Los curanderos pierden clientes
Johannesburgo no es destino turístico y la gran mayoría de sus visitantes ven en esta capital una parada inevitable para las escalas de los vuelos. Pero merece la pena una incursión en sus calles del centro. Este, que una vez quiso asemejarse a la majestuosidad de Nueva York, está ahora en fase de reinvención.
Precisamente al lado de los barrios en reconstrucción se asienta el mercado Kwa Mai Mai, uno de los más antiguos de esta ciudad, que se fundó al amparo de su propia fiebre del oro y que no tiene intención alguna de modernizarse. Dicen que el nombre de Mai Mai es una abreviatura a la fonética de "minero" en inglés. Las minas que rodean a Johannesburgo y han agujereado su subsuelo dieron lugar a esta enorme capital llena de vida que no puede alejarse de ese pasado.
Es más, el secreto de su éxito es que se trata del mayor dispensador, por así decirlo, de la medicina tradicional, muti. No lejos se encuentra el Faraday, remodelado recientemente. Gracias a que comparte espacio con una estación de autobuses es una referencia de este sector. Se puede decir que ambos establecimientos han dado dignidad a los curanderos tradicionales, conocidos con la denominación zulú de sangomas, con unas instalaciones correctas y bien condicionadas que atraen a turistas y curiosos que no necesariamente comulgan con estas creencias tradicionales.
En las numerosas tiendas que hay en este mercado, situado al sureste de la ciudad, se puede encontrar de todo, desde pieles de serpientes, guepardos a otros animales disecados poco conocidos y que, en ocasiones, los vendedores esconden porque están incluidos en la lista de especies en protección. Todo tiene su utilidad: la buena suerte, el mal de amores y el mal de ojo o de huesos, la interpretación de los sueños, el tratamiento de las pesadillas, para los dolores físicos y espirituales, dicen los vendedores.
Son 176 las tiendas que llenan el mercado, reconstruido con ladrillo rojo y dividido por tipo de negocios. Están las calles de las herboristerías, con multitudes de raíces y cáscaras de árboles; las de piles y huesos al sol, o las de trajes y utensilios tradicionales, la de muebles macizos e, incluso, la de los ataúdes. De todo.
Los sangomas que están detrás del mostrador son más que reacios a explicar sus trucos y compartir ni un detalle de su conocimiento. Uno de ellos no habla inglés así que es su hija la que traduce que puede “curar lo que sea”. El sexto sentido necesario para practicar el muti, para ser sangoma, se hereda, no es un conocimiento aprendido, y la joven señala a su hermana adolescente como la heredera de ese don. “Pero no será sangoma en vida de mi padre”, reconoce ya que la figura, según la tradición, une a los ancestros con sus descendientes.
Zanele vive en Johannesburgo desde hace más de una década pero aún sigue anclada en la tradición de los curanderos. “Si tuviera una enfermedad grave, como cáncer o sida iría al hospital pero cuando me noto mal voy a ver a la sangoma”, explica.
Desafortunadamente, en los años iniciales de la epidemia del VIH, que ha terminado por minar a una generación de sudafricanos, el Gobierno no estuvo a la altura y trató de minimizar la infección. Una reacción demasiado tardía que aún se paga con seis millones de personas conviviendo con el virus y que en su día provocó que muchos enfermos se dirigieran a los curanderos para remediar su dolor. Con el tiempo, es cierto, que Sudáfrica corrigió su política y hoy los afectados reciben el cóctel de medicamentos de forma gratuita y existen muchas campañas para sensibilizar en el uso de preservativo.
La Organización Mundial de la Salud estima que en países del África Subsahariana o Asia, el 80% de la población confía en un curandero para males menores, aunque una encuesta de Sudáfrica en 2012 señaló que el 70% acude a su centro de atención primaria y, según datos de 2008, sólo el 1,2% de las familias admite visitar a un sangoma.
El retrato de un paciente de medicina tradicional es pobre, sin empleo, residente en un área rural, entre 25 y 49 años. El colectivo con menos ingresos son, precisamente, los que más visitan a los curanderos, con 0,03 visitas al mes por 0,002 de los más ricos, afirma el Diario de las Políticas de Salud Pública.
Las encuestas sudafricanas indican que desde 1990, la asiduidad a los curanderos es una tendencia constante a la baja que se explican por varios motivos, desde el precio por visita a las alertas de que el tratamiento tradicional en algunos casos interfieren negativamente con los de la medicina convencional, así como el abandono de seropositivos.
La Organización de Curanderos Tradicionales se encarga de “dignificar” el trabajo de los sangomas desde 1970, formando y certificando las aptitudes, la ética y la higiene de curanderos, comadronas, herboristas o los encargados de la circuncisión por ritos tradicionales. La entidad calcula que sólo en Sudáfrica hay unos 29.000 sangomas para una población de 52 millones, de los que más del 80% son negros. Las cifras de los que ejercen sin tal reconocimiento hacen aumentar el censo porque farolas y material urbano están repletos de anuncios de curanderos y bujos que lo mismo alargan el pene que practican abortos.
Comentarios
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.