El hambre de Sudán del Sur
Esta entrada ha sido escrita desde Sudán del Sur por laperiodista de Oxfam IntermonJulia Serramitjana (@jserramitjana).
Foto: Pablo Tosco / Oxfam Intermon
Hace dos días que llegamos a Mingkaman, en el condado de Awerial en Sudán del Sur. La gente que llegó aquí a través del Nilo huyendo de la violencia, principalmente de la ciudad de Bor, se ubicó como pudo aquí. Ahora, los tukuls de las comunidades que ya estaban viviendo en la zona se mezclan con las lonas y tiendas de las personas desplazadas. Nos cuentan que cada día llegan de media unas 3000 personas. Actualmente, hay más de 90.000 personas, una población similar a la de Cáceres, Gerona o Lugo.
Conocíamos historias como las que nos cuentan las personas que están aquí. Las habíamos leído o escuchado pero ahora les ponemos caras, nombres y apellidos. Es desgarrador. Casi todos han perdido algún familiar, amigo o conocido. Un hermano, una madre, un marido. Historias que nos llevamos de vuelta para poder digerir y procesar.
Ahora, en Sudan del Sur, es crucial poder distribuir comida. Ayer vimos cómo se organiza un reparto de alimentos a gran escala, cómo llegan los camiones, se identifica a las personas y familias beneficiarias y el personal de Oxfam ayuda a distribuirlo. Es una escena impresionante para quién lo ve por primera vez.
A las más de 90.000 personas desplazadas que reciben alimentos se suman los 7.000 locales que también reciben sus raciones. Hay una gran escasez de alimentos. Sorprende cómo logran organizarse tan bien. Moi Peter que trabaja para Oxfam distribuyendo comida nos cuenta que muchos de ellos han sido refugiados en el pasado y ya saben cómo funciona un reparto de estas características. Están acostumbrados a ello, nos dice.
En el punto de distribución, la gente espera horas para recibir sus raciones. Sorgo, lentejas, sal y aceite. Se ha habilitado un espacio para que aquellas personas que están más débiles puedan soportar mejor la espera bajo el sol. Una mujer nos cuenta que está enferma, tiene malaria y debe cuidar de sus dos hijos.
Cuando nos alejamos por la carretera observamos a las mujeres que caminan de vuelta a su tienda cargando los sacos de comida en sus cabezas. Son las cinco de la tarde y es la hora en que la gente regresa para cocinar y alimentar a sus familias con el sorgo y las lentejas que han recibido. Nos preguntamos qué pasará si no pueden conseguir más alimentos. Soportar una hambruna ya sería demasiado. Ya han sufrido bastante.
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