Cuando Luxuria desafió a Putin
La exparlamentaria italiana ha canalizado todas las protestas contra las leyes homófobas del presidente ruso ante las cámaras de todo el mundo en los Juegos de Sochi. Dos veces detenida y ya de vuelta en Roma, este es su relato
Dice Vladimir Luxuria que se fue a Sochi por rabia. La exparlamentaria italiana, célebre por sus batallas a favor de los derechos de los homosexuales y por convertirse en 2006 en la primera diputada transgénero de Europa, voló a Rusia para grabar un programa de televisión sobre la homofobia. Acompañada por dos cámaras y enfundada en prendas con los colores del arcoiris, desafiaba a las fuerzas de seguridad de su tocayo Putin y entrevistaba a los ciudadanos cerca de las instalaciones donde se disputan los Juegos Olímpicos de Invierno. Resultado: fue detenida dos veces.
“En YouTube visioné muchos vídeos de jóvenes gays humillados, heridos. Exhibidos por supuestos hombres con las señas de torturas, como si fueran trofeos. Esto no se puede tolerar. Tuve que ir”. Luxuria, de 48 años, cuenta ya en Roma que sabe qué significa ser maltratada por el hecho de parecer distinto. Ella hizo de la diversidad su bandera, como activista, autora, actriz de teatro, animadora de noches queers, escritora y presentadora de televisión. Y esta vez se plantó en Sochi, buscando todas las cámaras del mundo en los Juegos de Invierno y en un país donde la homofobia es ley.
En cuanto me pillaron sin mis dos colaboradores, sola, me quitaron la bandera y me condujeron a comisaría
Las protestas contra el régimen de Vladimir Putin, y su norma antipropaganda que pone en el punto de mira a los homosexuales, han sido testimoniales en Sochi. Pero el protagonismo de Luxuria ha servido para canalizar todas las protestas y manifestaciones que se han producido dentro y fuera de la competición en las dos últimas semanas.
Durante dos días estuvo deambulando cerca de las instalaciones deportivas con una pancarta en ruso que rezaba: “Ser gay está bien”. Dice que había gente que “se cubría los ojos o se reía; otros se tocaban el paquete o enseñaban el bíceps musculoso como para decir ‘yo sí, soy un hombre de verdad’; hubo madres que me pidieron sacarme una foto con su niño. Hubo de todo”, resume.
El mundo contra la Rusia 'antigay'
Si en la villa olímpica se impone el silencio, Vladímir Putin ha tenido que aguantar las manifestaciones de rechazo, en el mundo real y el virtual, a sus políticas homófobas. Pero otra cosa es que le causen algún impacto. “En medio de los Juegos, con todos los ojos puestos en Rusia, introducen una legislación [aprobada la semana pasada] que prohíbe a parejas homosexuales, y a personas de países donde el matrimonio gay es legal, adoptar a niños rusos. Así demuestran que les da igual que el mundo reaccione contra su ley”. A Michael Bach, fundador del Instituto por la Diversidad y la Inclusión de Canadá, se le escucha consternado al teléfono. Su preocupación por la seguridad de los atletas gais en Sochi llevó a su organización a lanzar un vídeo en la Red, hoy con unos ocho millones de visitas, de los primeros movimientos, a cámara lenta, de dos atletas practicando bobsleigh. “Los Juegos siempre han sido un poco gais. Luchemos para que siga siendo así”, reza el mensaje.
Google también se vistió con los colores del orgullo gay. “Toda persona debe tener la oportunidad de practicar deporte y vivir el espíritu olímpico sin discriminación”, resume Marisa Toro, directora de comunicación de la compañía para el sur de Europa. Y matiza que no es algo nuevo. Ya en 2008, el cofundador de Google apoyó la aprobación del matrimonio gay en California.
Los políticos también han protestado con sus ausencias. En Sochi no se ha visto ni a Barack Obama, ni a su mujer, ni al vicepresidente Biden. Es la primera vez desde Seúl 1988 que ninguna de estas tres figuras de una Administración estadounidense asiste a unos Juegos. También declinaron la invitación los presidentes de Alemania y Francia, y la cantante Cher, a quien los ataques hacia un colectivo que la diviniza le hicieron rechazar actuar en la inauguración. A quien se espera en Sochi en los Juegos Paralímpicos de marzo es al representante del Gobierno noruego: el ministro de Sanidad irá acompañado de su marido. Una visita que quizá no sea muy celebrada por las autoridades rusas. Como tampoco lo debió ser la de Ban Ki-moon. “Debemos alzar nuestras voces contra los ataques a lesbianas, gais, bisexuales, transexuales o intersexuales”, lanzó el secretario general de la ONU ante la asamblea del COI la noche antes del encendido del pebetero.
Ese mismo día llegaban más vientos de protesta cuando The Guardian publicaba una carta firmada por más de 200 escritores donde Günter Grass o Salman Rushdie denunciaban las leyes homófobas rusas. Nombres a los que se suman una cincuentena de deportistas olímpicos —12 de ellos compitiendo en Sochi— que han dado su apoyo, junto a 412.000 personas, a la campaña Principio 6 de All Out, organización que convocó concentraciones en una veintena de ciudades del mundo el 5 de febrero.
Todas sus grabaciones se emitirán en Italia la noche del miércoles en Le Iene, una suerte de Caiga quien Caiga.
“En cuanto me pillaron sin mis dos colaboradores, sola, se me acercaron, me quitaron la bandera y me condujeron a comisaría”, asegura.
Fue el domingo por la tarde. Luxuria se quedó tres horas sentada en un banco del cuartel. Los policías la trataron “con respeto”, pero no hablaban inglés y hasta que llegó el intérprete casi no le dirigieron palabra. “Me explicaron por qué estaba allí, recuerda desde su casa en Roma. Alegaron que no podía llevar prendas que apoyen la homosexualidad, que mi vestuario era una forma de propaganda y que lo mío, aunque estuviera sola, se debía considerar una manifestación y, por eso, era ilegal”. Tras la reprimenda, se fue: “Sin que me dieran a firmar algún acta ni nada”.
El comité organizador ha negado desde el principio que fuera detenida (“hemos hablado con la policía y no consta ninguna detención”, aseguró una portavoz el lunes). Al día siguiente tanto los organizadores como el COI dieron algunos detalles: “Siendo honestos todavía no sabemos muy bien qué pasó el domingo”, dijo Mark Adams, portavoz del COI. “Entiendo que ella estuvo en el Parque Olímpico una o dos horas. Algunos la aplaudieron y otros se mostraron en contra, pero sé que su intención era manifestarse en el estadio [uno de los que acoge el hockey] y creemos que finalmente consiguió entrar y fue expulsada de forma pacífica. En ningún caso fue detenida”.
EL COI hace equilibrismos para interpretar los hechos sin saltarse la carta olímpica y su artículo 6, que prohíbe cualquier discriminación, algo que aseguran se comprometió a respetar el Gobierno ruso durante la competición. Pero al mismo tiempo intentan preservar el espacio olímpico de cualquier protesta política: “Es una pena que los Juegos se usen como una plataforma política”, se lamentó el miércoles Adams cuando le preguntaron por la detención de dos integrantes de las Pussy Riot lejos del Parque Olímpico, en el centro de Sochi, a más de una hora en tren de los estadios de la costa.
También a más de una hora en tren de las instalaciones olímpicas, y a un par de manzanas del 911, se encuentra el cabaret Mayak, uno de los pocos bares gays de Sochi, por donde se dejó ver Luxuria la noche del domingo. Pero si el 911 anuncia a todo color que los visitantes pueden disfrutar de chicas en top less, el Mayak solo tiene un pequeño cartel rojo.
“Se trata de un sitio casi clandestino, sin cartel ni señales. Debes saber dónde está. Mejor si te acompaña alguien del lugar. Tocas el timbre, miran por la mirilla y te abren”, recuerda la exparlamentaria italiana. Uno de los trabajadores, que dice llamarse Nick y habla inglés, accede a hablar unos minutos en la puerta. “Desde que empezaron los Juegos el club se llena todas las noches”, sonríe.
Fui a Rusia y me encontré con algo peor que en Italia
En el Mayak trabajan 15 personas, “todas gays, travestis o transexuales”. Cada noche el club, que abre de 18.00 a 7.00, ofrece un espectáculo, que estos días parodia los Juegos. Sasá, una drag queen local, invitó a la italiana al escenario y le agradeció su presencia. “Hablé con muchos jóvenes. Me dieron pena. Como Serghei que lloró en mi espalda, desesperado por no poder denunciar una pelea sufrida días antes”, recuerda Luxuria. Aunque Nick, el puerta, no quiere ni oír hablar de política: “No hemos tenido nunca ningún problema”.
Luxuria tenía un billete para asistir el lunes al partido de hockey de la selección italiana, pero los controles previstos para los 100.000 visitantes son exhaustivos e implacables. Vestía una falda, llevaba un pañuelos anudadp al cuello y una vistosa peluca. Todos los atuendos con los colores del arcoíris. “Fue pasar el torno de ingreso al estadio y 10 agentes, salidos de la nada, me rodearon, me arrastraron afuera y me metieron en un coche. Después me empujaron fuera del vehículo, solo cuando ya estábamos en campo abierto. Allí me dejaron”, denuncia. Y tras un profundo suspiro añade: “Esta vez sí tuve miedo. Miedo de verdad. Fui a Rusia y me encontré con algo peor que en Italia”.
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