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Columna
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Todo por el arte

Bárcenas dice que su fortuna suiza también es de bodegón

Manuel Rivas

De uno de los más destacados procesados en el caso Carioca, propietario de un prostíbulo muy frecuentado por gente de orden, se cuenta que invertía el dinero en tierra. En el sentido más literal: lo enterraba en una huerta próxima al burdel. Rendía tanto el negocio que era frecuente ver al dueño cavar excitado para levantar la cosecha de billetes. Tal vez sin saberlo, conectaba con la doctrina económica más conservadora: la de los fisiócratas que defendían el “gobierno de la naturaleza”, un laissez faire agrícola, la tierra como verdadera raíz de la riqueza. Para que esto sea así, tiene que haber una continuidad por juramento de lealtad feudal. Con algunas excepciones de burguesía ilustrada y de capitalismo civilizado, al modo renano, la fisiocracia se ha impuesto siempre en España. La última gran cosecha, con los cimientos en la tierra, fue la del ladrillo. La confesión de Luís Bárcenas pone de relieve que la corrupción tiene hondas raíces. Según el ex tesorero, lo que hizo fue dejarse llevar por el gobierno de la naturaleza. Es decir, continuar el acreditado modus operandi de un anterior tesorero, Rosendo Naseiro, un hombre que le trasmitió sus funciones y también los bienes raíces, y el semillero de la Caja B, para cultivar ese tipo de flor de loto a la que llamamos “dinero negro”. La recolección se intensificaba, de forma natural, en vísperas electorales. El veterano fisiócrata Naseiro fue procesado en 1990 por entusiasmarse con el laissez faire: financiación ilegal, soborno y compra de votos. Todo se había descubierto por unas grabaciones inconfidentes, que pronto volvieron al lugar de donde nunca debieron haber salido: el silencio de las tripas de la tierra. Después se hizo multimillonario como coleccionista de arte. Con bodegones, por supuesto. Naturalezas muertas. Bárcenas dice que su fortuna suiza también es de bodegón. Me apuesto la nariz a que el caso acabará enterrado y triunfará de nuevo el arte.

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