Un lobo con piel rosa
Casi veinte años después de crear Acne Studios, Jonny Johansson sigue dictando lo que se lleva. El empresario hace balance de la historia de la marca que vistió de rosa para provocar
La cita estaba prevista unas semanas antes, en la sede de la firma en Estocolmo. Al final, Jonny Johansson se tuvo que marchar a Los Ángeles para abrir una nueva tienda, presidida por una obra del cotizado artista Carsten Höller e inaugurada con un concierto de las hermanas Haim. Pero ha acabado encontrado un hueco durante la presentación en París de la última colección de Acne Studios, la marca que creó en 1996 y que ha convertido en un pequeño imperio –confecciona desde muebles hasta una excelente revista anual, Acne Paper–, epítome de una moda informal pero altamente cotizada, con la que hace ya algunas temporadas rebasó los más de 100 millones de euros de facturación anual.
Esteta de rostro tímido y silueta de osezno, Johansson aparece entre un grupo de modelos a los que saca varios cuerpos de ventaja, junto a una placa metálica de color rosa palo, la tonalidad corporativa. “La escogimos como pura provocación. Para un hombre tradicional, vestirse de rosa suponía un obstáculo. Y seguramente lo sigue siendo”, sostiene. Sus diseños desprendieron desde el principio un espíritu unisex nada accidental. “Fue una decisión premeditada. Era un momento de deconstrucción del género, donde chicos y chicas se vestían casi igual. Lo moderno era y sigue siendo eso”, apunta. Dice que, un día de 2008, entendió que su negocio no se vendría abajo por muchas crisis que lo zarandearan. “Desde un punto de vista comercial y cínico, la moda es más importante que la música o que el arte, porque permite a uno expresar su identidad de manera inmediata y accesible. En ese sentido, es normal que no peligre”. Desde que se hundió Goldman Sachs, su negocio no ha dejado de crecer.
La cita tiene lugar en su showroom parisiense, en el impresionante recinto de una antigua galería de arte pegada a la Bastilla, en la que tal vez sea la calle menos cool de París, repleta de bares para turistas. Tras el desfile, propone que le sigamos al lugar donde se hospeda: L’Hôtel, la tétrica pensión donde Oscar Wilde dio sus últimos respiros, convertida hoy en hostería de lujo en el rincón más exclusivo de Saint-Germain. Como tantos otros en la moda de hoy, Johansson no creció entre molduras doradas. Nació a nueve horas al norte de Estocolmo, en un inhóspito pueblo al que su padre, instructor del ejército sueco, había sido destinado. “El verano duraba solo un mes. Siempre estaba todo oscuro y nunca había nada que hacer”, recuerda. “Pero eso no es malo, porque creces con el deseo de marcharte a otro lugar, y eso origina un impulso en tu interior que no debes de sentir cuando creces en Saint-Germain”.
Con 19 años cogió el tren para Estocolmo con la intención de no regresar jamás. Pasaba los días en una esquina de Södermalm, el distrito donde se cuecen las tendencias, viendo a la gente pasar. “Un día se me acercó un tipo y me invitó a una fiesta. Me dijo que le gustaba mi aspecto”. Al abrir la puerta, se dio de bruces con diseñadores, integrantes de bandas que no se reconocían en Roxette… “En mi país te educan para convertirte en alguien conformista, para integrarte en el grupo y no destacar nunca. Esa gente era todo lo contrario”. En aquel grupo Johansson encontró su lugar: “Fue un momento de gran efervescencia”.
Mientras sus amigos grababan discos de punk experimental y montaban exposiciones conceptuales, él creó Acne Studios. “Queríamos que fuera algo más que ropa, que impulsara todo tipo de proyectos”. El acrónimo, que escogió porque le pareció la antítesis del glamour, responde a Ambition to Create a Novel Expression: “Durante meses organizamos reuniones para decidir qué era moderno y qué no, para imaginar cómo sería el futuro e intentar crear un proyecto que se adaptara a esa idea”. Desde entonces, Acne Studios ha preservado un espíritu joven pero exclusivo. Su última colección está inspirada en la obra de Hilma af Klint, pionera sueca de la abstracción pictórica, que pidió que sus cuadros no fueran expuestos hasta 20 años después de su muerte, consciente de que el mundo no estaba preparado para una obra tan adelantada a su tiempo.
Johansson acaba de cumplir 44 años: “Sigo sintiéndome joven. Hago mucho ejercicio, aunque incluso así esté gordo”, dice sonriendo. En cuanto a su trabajo, asegura que “en la moda cuenta más la experiencia que la juventud. En la música pasa al revés. Mis amigos músicos están en casa deprimidos, porque están demasiado mayores para irse de gira”. Su íntimo amigo Peter Svensson, exguitarrista de The Cardigans, escribe hoy para Justin Bieber, Avril Lavigne y One Direction. “Antes viajaba por todo el mundo, pero ahora vive encerrado en su estudio”, dice con mueca de cierto disgusto. ¿Le da miedo terminar así? “Al contrario. Fantaseo a diario con la idea de dejarlo. Algún día estaré lejos, haciendo surf, viviendo con mi mujer y mis dos hijos. Ahora me dejan viajar y ausentarme porque tengo éxito, pero algún día se hartarán y…”.
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