Nieves Álvarez y el lobo
La modelo revela para ICON los recovecos de su lado más oscuro. Mira aquí el vídeo de la sesión de fotos
Con la luz justa y otra perspectiva, Madrid deja de ser un poblachón manchego venido a más y juega a ser una señora capital, europea y culta. Será la primavera, o incluso un ojo que anhela algo distinto, pero al entrar en este viejo edificio del centro por su ascensor de madera y hierro, se nos antoja estar en París o en Viena, como si todas las casas de la ciudad también tuviesen paredes de paños pasteados en desconchón y bibliotecas sesudas con olor a tabaco viejo y a vidas repensadas. Dentro de este apartamento “bohemio-chic” (diría alguno) y “muy Truffaut” (diría otro), sucede la sesión de fotos con Nieves Álvarez. La modelo madrileña también ha venido a transformarse, a ser, una vez más, otra cosa. A habitar otra piel. A desgarbarse. Un pequeño séquito la maquilla en el baño y el fotógrafo, catalán, fuma largamente en la terraza, queriendo ver en el horizonte de antenas su ciudad mediterránea. El final del invierno transforma a todos.
“Hola, soy Nieves”. La modelo, altísima, yegual, estatuaria, ensarta en dos besos al periodista acercando desde allá arriba su cara afilada en pómulos, sus labios voluptuosos y decidores, su sonrisa de boca y ojos. La Álvarez está que se sale por todos sus ángulos e inunda la sala circular donde estamos, liberando el aire cargado de adentro, ese aire respirado tantas veces, que ahora también quiere ser distinto y llamarse entonces fragancia. De cerca, la modelo, la top de extremidades como palos, suelta su electricidad de hueso largo, su exuberancia de niña de minué. En décimas de segundo se ha sacudido algo de ese polvo cósmico que Yves Saint Laurent, John Galliano o Karl Lagerfeld quisieron encontrar en ella, envolviéndola de alta costura como quien viste a una virgen para después adorarla como se adoraría a la mujer esencial.
“¿Pongo liquid face?”, pregunta sonriendo, mientras compone el rostro como una herramienta de Photoshop, sorbiéndose el propio gesto. Maquilladores, estilistas, fotógrafos, camarógrafos, periodistas, directores de arte, todo el séquito ríe. Más polvo cósmico. La realidad pierde rigidez y se prepara para la transformación. Las risas, el sol, el aire renovado. La sensación de disfrute se instala plácida e irremediablemente.
¿Le gustará a la modelo eso de transformarse en una mujer desgarbada? “Sí, me gusta que me transformen y que cada día sea una película diferente”, responde. “Como modelo me suelen sofisticar mucho. Pocas veces me dan la posibilidad de ser natural”.
Palabra de modelo
Estiran a la Álvarez en un sillón. El estilista persigue el encaje de tela escondido bajo la falda. Ella pone cara de maniquí, como invitando a algún ser imaginario a que la encarne durante esta sesión. “Posar es crear un personaje a medida. Es igual que ser actriz, pero sin actuar. Siempre digo que soy una actriz de cine mudo”, dice la modelo, que, como en la sublimación de los intérpretes, encuentra en sí misma ecos de esos mismos personajes: “Me imagino ser otra, esa que no puedo ser. Se trata de soñar”, asegura sonriendo, dejando ver en sus ojos dos planetas brillantes.
Ni el matrimonio, ni los hijos, ni las pasarelas, ni la televisión han transformado las fantasías de aquella niña que soñaba con vestirse de mujer baraja para hacerle verónicas a un toro. “Soy muy flamenca y muy taurina”, asegura. Por eso, cuando se la ve en Las Ventas, con gafas de sol de cupletera, se ríe por dentro, porque no va a figurar, sino a disfrutar. “Me gusta mucho aprender, me gusta mucho vivir”, dice cambiando el tono por una voz apasionada que anuncia ya los signos de exclamación. Hace unos días subió a Instagram una foto de su fiesta a puerta cerrada en un tablao flamenco. “A mí no me lleves a una discoteca donde pongan música suave. ¡A mí dame caña!”. Palabra de modelo.
Después de haberse llevado mal con su cuerpo y de haber vivido una vida medio francesa y medio americana, cumple los 40 en Madrid con esa cara de beatitud de quien siente el aletazo de la divinidad en el ejercicio de su arte, cualquiera que este sea. Decía el matador Juan Belmonte que en la vida, como en los toros, quien sabe parar, domina; y Nieves Álvarez, o tal vez la flamenca que lleva dentro, conoce bien los tiempos de la lidia y no se detiene, sino que se inventa nuevos lances, del diseño de ropa a la televisión (presenta en TVE el único programa español de la parrilla dedicado exclusivamente a su gremio, Solo moda). “No puedo parar, así que empecé a hacer mi colección de ropa de niños, después me surgió el programa de televisión...”, espeta, como celebrando el lado amable de una profesión “de tigres y leones y egos enormes” donde ha luchado contra su propia soledad. “No soy una mujer que se abra fácilmente. Nunca tuve tropecientos amigos, tampoco iba a fiestas, me he encerrado mucho en mí misma”.
“¡Vivan los 40!”, exclama. Y resopla: “No me cambiaría por mí a los 18”. Tal vez porque sabe que para tener una visión nueva del futuro es necesaria una visión nueva del pasado, así que en su renacimiento se ha reconciliado con su cuerpo y jura que no busca a la niña que pasó por su rostro: “La madurez física y mental que tengo ahora es mucho mejor, tengo otra seguridad como mujer”. Y sentencia en ráfaga: “No me asusta envejecer. No pretendo no tener arrugas. No lucho contra el espejo”. Pero a quien no quiere aniquilar es a su niña interior, esa criatura que no entiende “la maldad ni la mala educación” y le hace parecer “un poco naíf”. Nieves Álvarez y la belleza rilkeana, el inicio de “aquello terrible que todavía podemos soportar”.
Interrumpen la conversación para corroborar su talla de sujetador. ¿Cogemos la B, entonces?, le preguntan. “Sí, la B”, responde. Se van. La modelo mira ahora al entrevistador y dice: “Es que no soy nada”. Pero esta nada de 1,80 se sabe mujer “muy fuerte”, con “una capacidad de aguante brutal” en el que caben las explosiones fortuitas: “Una cosa es que sea paciente, otra que sea boba”, dice, con risita de tremenda. Y regala una máxima vital: “Todos tenemos problemas, dudas, inquietudes, pero yo ante las dificultades me crezco y lucho. No me rindo fácilmente”. Aunque reconoce que también necesita volverse adentro. Para las modelos, el ruido del mundo también está hecho de silencios: “Soy una mujer de lágrima fácil, pero cuando caigo en momentos de melancolía sé frenarme”. Tal vez por su vida consciente, cuando la modelo no se siente bella por dentro y tiene que exudar belleza para una cámara desconocida, entra en diálogo íntimo con lo que lleva puesto, se funde en el personaje y se da a su arte. “Hay que saber sentir la ropa. Cuando me ponen un traje de alta costura pienso cómo sería esa mujer que lo lleva. Lo importante de una modelo es que sepa llevar”. De nuevo, la modelo como actriz que posa como instrumento de libertad. Y convence. Tal vez porque a través de los actores, de los modelos, los humanos podemos darnos cuenta de que no estamos aprisionados en nosotros mismos.
La sesión sigue. Nieves Álvarez ha vuelto a transformarse. No sabemos en qué personaje se ha metido, pero sonríe.
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