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Columna
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Invertebrados

Me sorprendió la contundencia campanuda con que una señoría sentenció que hay cosas que no se pueden votar

Manuel Rivas

Tan hipercríticos ahora con el nivel escolar, y hay oradores en el Congreso que no pasarían una reválida. Mientras atendía algunas intervenciones sobre el asunto mayor del laberinto hispano-catalán, uno no podía dejar de pensar en lo que diría Azaña, tan excelente en sus discursos que bien se merece un exceso de saudade. Don Manuel tenía una pasión de pararrayos y no solo en eso presentaba un parecido asombroso con Lichtenberg, el genial jorobado de Gotinga: “Sufrí el reproche de mis censuradores por errores que ellos no tuvieron el valor ni el talento de cometer.” Como no hemos salido de la noria de la España invertebrada, también me acordé del episodio pedagógico de aquel niño al que el maestro preguntó el nombre de un invertebrado y él, después de meditar en la profundidad del estómago vacío, le salió del alma la respuesta precisa: “¡El chorizo!”. He ahí una sabiduría popular sobre la evolución cómica de las especies de la que, por lo visto, carecen nuestros portavoces. Me sorprendió la contundencia campanuda con que una señoría sentenció que hay cosas no se pueden votar. Cierto que ilustró bien tal dogma con una referencia a la pena de muerte. Pero hablando de cosas que no se deberían someter nunca a votación, en el Parlamento español se ha votado y acordado muy recientemente la práctica fumigación de la justicia universal. Una decisión que, entre otras soberanas desvergüenzas, puede suponer la impunidad para los causantes de la muerte del cámara español José Couso. O de los componentes de mafias y poderosos entramados del narcotráfico. Se puede votar también, y así se hizo con la Educación y se planea hacer con una libertad fundamental de la mujer, la sumisión del Estado laico a un poder eclesiástico. Es decir, con licencia, un modelo católico de islamismo moderado. No, no todo se puede ni debe votar. Por ejemplo, el poner puertas al campo.

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