El recién llegado
Una vez demostrada su pegada electoral, Podemos ha de explicar mejor su propuesta y sus vínculos
Podemos ha entrado como una exhalación en el juego electoral y se ha convertido en la gran novedad de la política española. Se apoya esencialmente en la frustración de la generación perdida, practica una comunicación barata y moderna (espectáculos televisivos, redes sociales) y ha sido utilizado como voto de castigo contra la gestión de la crisis. Es fácil descubrir acentos populistas en su planteamiento del pueblo contra la clase política (“la casta”) y en su líder, Pablo Iglesias, que se declara dispuesto a continuar el combate hasta “echar” al PSOE y el PP. Lejos de ningunearle, los demócratas tienen que felicitarse de que esta opción electoral dé cauce a personas procedentes del movimiento de los indignados, hasta ahora contrario a aceptar la democracia representativa.
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El nuevo partido, inexistente cuatro meses atrás, se organiza a partir de bases vecinales y universitarias —en cierto modo, algo similares a las que se produjeron durante la Transición en España—, lo cual contribuye a explicar su éxito en zonas urbanas y de clase media, como Madrid y, en menor medida, Barcelona. A ello se une la eficacia de la claridad y del mensaje simplificador diseminado por su líder, cuya imagen contrasta con la de otros dirigentes de partidos clásicos, cansados y desgastados, a los que una encuesta tras otra presentan con niveles mínimos de aceptación ciudadana.
Mucho menos cierto es que Podemos represente “la mayoría social” reivindicada por Iglesias. Su pegada electoral —algo más de 1,2 millones de votos— le ha servido para obtener 5 de los 54 escaños que corresponden a España en el Parlamento Europeo. El éxito es prometedor, aunque sus primeras sugerencias tácticas tienden a abrir la puerta a acuerdos con IU para las siguientes elecciones, lo cual da idea de la medida de la representatividad que espera de sí mismo.
Más allá de sus propósitos, el nuevo actor político está obligado a respetar las reglas del juego y a explicar sus zonas de sombra. Iglesias no ha ocultado su admiración personal hacia Hugo Chávez; otros fundadores de Podemos han actuado como asesores del régimen venezolano. No se puede criticar hasta la extenuación por corruptos a los principales partidos y despachar las simpatías por la “revolución bolivariana” con un simple mentís. Tienen que precisar si su modelo de gestión es la democracia chavista y si la importación de términos como la “auditoría democrática de la deuda” es el paso previo a dejar de pagarla. También conviene saber si piensan seguir la estela del italiano Beppe Grillo, que tras clamar durante años contra el resto de los partidos acaba de ser derrotado por el que está en el poder.
La atomización de la izquierda obliga a reaccionar tanto al PSOE como a Izquierda Unida. El reto de los portavoces de la nueva opción consiste en demostrar que, por radical y extremista que sea su discurso, pretenden una alternativa solvente.
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