¿Normalidad democrática?
Muy bien. Muy bien. Pero la normalidad democrática no solo consiste en tener imputados a una exministra, a la hermana del Rey, a unos líderes de la UGT y a algunos empresarios, sino en poner todos los medios necesarios para que esto no pueda ocurrir de nuevo. Y es tremendamente fácil, como le decía Garganta Profunda al ganador del Pulitzer.
Los dineros públicos deben de estar primeramente reflejados desde su salida del Tesoro, por mandato del Gobierno. A continuación, reflejado en cada una de las instituciones que recale y, por último, con el recibí del destinatario. Verbigracia. En el caso de los cursos para parados aún es más fácil. El parado se matricula en un curso y con esa matrícula solicita la ayuda estatal o autonómica correspondiente, que recibirá con un número de talones bancarios, equivalentes a los meses que dura el mencionado curso, y endosados al nombre de la academia o instituto que lo imparta, los cuales se entregarán y cobrarán a mes vencido. Y así todo; la clave está en la transparencia. Y no.
No nos vale lo traslúcido. No nos vale la oscuridad del ámbar. Solo aceptaremos la transparencia, que permita que la información sobre los dineros —de todos los dineros— esté al alcance de cualquier ciudadano. Todo en base a concursos públicos y publicitados… hasta el último céntimo. Es posible que aun así, todavía alguno se trinque la pasta; bueno, a esos los recibirán en los juzgados.— José María Lorente Hernandis.
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