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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La debilidad de Ucrania

Occidente debe ahora mostrar firmeza para que Rusia cumpla lo pactado en Ginebra

La reunión cuatripartita celebrada el pasado jueves en Ginebra para buscar una salida a la crisis ucrania superó todas las expectativas. Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y Ucrania firmaron en tiempo récord un acuerdo que incluye el desarme de los grupos ilegales, una amnistía a los rebeldes y la puesta en marcha de una reforma constitucional que tome en cuenta las demandas de la comunidad rusohablante del este de Ucrania. La Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) supervisará el cumplimiento de lo pactado. En suma, el encuentro abrió la puerta a una solución aparentemente sencilla. En la práctica, sin embargo, la crisis no está ni mucho menos desactivada.

Y no solo porque los separatistas prorrusos de la autoproclamada República Popular de Donetsk hayan rechazado el acuerdo, se nieguen a abandonar los edificios públicos ocupados y desafíen abiertamente a las autoridades provisionales de Kiev, a quienes descalifican como ilegítimas. La razón principal para el recelo se llama Vladímir Putin.

El mismo día que se negociaba en Ginebra, el presidente ruso se encargó de enfriar el optimismo en una entrevista televisiva en la que advirtió que tenía el derecho a usar la fuerza militar en Ucrania, volvió a blandir el memorial de agravios contra Occidente y recordó que las provincias ucranias del sur y del este pertenecieron a Rusia hasta los años veinte. Puede que esta escalada verbal sea un simple órdago retórico dentro de un conflicto que hasta ahora se ha librado más en el terreno de los gestos y la propaganda que en el campo de batalla. Pero no debe caer en saco roto. Con Crimea, Putin no mostró reparos a la hora de violar los compromisos y la legalidad internacional y, no contento con ello, ha seguido actuando incansablemente para sembrar la inestabilidad en Ucrania e impedir las elecciones presidenciales del 25 de mayo, con las que el país aspira a iniciar una nueva etapa.

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Es fundamental que se aplique lo pactado en Ginebra antes de que el vacío de poder en el Este acabe desembocando en guerra abierta. Y ahí la presión corresponde a Occidente. Ucrania ya ha dado la medida de su impotencia con la “operación antiterrorista” lanzada el 16 de abril, que culminó con sus blindados en manos rebeldes y los soldados regresando en autobús a Kiev. EE UU y la UE tienen en cartera una serie de sanciones financieras que reducirían el flujo de divisas a Rusia, en un momento de gran fragilidad económica.

Putin se ha jactado de la dependencia europea del gas ruso. Pero a pesar del tono desafiante, sabe que no las tiene todas consigo. Los bancos japoneses han comenzado a retirarse de Rusia y a suspender líneas de crédito, las reticencias de las entidades financieras mundiales para embarcarse en operaciones con clientes rusos son cada vez mayores y Moscú ha congelado las emisiones de bonos. No hay excusa para que Europa no muestre, por una vez, unidad y firmeza.

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