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"Hay gente que aún intenta meterme droga en los bolsillos"

Con ‘Trainspotting’, Irvine Welsh creó la última gran novela generacional del siglo XX y se convirtió en el más sabio y futbolero filósofo de bar. Sigue igual

Irvine Welsh retratado para ICON en uno de los banquillos del estadio del Fort Pienc, en Barcelona. Dispuesto a correr la banda hasta llegar al bar más cercano
Irvine Welsh retratado para ICON en uno de los banquillos del estadio del Fort Pienc, en Barcelona. Dispuesto a correr la banda hasta llegar al bar más cercanoAlbert Jodar

El escritor Irvine Welsh se pica una vena del brazo izquierdo con la uña del dedo gordo de la mano derecha: “Si pierden, probablemente vuelva a la heroína”. Y estalla en una carcajada de gigante afable.

El autor de Trainspotting, que superó ya hace tiempo esa adicción, está bromeando. Ahora el único caballo que tiene en alta estima es el que se compró con su mujer. “Me da algo de vergüenza por si parece pijo, pero es mi nuevo colega”, confiesa. Es aún viernes y dice que ni siquiera unas cervezas serán suficiente consuelo si el Hibernian F. C. pierde al día siguiente su partido contra el Kilmarnock (una ciudad de apenas 40.000 habitantes), derrota que supondría la inmersión en las procelosas aguas de la liguilla de descenso.

Conocí a Margaret Thatcher en persona después una noche de juerga. Nos dio por desayunar al sitio más caro de Londres. Allí estaba, como un fantasma: me dio  pena

Si conservara algún pelo, Welsh se escalparía la cabellera por su Hibs, el equipo de Leith, el barrio del puerto de Edimburgo donde se fogueó en mil batallas de colas del paro, chutes de heroína, algaradas futboleras en terrazas, conciertos de punkrock y, más tarde, fiestas de acid house. Tuitea constantemente sobre su equipo, afirma que “aunque los favoritos son España, Alemania o Brasil, es posible que gane el Mundial Argentina porque Messi no ha hecho nada con el Barça en todo el año” y no se pierde un partido, algo que da pistas sobre su personalidad que van más allá de su pasión por el balompié. El escocés es el escritor que todos quieren: aunque The Sunday Times le definió como “lo mejor que le ha sucedido a las letras británicas en décadas”, él se vanagloria de ser el novelista más robado en las bibliotecas públicas. Aunque vive casi simultaneando suites de hotel, a caballo entre Los Ángeles, Miami y Chicago, siempre debe mirar en sus bolsillos antes de coger un avión. “Todos intentan deslizarme droga… ¡aunque sepan que la voy a tirar!”, informa este hombre que, a pesar de su aparentemente envidiable estilo de vida, cuando más disfruta es al regresar a casa. “Estoy cansado, sí. La gente en EE UU no bebe. Quizás se toma una cervecita el sábado, pero no acaba totalmente jodida como en nuestros países”, ríe.

Welsh dedica los inviernos a la escritura, los veranos a descansar, los otoños a hacer planes y las primaveras a la promoción. Esta la ha pasado hablando de Skagboys, precuela de Trainspotting. Han pasado dos décadas desde que la publicara (la película de Danny Boyle llegaría poco después), pero ahora retrocede unos años para explicar por qué (razones personales, pero también de estado) cayeron en desgracia sus protagonistas: “En los ochenta, con Thatcher, se creó la cultura del desempleo que abocó a tanta gente a la droga, a perder todas las voces de la clase trabajadora para que quedara solo una, la más apagada”. Ni música, ni fútbol, ni libros, ni risas. Tampoco la rabia de los sindicalistas mineros con los que arranca la novela, explicada en el diario de rehabilitación de su protagonista, Renton: “Esa parte es mi favorita, aunque me costó escribirla. No quiero sonar como el típico pastor evangélico, pero quería humanizar a esos yonquis que salían de la nada”.

La gente en Estados Unidos no bebe. Quizás se toma una cervecita el sábado, pero no acaba totalmente jodida como en otros países

Thatcher vuelve aquí a ser un personaje más: “Solo la vi en persona una vez. Fue hace unos años, después de una noche de juerga. Nos dio por hacer la broma de ir a desayunar al sitio más ridículamente caro de Londres: el Dorchester. Allí estaba, como un fantasma: me dio hasta pena”. ¿Fueron los efectos siempre cariñosos del MDMA? “[Risas] Sí, ven aquí, Maggie, has jodido a prácticamente todas las familias que conozco, pero olvida lo que dije de ti”, bromea.

Welsh es el escritor que, generación tras generación, leen no solo los que leen, sino los que no han leído a nadie más. Quizás por eso, pese a ser la única rock star realmente masiva del mundo literario, no pierde su tendencia a la chanza de bar y al compadreo sabio. Ese es, además de las novelas titánicas que actualizan a Dickens y a Céline (si le preguntan por este apellido, se arrancará a gritos con una personal versión de My heart will go on), su territorio. “¿Mi recuerdo favorito de un Mundial? Escocia contra la Unión Soviética, en el de España. Estaba en el bar de Jimmy O’Rourke, un ex del Hibs. Recuerdo que uno de los nuestros, Graeme Souness, no se atrevía a pasar el balón y un tipo a mi lado empezó a gritarle: ‘¿Qué haces, pedazo de burro? ¡Serás bastardo, cacho inútil de mierda!’ Le pregunté al dueño del bar: ‘¿Y este loco quién es?’ Y, tío, ¿sabes qué me dijo?”. Pausa dramática, sonriendo ante la catarsis de su propia broma, “Mr. Souness. ¡Su padre!”.

Un día después, Welsh aparece en los camerinos del CCCB embutido en una camiseta del Unknown Pleasures de Joy Division que no anuncia nada bueno. El líder del grupo se suicidó ahorcándose. “Hemos perdido”, informa. Luego, en el pub improvisado del escenario, cuando vea en una gran pantalla a los hinchas de su Hibs cantando en las gradas Sunshine on Leith, de The Proclaimers, se emocionará un poco y procederá a bromear con esa emoción. Y hablará de muchas cosas realmente importantes.

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