Elogio de la diversidad
Es sorprendente ver cómo se habla inglés, japonés, francés, alemán, español, chino, sueco y otras lenguas en solo 70 u 80 metros cuadrados (espacio donde, por ejemplo, padres, familiares o niñeras esperan a que los niños salgan de la escuela). Y es que aquí, en Oxford, se mezclan y conviven distintas lenguas, distintas culturas, distintas maneras de pensar, con una normalidad y un respeto absoluto hacia el otro.
Me maravilla la facilidad que tienen los niños de activar el cambio de idioma con solo una mirada, con solo cambiar de interlocutor. Es lo más normal del mundo estar un grupo de gente de distintos países hablando en inglés (como idioma en común) y cambiar el idioma al suyo propio (si lo tienen) para dirigirse a los niños o a otro que hable el mismo idioma que ellos siempre y cuando la conversación no tenga por qué ser entendida por el resto del grupo, obviamente.
Situación, desgraciadamente, totalmente distinta a la de nuestro país. Creo que alguna cosa no se está haciendo bien cuando, por ejemplo, se insulta a Shakira por cantar una canción en catalán en vez de valorar su trabajo con criterios profesionales. Me temo que, si hubiera cantado en cualquier otro idioma, críticas por ello no recibiría. Me pregunto si alguien se quejaría, por ejemplo, si cantara en un idioma indígena colombiano.
Hace unos días, un niño de seis años de madre española y padre inglés me decía algunas palabras en italiano y portugués, y me cantaba una canción en alemán. La había aprendido en el colegio. Mucho nos queda por aprender todavía, la verdad. Si fallamos en lo básico, cómo queremos empezar a remontar el vuelo y ver la luz al final del túnel.— Gemma Monreal Rius. Oxford, Reino Unido.
Como ciudadano español, europeo y del mundo sigo con cierta expectación la evolución del conflicto de Crimea y no puedo evitar hacer una reflexión sobre mi nacionalidad.
Me atraen casi por igual Madrid, Barcelona y Lisboa, y me siento muy cómodo cuando me hablan en catalán, portugués, gallego y, por supuesto, en español. Siempre he pensado que esta diversidad lingüística es una herencia que no debe suponer en ningún caso un obstáculo, sino un motivo más de orgullo por nuestra pluralidad.
Por otro lado, soy empresario desde hace más de 25 años y mantengo una relación fluida con Portugal y varios países iberoamericanos. Una actividad que me confirma que las barreras son más mentales que reales y que, indudablemente, en la mayoría de los casos la unión hace la fuerza.
Por ello, cada día me siento más ibérico. Iberia como un lugar en el que los Estados sean marcos nacionales de convivencia y el orgullo de pertenencia se equipare al deseo de aglutinar e integrar sensibilidades diversas.
Me gustaría que la historia, la educación y el dinamismo social y económico fuesen los motores de un camino conjunto, desde la identidad preservada de cada nación, sin prejuicios, en construcción positiva y compartiendo muchas cosas, entre otras, la capitalidad.
¿Una utopía o un futuro apasionante? Un futuro que enlazaría el Atlántico y el Mediterráneo y la senda natural de Europa hacia América y África.— Carlos López-Ibor Mayor. Madrid.
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