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Tribuna
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Políticas distintas para un euro débil

La depreciación de la moneda no es tarea del BCE, sino de la gestión económica

Manuel Sanchis

Hace un año me permití opinar que la economía francesa corría el riesgo de convertirse en 2013 en la economía enferma de Europa, y que su resistencia a transferir a Bruselas más soberanía en materia fiscal venía explicada por su aversión a las reformas. El futuro siempre acude a su cita aunque se demore más de lo previsto. A falta de reformas de calado —la del mercado de trabajo fue timorata—, el Gobierno bifronte de Valls ha lanzado un paquete de ajuste de 50.000 millones que la economía gala agradecerá, aunque a él le puede costar caro.

El reequilibrio de las finanzas públicas correrá a cargo de Sapin, pero tendrá enfrente al intervencionista y proteccionista Montebourg, ministro de economía y recuperación productiva que ya se ha apresurado a exigir “un cambio de rumbo” a la Comisión que ayude a Francia a reducir el déficit al 3% en 2015 y al BCE que “baje” el precio del euro y cambie su mandato por otro similar al de la Reserva Federal.

Montebourg olvida que el artículo 130 del Tratado de la UE, firmado por su jefe de Estado, establece que el BCE no podrá “solicitar o aceptar instrucciones […]de los Gobiernos de los Estados, que se comprometen a respetar este principio”; y, también, que el eurosistema “apoyará las políticas económicas generales en la UE a fin de contribuir a alcanzar los objetivos de la UE establecidos en el artículo 3 del TUE” (ECB 2011), el cual obliga a la Unión a actuar “en pro del desarrollo sostenible de Europa basado en un crecimiento económico equilibrado y en la estabilidad de precios, en una economía social de mercado altamente competitiva”. La creación de empleo que reclama Montebourg forma parte de las competencias de los ministros de trabajo, así que es fácil comprender que el BCE no quiera invadirlas.

Si antes fue España y el FMI, ahora es Francia quien presiona al BCE para que intervenga en los mercados y debilite el euro. La política monetaria, sin embargo, tiene dos vertientes indisociables, la interna y la del tipo de cambio, e intervenir en una condiciona la otra. Esto explica que el BCE prefiera que el mercado determine el precio del euro. La batalla no es nueva, y el BCE la libró cuando algunos Estados querían que el Consejo Europeo retuviese competencias para intervenir (¿entrometerse?) el precio del euro. Es lo que ahora vuelve a exigir Montebourg a Draghi, aunque el TUE se lo prohíbe a ambos.

Los descensos de precios son positivos si responden a incrementos de productividad

La fortaleza del euro refleja el creciente superávit corriente de la eurozona y los diferenciales ventajosos de inflación, que son algunos de los determinantes a medio plazo de cualquier moneda. Si Montebourg quiere un euro más débil deberá actuar sobre sus determinantes a medio plazo, lo que le obligará a convencer a sus socios de la eurozona para que aumenten costes salariales y no salariales, beneficios, impuestos y precios. No estoy muy convencido de que estén interesados, pues les obligaría a tomar medidas de política económica que seguramente no desean. Mientras esto no ocurra y la eurozona exhiba superávit por cuenta corriente (exceso de ahorro sobre inversión), inflación cercana al cero (quizás deflación) y expectativas de que esta situación va a continuar, el euro seguirá fuerte, lo que deprimirá aún más los precios, debilitará las exportaciones y, con ellas, la recuperación económica.

No se llega a un euro más débil por la interferencia política de los Gobiernos sobre el BCE, sino cuando aquellos aplican políticas fiscales y de rentas expansivas (y el BCE, monetaria) que aumenten la inflación tras los preocupantes descensos de los últimos trimestres (¿deflación?). El BCE está sopesando comprar bonos para inyectar liquidez y penalizar los depósitos que recibe de los bancos, para que así el crédito fluya a las empresas. El debate sobre la deflación sigue abierto. Los descensos de precios son positivos si reflejan incrementos de productividad. Pero cuando se deben al desplome de la actividad, como ahora, debilitan el consumo pues la deuda de familias y empresas es más difícil de devolver, al contener mayor poder de compra; además, los deudores tienen mayor propensión a consumir que los acreedores. Todo esto justifica políticas expansivas de demanda.

La norma monetaria del BCE consiste en mantener el nivel de precios “por debejo del, pero cercano al, 2%” (sic), lo que indica su compromiso para proporcionar “el margen que evite la deflación”. Si ajustásemos los precios por la calidad (hedónicamente) como los americanos, estaríamos hace meses en deflación técnica. Aunque esto ya lo sabe de sobra el BCE, lo tiene escrito: “Los índices de precios al consumo pueden estar sujetos a errores de medición […]si los precios no están ajustados a los cambios en la calidad de los componentes de los bienes”.

La política monetaria puede ser ahora ineficaz, pero el BCE aún dispone de herramientas no convencionales para expandir la demanda. Una es aumentar su balance de forma más decidida. Otra sería influir en las expectativas sobre tipos de interés a corto, aunque ya lo hizo en parte cuando anunció tasas de inflación muy bajas durante mucho tiempo. Una última consistiría en comprar más bonos a largo plazo que a corto plazo para hacer caer los tipos largos, y así influir en las decisiones de consumo e inversión. Estas medidas deben aplicarse antes de que los agentes noten que al BCE se le agota la potencia de fuego; de lo contrario las expectativas de deflación arraigarán en la gente y resultará muy complicado salir de ella. ¿Queremos un euro débil? Apliquemos políticas expansivas de demanda.

Manuel Sanchis i Marco es profesor de Economía Aplicada de la Universitat de València.

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