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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De camisetas y publicidades

La multa a un futbolista del Jaén demuestra la rigidez de las normas deportivas, que solo admiten la propaganda de pago

MARCOS BALFAGÓN

Jona es un futbolista desconocido para el gran público que ha cobrado relevancia informativa de la noche a la mañana. El jugador del Jaén, tras meter un gol, mostró su camiseta interior con un lema escrito a mano: “Ánimo pequeñines. Día Mundial contra el Cáncer Infantil”. En las gradas, unos chavales afectados por la enfermedad agradecían el gesto; pero en la Federación Española de Fútbol alguien tomaba nota para imponer una sanción a Jona: 2.000 euros por vulnerar el reglamento.

El sentido común dice que es una injusticia que un deportista sea multado por un comportamiento tan inocuo y solidario, pero el código de la federación dice que será sancionado el que “alce su camiseta y exhiba cualquiera clase de publicidad, lema, leyenda, siglas, anagramas o dibujos, sean los que fueren sus contenidos”, de manera que, en este caso, la ley se ha impuesto al sentido común como tantas otras veces en acontecimientos similares en el deporte.

Precisamente en estos días, en Sochi, las esquiadoras de la prueba de halfpipe han tenido que ocultar de sus cascos el nombre de la canadiense Sarah Burke, fallecida en accidente de esquí hace dos años, y a la que sus compañeras de disciplina homenajean por ser la favorita para Sochi y la que logró que el halfpipe fuera considerado juego olímpico. También aquí la Carta Olímpica prohíbe cualquier clase de “propaganda política, religiosa o racial en el recinto olímpico”, lo que, por cierto, no tiene mucho que ver con el sentido homenaje a una atleta desaparecida. Pero en el deporte algunas normas son de una rigidez tozuda.

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Messi, Iniesta, Kanouté, Ronaldo y otros también fueron multados por lucir camisetas a favor de Mandela o solidarizarse con los damnificados de una catástrofe natural. La escasa equidad del reglamento es evidente, pues no es lo mismo una multa de 3.000 euros (el máximo) para unos futbolistas que para otros. Tampoco es lo mismo dar ánimos a niños enfermos que lanzar un mensaje racista. Cabría exigir reglas más matizadas, pero, por lo visto, en el deporte, la única propaganda posible es la de pago. Que nada ensombrezca el brillo de las firmas que colonizan hasta la ropa interior del deportista.

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