_
_
_
_
_
El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El presidente y el felón

Un extremista deja en ridículo a Nicolas Sarkozy

SOLEDAD CALÉS

Cuando se acecha a un alto personaje, lo menos que puede pedirse es que lo haga alguien rimbombante, de nivel. Qué menos que una poderosa agencia estadounidense, la NSA, a la hora de confesarle al pueblo que ha sido violado el teléfono móvil de Angela Merkel. En cambio, ¿qué prestigio le queda al ex jefe de Estado de una potencia del G-7 si le han espiado con una vulgar grabadora escondida entre la ropa?

Muchos se extrañaban de las confianzas que Nicolas Sarkozy otorgaba a Patrick Buisson, un periodista e historiador procedente de la extrema derecha, a quien Sarkozy convirtió en la eminencia gris de sus años presidenciales en Francia. Le aconsejó un fuerte viraje derechista para lograr la reelección como presidente de la República en 2012; Sarkozy le hizo caso y perdió. Ahora le deja en una situación ridícula, al publicarse las cintas grabadas en el Elíseo por el felón, cuyo abogado reconoce como auténticas.

La del 27 de febrero de 2011 confirma la crudeza de las salas de máquinas del poder. Horas antes de decidir una remodelación del Gobierno, al presidente le preocupaba prescindir de su ministro del Interior, Brice Hortefeux, a quien el consejero-espía reprochaba haber fracasado en el objetivo de restablecer la seguridad pública y haberse “inhibido” respecto a la inmigración. También apuñalaba a otros ministros calificándoles de “archinulos”. En otra grabación aparece la esposa de Sarkozy, la cantante Carla Bruni, quien comenta que es ella la que “mantiene” a su marido y lamenta no poder ganarse los buenos dineros que se embolsan otras artistas (y cita: Julia Roberts, Sharon Stone...) a causa de su condición de primera dama. Demasiado enamorada de Sarkozy como para arriesgarse a grandes contratos publicitarios...

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

En las sociedades abiertas, el poder ya no es lo que era. La historia de Sarkozy puede estimular a otras gentes principales a ordenar que cacheen a sus visitantes o a pasarles por los escáneres. En vez de caer en la paranoia, tal vez les baste con escoger mejor a sus colaboradores. Y también sería positivo que mandatarios que pasan por serios no cedan a los cantos de sirena del extremismo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_