Irak se derrumba
El avance yihadista hacia Bagdad pone por primera vez en el mismo lado a EEUU e Irán
La espectacular ofensiva de la guerrilla yihadista en Irak ha colocado contra las cuerdas al Gobierno iraquí, aparentemente tan sorprendido por la ofensiva —y la desastrosa reacción del Ejército— como EE UU. Mientras decenas de miles de civiles huyen y los soldados del Ejército iraquí, en cuyo entrenamiento Washington se ha gastado 18.500 millones de euros, arrojan sus uniformes y armas en las cunetas, el Ejército Islámico de Irak y el Levante (EIIL) avanza desde el noroeste hacia Bagdad tras conquistar decenas de localidades, entre ellas Mosul, la segunda más importante del país.
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En la capital, el Gobierno del presidente Nuri al Maliki —atrincherado en la Zona Verde fortificada— culmina su incompetencia y no es capaz siquiera de conseguir que el Parlamento le otorgue poderes especiales para hacer frente a la situación. La única respuesta al EIIL viene del máximo líder espiritual chií iraquí, Alí al Sistani, y arroja aún más tensión, al llamar a los civiles a empuñar las armas contra los yihadistas.
El EIIL no es un grupo más en la miríada de organizaciones armadas islamistas que desde hace más de una década operan en Oriente Medio y el Norte de África. Se trata de una organización que propugna la instauración de un califato en Oriente Medio, con capital en Bagdad, al tiempo que rechaza el Tratado Sykes-Pikot de 1916 firmado entre Reino Unido y Francia para repartirse la región. De hecho, ya ha unificado regiones de Siria e Irak y levantado simbólicamente los mojones fronterizos colocados hace casi un siglo. La organización se ha fortalecido a la sombra del desgobierno y el descontento en Irak, especialmente entre la minoría suní, que causó el fracaso de la gestión de la posguerra tras la invasión estadounidense de 2003.
La incompetencia de los Gobiernos iraquíes elegidos en las urnas, más pendientes de solucionar rencillas políticas y primar los intereses de la mayoría chií o la minoría kurda que de prestar atención a la situación de los suníes, ha empeorado aún más el panorama. Muestra de la gravedad de la situación es que por primera vez en décadas Irán y EE UU se ven obligados a coincidir en la misma opción: frenar el avance del EIIL. Esta común preocupación es un factor que puede facilitar un cierto consenso internacional para evitar el derrumbamiento total.
El presidente Obama, que reiteró ayer que Washington no se va involucrar en ninguna acción militar directa y pidió “un plan político” a los iraquíes que indique “que pueden trabajar juntos” —lo que sugiere una descalificación clara de Al Maliki— se enfrenta al escenario que precisamente quiso evitar cuando ordenó la salida de sus tropas del país, completada en 2011. Ahora, o Washington interviene de alguna manera en Irak —Obama aseguró que tomará decisiones en los próximos días— o el país se vendrá abajo definitivamente y abrirá un proceso regional cuyo alcance es difícil de pronosticar.
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