que todo esto no le seduzca ni un poquito.
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