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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El derecho al entusiasmo

El Eibar es un equipo de mérito destinado a la épica

SOLEDAD CALÉS

Sociólogos y antropólogos pueden observar casi todos los días cómo se refuerzan las afectividades colectivas y supuran las enzimas de la exclusión. Apenas habían pasado cinco minutos desde que el Eibar tenía asegurados los puntos para jugar en la Primera División de Fútbol en la temporada 2014-2015 cuando la hinchada armera (la tradición industrial de Eibar procede de la fabricación de armas y de máquinas de coser) ya coreaba con fervor “¡Ni Athletic ni Real, Eibar!”. Y eso que es un club convenido con la Real Sociedad. La identidad exige segregación. Psicologías colectivas a un lado, el Eibar es un equipo de mérito destinado a la épica. El año pasado estaba en Segunda B y el próximo competirá de igual a igual (es un decir) con el Barcelona y el Real Madrid; su presupuesto ronda los cuatro millones y tendrá que ganar a equipos donde juegan estrellas que cobran cuatro millones al trimestre; apenas cuenta con 3.500 socios, frente a grupos que cuentan con 100.000. Eibar será la ciudad más pequeña en Primera (unos 27.000 habitantes) y su equipo, ascendido con el sudor de su frente, será como un hobbit entre gigantes.

Entre el Eibar y Primera se interpone un trámite: la sociedad deportiva está obligada a ampliar su capital social en 1.724 millones antes del 6 de agosto (unos 64 euros por habitante o 500 euros por socio). Si no lo consigue, bajará a 2ª B. La opinión pública deportiva, proclive a enternecerse, no entiende la imposición y mucho menos el castigo. Un grupo de guipuzcoanos notorios (exjugadores como Gárate o en activo como Xabi Alonso e Illarramendi, periodistas como Iñaki Gabilondo) hacen campaña para que la emisión de capital se cubra; sería bueno para el fútbol que el Eibar y ellos tuvieran éxito.

Nadie debería negar al Eibar el derecho al entusiasmo. Y habría que estudiar a fondo por qué la legalidad deportiva se percibe tan a menudo como injusticia hiriente. Mientras clubes pequeños y sin deudas como el Eibar padecen normas draconianas, otros que no pagan (los equipos de Primera y Segunda deben a la Seguridad Social casi siete millones, por ejemplo) y practican con asiduidad malabarismos inmobiliarios pasean por la División de Honor con ínfulas de patricios futbolísticos.

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