Los guerrilleros olvidados del Tíbet
Un centenar de viejos combatientes son la memoria del exilio tibetano y de la guerra contra China tras la ocupación
Sus fotos no ilustran los libros de historia porque combatieron en batallas olvidadas en nombre de la paz. Las banderas no se izan a media asta en su recuerdo porque su país no figura en los mapas. Y no hay estatua al soldado desconocido que los honre porque no son más que refugiados en territorio ajeno. Pero un centenar de viejos guerrilleros son la memoria del exilio tibetano. Y de la guerra contra China tras la ocupación. Ayudados por la CIA. Luchando en las montañas de Mustang (Nepal), a casi 4.000 metros de altura. En la cima del mundo.
Karma Ranchen, de 82 años, tarda en contestar, ensimismado con el thenga (especie de rosario budista para el rezo): "La guerra fue como cualquier otra. Todas son iguales. Gente que muere y gente que mata… Y sobrevive". Él y unos pocos miles de tibetanos hicieron frente al Ejército Popular de China, que los superaba en número y armamento, durante más de una década entre los años 60 y 70. Ahora Karma forma parte del centenar de ancianos excombatientes (alrededor de 200 sobreviven en India y Nepal) que pasan sus últimos días en el asentamiento de refugiados de Jampaling, a 30 kilómetros de Pokara. "Esperando la vuelta al Tíbet. Para morir en casa", explica mientras acaricia nerviosamente el thenga.
"Era demasiado joven para saber que estábamos formando una guerrilla en aquellas reuniones clandestinas. El gobierno del Tíbet desconocía nuestras operaciones y nos pidió evitar un baño de sangre cuando lo supo". El octogenario Ngawang Sherap entorna los ojos, dos líneas más en su rugosa cara. Explica cómo de niño divisó las líneas de combate chinas porque sus padres le mantenían en zonas altas para alertar a su pueblo en la provincia occidental de Ü-Tsang. Aquel frente ya había doblegado al minúsculo ejército tibetano para principios de los años 50. “Nos exiliamos pagando sobornos a las autoridades fronterizas nepalíes. Éramos 11 familias. Pero dejamos a muchas atrás, en las montañas del Himalaya,” describe Ngawang.
Refugiado en el asentamiento de Jampaling desde que volvió de la guerra, Ngawang se queja de la situación que vive en el exilio: “Esto no es libertad. No tenemos nada aquí. No tenemos ni donde caernos muertos”. Diez asentamientos sirven de vivienda provisional para los más de 20.000 tibetanos que se refugian en Nepal, según la Administración Central del Tíbet con base en India. Tanto los asentamientos como la Oficina de Salud de para los Refugiados tibetanos de Katmandú fueron creados por la Cruz Roja Nepalí para acoger a los decenas de miles que huyeron del Tíbet. Pero ninguno de estos emplazamientos es reconocido por el gobierno de Nepal, uno de los pocos países que no han firmado ni la Convención sobre el Estatus de los Refugiados ni el Protocolo.
"El bombardeo en Norbulinka fue una masacre. La aviación china era muy efectiva. Había miembros por todas partes. No sé cómo pude escapar", cuenta Chodak Dawa, de 77 años. Chodak apenas tenía 20 años cuando casi un millar de bombas arrasaron el palacio de Lhasa mientras el Dalai Lama huía a India, causando el caos entre sus seguidores y el exilio masivo. Antes del conflicto, Chodak trabajaba de vendedor ambulante. "Nunca quise formar parte de la guerrilla pero los soldados chinos me encarcelaron y torturaron a la vuelta de un viaje a India", se excusa.
También las autoridades nepalíes arrestaron a Chodak hace cuatro años en Pokhara. "Me golpearon por manifestarme y me detuvieron durante horas", explica irritado por la excesiva presencia de policía. Las autoridades nepalíes vigilan el asentamiento con motivo del 56º aniversario del levantamiento contra China, el pasado 10 de Marzo. Nepal ha establecido una política de aislamiento hacia los refugiados tibetanos desde hace 20 años, coincidiendo con la victoria maoísta y el acercamiento político a la vecina China. A diferencia de los cientos de miles de refugiados butaneses acogidos en el país, los tibetanos no tienen derecho a la tarjeta de refugiados. Chodak vive en el asentamiento con su nieta sordomuda, que no tiene acceso a servicios especiales o subvención estatal a falta de un documento que acredite su existencia.
"Nos llevaron a Darjeeling –India– para unos supuestos cursos en mantenimiento de carreteras. Pero un grupo de tibetanos nos esperaba allí para adiestrarnos en el manejo de armas. Ellos habían sido entrenados por los americanos". Anzi, de 75 años, recuerda como él y otro centenar de hombres fueron llevados a la frontera oriental con Nepal para ejercicios militares. Meses antes, un grupo de seis guerrilleros tibetanos habían recibido entrenamiento especial en las Montañas Rocosas de Estados Unidos, en condiciones similares a las del Tíbet. Eran los años de la guerra fría, y Washington temía la expansión del gigante comunista a India. Anzi mira al infinito con sus ojos glaucos, casi blancos de la ceguera. Como las montañas que lo vieron luchar. "No sé si maté a alguien. Pero vi a muchos morir a mi lado. No sabíamos ni cómo manejar un arma. Pero habíamos abandonado a mucha gente en nuestro país", explica.
El destino de los que quedaron en el Tíbet les quita el sueño a los exguerrilleros. Anzi se toca la herida de bala de la que sobrevivió mientras explica los motivos que llevan a otros tibetanos a suicidarse: "No tienen muchas salidas. Esa gente está abandonada a su suerte y sin libertad alguna". Más de un centenar de ciudadanos del Tíbet se han quemado a lo bonzo como protesta ante la ocupación. La mayor parte de las inmolaciones han tenido lugar a raíz de la celebración de los juegos olímpicos de Pekín en 2008. En Nepal, el último incidente de este tipo fue en verano del año pasado. “Las autoridades nepalíes recogen los cuerpos y los desaparecen sin notificar a las familias”, se queja Anzi.
“Vivíamos en condiciones terribles; como animales, en cuevas, a más de 3.000 metros de altura. Organizados en 15 grupos de 100 guerrilleros cada uno. Teníamos que cambiar nuestra localización para evitar los ataques del ejército chino”, Tatop, de 93 años, tiene dificultades para hablar. Necesita la ayuda de su mujer, Zomkyi, que le susurra al oído las preguntas. Ambos arrugan las frentes al recordar, agrietadas como las lomas de Mustang, donde se conocieron. Ella no se quiere dar importancia, como si la historia no le perteneciese. Pero Zomkyi y otras mujeres ayudaron a que los guerrilleros sobreviviesen, alimentándolos cuando bajaban a las aldeas.
Los tibetanos que llegaron a Nepal antes de las restricciones impuestas por el gobierno tienen que desplazarse en persona para renovar su tarjeta de refugiados. “Es un esfuerzo tremendo ir hasta las oficinas administrativas. Y la espera burocrática”, cuenta Tatop. Con más de 90 años, tiene que pasar un puente colgante y subir 200 metros de escaleras empinadas sólo para salir del asentamiento y coger un autobús. Por otro lado, los tibetanos jóvenes que llegaron o nacieron en Nepal después de 1994 no tienen tarjeta de refugiado y no cuentan con ningún documento identificativo. No existen para el estado. Un limbo jurídico que afecta a su vida diaria, a sus estudios y a su desarrollo profesional.
“No tenía nada más que un cuchillo para enfrentarme al ejército chino”. Kalsang Tsering, de 80 años, describe con gestos su primera escaramuza en los montes de Mustang. Deja de agitar el mane tibetano –cilindro que revolotea cuerdas a los lados al moverlo como una carraca– y explica: “Escuché aspas de helicópteros en mitad de la noche y el sonido de descargas. Pensé que nos bombardeaban”. La CIA entregó armamento en varias ocasiones durante los 14 años que duró el conflicto armado. Pero a finales de los años sesenta Estados Unidos dejó de jugar a la guerra contra China en Tíbet, y acercó posiciones económicas con el coloso asiático. Los guerrilleros tibetanos fueron abandonados a su suerte.
También la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) interrumpió su ayuda a los tibetanos que llegaban a Nepal. La agencia les ofrecía atención especial en los primeros años de exilio. En la actualidad solo cuenta con un pequeño programa de ayuda a los tibetanos que hacen tránsito camino a India. “Uno de mis nietos es monje y tiene que vestirse de paisano para atravesar la frontera de Nepal con India para evitar hostigamientos”, explica Tsering, que retoma el mane.
“No quería rendirme. No habíamos ganado nada. Pero nos llegó la orden del Dalai Lama de parar la guerra. Y las autoridades nepalíes nos forzaron a entregar las armas”, Wangdu, de 68 años, repite su frustración como una letanía budista –Om mane padme hum– sin dejar de mesar su thenga. El puñado de tibetanos que seguía luchando en Mustang fue obligado a rendirse a mitad de los años 70. Los superiores fueron apresados por el ejército chino. Y el resto realojados en asentamientos. Unos pocos se suicidaron. Ninguno de los guerrilleros cuestionó ni cuestiona la orden del Dalai Lama.
Una década más tarde, el Gobierno del Tíbet en el exilio propuso una 'solución intermedia' para una paz duradera con China. Ni independencia, ni total anexión. La demanda actual es 'una genuina forma de autonomía dentro de China', con parcelas de autogobierno para el Tíbet. Wangdu dibuja una sonrisa torcida en su cara cuando se refiere a la situación actual: "No tengo ninguna opinión acerca de 'la solución intermedia'. Es una decisión de Su Santidad el Dalai Lama y seguimos sus principios. Sólo creo que aquello por lo que luchamos fue un esfuerzo inútil". Los viejos guerrilleros acatan sin dudar la propuesta política de su líder espiritual (el Dalai Lama renunció a su condición de líder político en 2011).
Los últimos guerrilleros tibetanos languidecen pacíficamente en Nepal e India. Mientras que en el Tíbet se suceden manifestaciones y arrestos. El último panfleto del Congreso de las Juventudes Tibetanas narra: "En 2013 los tibetanos que aún viven en Tíbet llevaron al resistencia a otro nivel… Se negaron a izar las banderas chinas sobre sus casas, lo que supuso la reacción violenta por parte del gobierno y su arresto. Fuentes dicen que fue un hombre llamado Dayang quien empezó la protesta. Está desaparecido desde entonces. Tenía 68 años". Aún quedan viejos guerrilleros. Y nuevas batallas que librar.
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