El regreso del trueque
La proliferación de iniciativas de consumo colaborativo plantea el debate sobre si deben regularse
Ponerse de acuerdo. Esta es la filosofía que rige en ese nuevo mundo que es el consumo colaborativo. Desde los bancos de tiempo al intercambio de casas o las iniciativas para compartir coche. Este sistema de consumo puede ser beneficioso, especialmente en tiempos de crisis, pero también fuente de conflicto. De hecho ya lo está siendo. Fonebús, la empresa de transporte que cubre el trayecto entre Salamanca y Zamora, se ha dirigido a diversos organismos, desde el Ministerio de Industria a la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia, para denunciar a Blablacar, una plataforma de contacto que opera en toda Europa.
Desde que los estudiantes de Salamanca han descubierto que pueden ponerse en contacto a través de esa web con otros estudiantes o viajeros con coche, y hacer juntos el trayecto a cambio de compartir gastos, Fonebús ha ido perdiendo clientela. Parecida forma de intercambio rige en los bancos de tiempo. En este caso, lo que se intercambia son servicios. Un fontanero puede ofrecerse a reparar un lavabo a cambio de una hora de inglés para su hijo.
Se trata, simple y llanamente, del viejo trueque, una forma de intercambio que había desaparecido en las economías avanzadas y que ahora revive porque ha encontrado un gran aliado, Internet, y dos razones de peso: la necesidad y las nuevas actitudes ante el consumo. Cada vez hay más gente preocupada por las consecuencias de un consumismo irresponsable y abogan por la autocontención, la compra de proximidad y el intercambio. Gracias a esto, las formas colaborativas de consumo han crecido tanto que la revista Forbes estima que ya mueven más de 2.600 millones de euros al año.
Ahora bien, una cosa es compartir y otra hacer negocio con el deseo de compartir. ¿Se deben regular estas actividades? Algunas de las plataformas cobran comisión cada vez que se produce una transacción. De momento, solo California se ha aventurado a regular la movilidad compartida. Parece claro que, si la actividad de intercambio produce un lucro, es necesario regularla. Por razones fiscales y de seguridad. Por el contrario, el mero intercambio entre particulares, el trueque y la ayuda mutua se prestan más a la autorregulación.
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